Del Franquito de África al Franco dictador: la familia de fotógrafos que retrató la España más trágica
Una exposición reivindica el legado de la firma Alfonso, padre y tres hijos que armaron un exitoso negocio familiar y retrataron una época convulsa con una maestría técnica y estética admirable.
5 noviembre, 2021 02:15Noticias relacionadas
Las fotografías de Antonio Machado con la periodista Rosario del Olmo en el Café de las Salesas, de la proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol, del jefe rifeño Abd el-Krim entrevistado en Marruecos por el intrépido Luis de Oteyza, de Lluis Companys encarcelado horas después de declarar la constitución del Estado catalán o del cadáver de José Calvo Sotelo en el depósito del Cementerio del Este son escenas míticas de la memoria española del siglo XX. Postales de personajes y acontecimientos, trágicos o esperanzadores, que tienen un nexo en común: su autoría, la de Alfonso.
Pero bajo este sello no se escondía un único fotógrafo, sino cuatro pertenecientes a una misma saga familiar inaugurada por el padre, Alfonso Sánchez García, y continuada por sus hijos Luis, José y, sobre todo, Alfonso Sánchez Portela. Con sus aparatosas y pesadas Graflex 9x12 inmortalizaron la guerra en el norte de África, la dictadura de Primo de Rivera, la caída de la democracia, la instauración del régimen republicano y la destrucción de la Guerra Civil. Inmortalizaron la historia y a sus protagonistas, y también las costumbres del pueblo, sus fiestas y sus miserias, toda una época convulsa con una maestría técnica y estética admirable.
La obra gráfica de los Alfonso, que se compone de 116.000 negativos y se conserva en el Archivo General de la Administración, protagoniza una excelente exposición que se puede ver hasta el próximo 23 de enero en la Sala Canal de Isabel II y que está organizada en colaboración con La Fábrica dentro del festival PHotoESPAÑA 2021. Con una selección de más de 150 imágenes y objetos originales (documentos, álbumes, cartas, recortes de periódicos e incluso una de las cámaras utilizadas en sus estudios, primero en Fuencarral y luego en Gran Vía), se reivindica a los miembros del negocio familiar como precursores de la fotografía moderna en España.
El título, Alfonso, cuidado con la memoria, es un juego de palabras que hace referencia a un artículo publicado en El Alcázar el 30 de julio de 1942, donde se materializaba una revancha contra la firma por simpatizar con la causa republicana —se les obligó al silencio en forma de prohibición para ejercer el fotoperiodismo—. Ahora, esa advertencia gana un nuevo significado como reivindicación, en un sentido conciliador, de la necesidad de conservar una memoria didáctica que permanece encriptada en los archivos fotográficos españoles.
El fundador de la dinastía fue el patriarca, quien identificó el gran negocio que se despertaba con la fotografía de prensa. "Tuvo esa visión clarísima de que la gente quería ver fotos de actualidad, había una auténtica avidez del pueblo llano por las imágenes. Alfonso padre decide empezar a darles fotografías de hechos a las once grandes publicaciones gráficas de toda España", explica Chema Conesa, comisario de la muestra. "Eran una agencia de información cuyo sello dominó la prensa gráfica por cantidad", añade Ana Berruguete, la otra responsable del montaje.
No obstante, el primogénito, Alfonso Sánchez Portela, fue quien se llevó gran parte del reconocimiento del trabajo. A la simpatía y soberbia técnica heredada de su progenitor sumó el atrevimiento de un hábil reportero. Ese descaro le permitió destacar en la guerra de Marruecos con solo 19 años y colarse en sitios prohibidos para los periodistas. En 1928, por ejemplo, logró imágenes de varias de las víctimas que provocó el incendio del Teatro Novedades al acceder a la morgue acompañando al ministro de Gracia y Justicia con una decidida conversación. Una treta que suscitó la denuncia de sus compañeros y que Galo Ponte hubo de zanjar asegurando que él mismo había solicitado sus fotos para el sumario del caso.
