A dos meses de las Elecciones Generales, las autoridades han ocupado el maravilloso edificio del Salón de Reinos -junto al Casón del Buen Retiro, la Academia de la Lengua y el Prado- para escenificar un acuerdo entre el Ministerio de Hacienda y el de Educación, Cultura y Deporte, por el que se vuelve a entregar el edificio al Museo Nacional del Prado. Ya ocurrió en 2009, cuando el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero mandó el Museo del Ejército a Toledo, con la excusa de recuperar la identidad original del conjunto arquitectónico al adjudicárselo a la pinacoteca.
El equipo de Zapatero llegó a pasearse, como hoy han hecho otros, por las enormes estancias del palacio, entonces no tan ruinosas. La obra estaba prevista que se ejecutara en dos años, entre 2010 y 2012, y con un presupuesto de 42,5 millones de euros (el presupuesto para 2016 del Prado es de 45,4 millones de euros). Y entonces el sueño de los reinos se pinchó, España pinchó. El país entró en apagón, la cultura en recesión y ya no se podía preguntar por el fracaso de la ampliación. Seis años más tarde, y a poco más de tres de las celebraciones de su bicentenario, el Prado vuelve a intentarlo, en los minutos de descuento.
“No todo va a ser recortar, también queremos darnos el gusto de inaugurar algo, aunque sea en la prórroga”, explicaba un colaborador del equipo del Ministro de Educación, Cultura y Deporte a este periódico. El acto estuvo presidido por Íñigo Méndez de Vigo, que anunció el pago de un millón de euros (ya incluido en el aumento al Prado en los Presupuestos Generales del Estado) para pagar el proyecto museográfico del que saldrá la cantidad que, más tarde y quién sabe en qué contexto político y económico, tendrá que invertirse. De momento, la foto ya se ha hecho con una inversión mínima y ahora que pague el siguiente.
Cuestión de plazos
Miguel Zugaza, director del museo, no quiso comprometerse con la cantidad necesaria para hacer de las ruinas unos reinos, pero sí sabe que “será más austero”, en referencia a los dineros de antaño. No habrá excavaciones, habrá algo más que chapa y pintura y reformarán todo lo que sea necesario, “el aspecto tendrá que cambiar, lo que nos interesan son las grandes galerías”.
El pacto de Estado del Prado se hizo para que el Museo del Ejército pasara a manos del Prado.
“No es una cuestión de fe, es una cuestión de plazos”, respondió Miguel Zugaza a este periódico. “Ahora nos han entregado el dinero necesario para encargar el proyecto y ya se verá a quien corresponda ayudarnos cómo lo hace”, añadió. Sí le puso fecha al término de las obras: el segundo centenario del museo, en 2019.
Tiene un as en la manga y no lo esconde: “el pacto de Estado del Prado”. Es la carta que le da ventaja y la muestra como garantía del acto de fe (político) en el que vuelve a encomendarse. “Es que se hizo para esto, para que el Museo del Ejército pasara a manos del Prado y para aclarar la división de las colecciones con el Museo Reina Sofía”. Todo queda pendiente de los Presupuestos Generales del Estado para 2017, a pesar de que Zugaza asegura que un tercio de la obra la pagarán fondos privados.
Espacio alternativo
El director explicó que el Salón de Reinos aportaría 5.400 metros cuadrados de superficie útil y una ampliación de un 16,2% de superficie expositiva, con la que se ampliaría la exhibición de fondos y se experimentaría con nuevas narraciones. “El museo quiere un espacio alternativo para terminar de desplegar el potencial de las colecciones. Así como ensayar un nuevo modelo de exposiciones con relatos al margen de la historia del arte. Narraciones más complejas y abiertas”, tal y como defiende Manuel Borja-Villel en el Museo Reina Sofía. Puso un ejemplo con el que podría inaugurarse el edificio reformado: la independencia iberoamericana. “Hay que hacer un gran proyecto sobre la historia”. Por cierto, renuncia a tocarle el Guernica a Borja-Villel, “a pesar de que era lo que quiso Picasso”.
Lo que hace cuatrocientos años fue un palacio brillante que alardeaba con las virtudes de la Casa de Austria en pleno declive, con una rica decoración en la que se repasaban las virtudes bélicas de Felipe IV, lo que hace cuatro siglos emergió como un enorme salón de ceremonias desde el que propagar la fortuna y entereza de un país arruinado, es hoy una suma de salas con las ruinas al aire, los cables y los desconchones, la miseria que oculta un diamante en bruto. Zugaza será el responsable de hacer que en los techos vuelva a brillar el dorado y no ese marrón. Por algo le llaman en los corrillos políticos el “Estado Independiente Zugaza”.
Debemos armonizar la labor de conservación con nuestros activos culturales.
Entre los asistentes se encontraba el ex secretario de Estado de Cultura Miguel Ángel Cortés, que vuelve a tener mucha mano en el actual momento cultural del Ejecutivo, y el ex ministro de Defensa Eduardo Serra.
En su discurso, el ministro Méndez de Vigo aseguró que “España es una fuente de riqueza cultural de primer orden”. “Debemos armonizar la labor de conservación con nuestros activos culturales, porque son la ventaja comparativa de nuestro país”. Volvió a repetir que la Marca España ya no puede ser muestra de las capacidades empresariales, sino de la “imagen de riqueza de nuestro apoyo al patrimonio histórico”. Su mandato será recordado por el recorte de los presupuestos destinados a la protección y conservación del patrimonio.
El Prado rinde servicio al arte, a la cultura y a la ciudadanía.
Cerró con un voto a la esperanza: “Quédense con mi convicción de que estamos contribuyendo a hacer mejores personas y personas más felices a todos los ciudadanos”. La subsecretaria de Hacienda, Pilar Platero, insistió en la alegoría del acto, la bonanza en la que nada el país, que ya “podemos realizar proyectos más atractivos después de pasar una época dura, de años muy difíciles”.
José Pedro Pérez-Llorca, el presidente del Patronato del Museo, asumió las responsabilidades que sobre el museo vuelven a recaer desde hoy. “El Prado rinde servicio al arte, a la cultura y a la ciudadanía. Es una realidad que debe permanecer y permanecerá”, dijo. Subrayó los 20 años que han pasado desde que se firmase aquel pacto de Estado para el trasplante del edificio. “El Prado es un ejemplo de continuidad, porque siempre hubo un objetivo común”.