Fotografías del día a día de refugios animales para reclamar "una vida 100% libre de crueldad animal"
La sala f/DKV de Zaragoza inaugura su premio de fotografía con una muestra de Ana Palacios dedicada a la vida diaria de los santuarios de animales.
23 diciembre, 2021 18:08Noticias relacionadas
En la comarca barcelonesa de Osona, al norte de la ciudad, se encuentra la localidad de L'Esquirol. Un pequeño pueblo que tomó su nombre de la antigua posada del pueblo, bautizada así por tener a uno de estos esquirols —ardilla en catalán—, encerrada en una jaula que colgaba del vestíbulo de la taberna. Resulta casi un acto de justicia poética que un siglo más tarde allí se levantase el primer santuario animal de España. En el año 2004, Elena Tova fundó el Hogar Animal Sanctuary por y para el cuidado de animales que han sufrido condiciones de abuso y explotación.
A pocas horas de L'Esquirol, Santuario Gaia se dedica a la misma tarea, coordinándose con sus colegas desde el otro lado de la provincia de Barcelona. Una labor íntimamente relacionada con el veganismo y el antiespecismo, posiciones que sus voluntarios defienden para poder emprender "una vida 100% libre de crueldad animal".
La fotógrafa Ana Palacios expone ahora en la sala f/DKV de Zaragoza Armonía, un ensayo de fotografía documental que ahonda en el día a día de los espacios dedicados a la protección y cuidado de animales rescatados, en su mayoría, de la industria de la ganadería intensiva. La exposición, que se puede visitar hasta el 20 de febrero, fue presentada hace unos días por Gemma Roig y Yolanda Cabellé, de la fundación el Hogar Animal, y la propia artista, que definió la experiencia como "un emocionante descubrimiento".
La muestra se inscribe en la primera edición del concurso f/DKV Aragón a la fotografía con causa que la aseguradora organiza para premiar proyectos de fotógrafos aragoneses centrados en temáticas tan acuciantes como la conservación, el medioambiente o la discapacidad. Este mismo año, una de las fotografías de Palacios fue escogida como una de las mejores del año según la revista National Geographic. Un palmarés que se inscribe en una larga carrera profesional colaborando con medios nacionales e internacionales de gran prestigio.
Armonía sirve de metonimia a una exposición dedicada a sus protagonistas —tristemente, supervivientes— de situaciones límite, confinados a espacios claustrofóbicos y con una esperanza de vida a gusto del consumidor. La muestra ha sido bautizada en honor de una corderita entregada al centro a los cinco días de nacer con una pata rata. Los miembros de Gaia se encargaron de darle una oportunidad que nunca se reserva para estas especies, donde las lesiones son sentencias de muerte. Al poco de llegar, ya podía avanzar por sí misma, arrastrando una escayola en una de sus patas traseras.
Las 60 piezas que componen la exposición, no solo ofrecen la historia tras el trabajo de quienes se entregan a estos centros sin ánimo de lucro, también plantean una relación distinta entre humanos y animales. Una de las imágenes muestra a un inmenso toro junto a uno de los voluntarios, el cartel indica su nombre: "Pedro". Las manchas blancas y negras nos confunden, acostumbrados solo a ver a las hembras de esta especie, dedicadas a la producción de leche. Rara vez un ejemplar de este tamaño y edad sobrevive a un ciclo que condena a los machos como producto cárnico.
En el año 2017, el Hogar saltó a los medios por intentar salvar a una vaca, Margarita, de un destino trágico. La ley dictaba que cualquier animal de estas características que no contase con un registro o cartilla de vacunación, debía ser sacrificada. El miedo a la brucelosis o las enfermedades que provocaron los focos de 'vacas locas' en los años 90 han llevado a un control más estricto de estas especies, obviando su propio bienestar. Después de conseguir casi 200.000 firmas, el protocolo que afectaba a estas especies bovinas fue reformado gracias al impacto que Margarita y la Fundación Gaia causaron en la opinión pública.
En paralelo a ese trabajo de conservación, las fotografías de Palacios se hilan precisamente con un impacto social que va más allá de las estampas campestres y las tareas diarias de los voluntarios de estos centros. El veganismo se convierte en una postura política, ligada a la conservación de un mundo que adolece por el mismo costado que las reses dedicadas al consumo: la explotación.