El sello Alfonso fue un gran retratista de la vida cotidiana de Madrid, del ocio, los espectáculos, el deporte, la familia real, la política. Estaban en todos lados, donde había una noticia a la que poner rostro. Cuando durante un paseo por Gran Vía el afamado torero Diego Mazquiarán, apodado Fortuna, tuvo que lidiar y matar a un toro bravo que se había escapado del camión, allí apareció un Alfonso con su pesada máquina para inmortalizar al diestro, vestido de calle, con su trofeo ensangrentado sobre los adoquines. "La instantaneidad se contrapone a la aparatosidad de las cámaras", destaca Berruguete.
La guerra
La familia de fotógrafos simpatizó desde el principio con la Segunda República. Alfonsito realizó un retrato impresionante a los presos políticos encarcelados en la Modelo de Madrid por la sublevación de Jaca de diciembre de 1930. Niceto Alcalá-Zamora, gran amigo de la casa, y los otros dirigentes se alinearon en una de las salidas al patio de la prisión mientras el fotógrafo disparaba desde un tejado bastante alejado, gracias al uso de un objetivo artesanal de 300 milímetros. Es un ejemplo magnífico de su extraordinaria pericia compositiva y del profundo significado narrativo de sus composiciones.
Pero más allá de las escenas costumbristas y sociales, la obra fotográfica de Alfonso recoge mucha sangre y espanto. Cubrieron la revuleta campesina de Villa de Don Fadrique —"una de esas fotos es la más bonita de un muerto que he visto en mi vida", dice Chema Conesa—, la revolución minera de Asturias, la tensión que antecedió a la Guerra Civil y la propia contienda fratricida. Sánchez Portela entró en el Cuartel de la Montaña y capturó los escorzos de los cadáveres que se repartían a centenares por el patio. Quedó tan paralizado por el horror que decidió destruir los negativos de la mayoría de las imágenes por lo comprometidas que podían resultar.
El fotógrafo recogió espeluznantes escenas de cuerpos arrojados a las cunetas y de los efectos de batallas como las de Guadalajara, en marzo de 1937. Pero sus retratos de la guerra desde primera línea, que vivió por ejemplo en Teruel o en el Ebro, son más modestos. "Están hechos desde la mirilla. Alfonso tenía tanta sensibilidad estética que le impidió asistir a tanto horror, tener tanta cercanía de los combates como Agustí Centelles", resume el comisario. "Las fotos más interesantes de la guerra son las de la retaguardia, en las que hay un acercamiento más humanista a los personajes, como las de los bombardeos, los refugiados en el metro o una boda de milicianos", agrega Ana Berruguete.
Alfonso fue, por encima de todo, la máxima exponencia del arte del retrato fotográfico. La lista de personajes y escenarios es tan variopinta como selecta: Valle-Inclán, García Lorca, Alfonso XIII, Pablo Iglesias, Margarita Nelken, Victoria Kent, Manuel Azaña, Alfredo Di Stéfano, Miguel Gila y un largo etcétera. Suya, de 1935, es también la fotografía más icónica del tuerto y manco Millán-Astray; o la placa —que está escrita con el lema de "dos héroes"— del entonces teniente coronel Francisco Franco y su hermano y piloto Ramón, tomada durante el conflicto marroquí.
A pesar de esas relaciones con las altas esferas militares, el sello Alfonso fue depurado por rojo y perdió su acreditación de periodistas fotográficos. De nada sirvió que Sánchez Portela se afiliase a la Falange, fuese íntimo del general Moscardó, a quien realizó un refinado reportaje gráfico en las ruinas del Alcázar de Toledo, ni inmortalizar la entrada de las tropas franquistas en Madrid. A las autoridades franquistas no les gustaron sus crudas imágenes de las cárceles donde se hacinaban los presos republicanos.
Desde 1940 solo se les permitió hacer retratos en su estudio de Gran Vía 20. Y a pesar de ese señalamiento, "allí fue toda la alcurnia franquista junto con todo el que quería ser algo en Madrid", apunta Conesa. La marca Alfonso era sinónimo de prestigio. Incluso el propio Franco terminó solicitando sus servicios en detrimento de los fotógrafos oficiales que le adulaban en el Palacio de El Pardo. En esa visita a la residencia del dictador, que hizo acompañada de su padre, Sánchez Portela no se atrevió a solicitar la revocación de su sanción. Supuestamente, según algunos relatos, Franco dijo para distender el ambiente: "¿Te acuerdas cuando en África tú eras Alfonsito y yo Franquito?". "Alfonso debía de ser muy respetado", cierra el comisario.