"Bella entre las bellas". Mika Waltari describía así a Nefertiti, la mujer del antiguo Egipto (con permiso de Cleopatra) más famosa de la historia, en su libro Sinuhé el egipcio. El anuncio de que podríamos estar a punto de encontrar su momia, que estaría en una cámara hasta ahora desconocida adyacente al sepulcro de Tutankamón, ha devuelto a primera línea de la actualidad a quien pervive inmortal gracias al busto conservado en el Neus Museum de Berlín, y que ha perpetuado la leyenda de su belleza.
Sin embargo, sería injusto limitar la importancia de Nefertiti a su aspecto físico. De hecho, y a pesar de las lagunas que persisten en la cronología de los faraones, hoy sabemos que alcanzó una posición y una influencia única entre las mujeres de la Antigüedad, detentando un poder sin límites y encabezando junto a su esposo, el faraón Akenatón, una de las mayores revoluciones de la historia.
Akenatón, faraón de la XVIII dinastía, había sucedido en el trono de Egipto a su antecesor, Amenhotep III, alrededor del año 1352 a.C. Su antecesor había reunificado el reino y lo había inmerso en una época de prosperidad sin límites, en paz con todos sus vecinos y un poderoso comercio que llenaba a raudales las arcas públicas. Parecía que el nuevo faraón, que en un primer momento adoptó el nombre de Amenhotep IV, iba a continuar esta labor.
Sin embargo, lo cierto fue que en el quinto año de reinado tomó una decisión drástica, aboliendo la religión oficial, una fe politeísta que tenía su centro en el dios Amón. En su lugar, el faraón, que cambió su nombre a Akenatón ("útil a Atón") instauró el culto a un único dios, Atón, que por primera vez no era representado con una figura humana ni de animal, sino por un disco solar del que surgían rayos terminados en manos, como símbolo de fuente de luz y vida.
La reina faraón
Como consecuencia de esta iluminación, la poderosa casta sacerdotal fue abolida y sus templos y propiedades incautados porque la nueva religión, en lo que también representó un formidable golpe de estado, reconocía que los únicos interlocutores ante el nuevo dios eran el faraón y su esposa, que fue elevada a un rango similar al suyo bajo el título de "reina faraón".
A partir de ese momento, todas las representaciones del nuevo dios incluían o bien a Akenatón y Nefertiti, o bien a toda la familia, en poses además mucho más naturales: si antes los faraones eran mostrados como seres terribles y poderosos, ahora abundarán las escenas familiares en las que los padres reales sientan a sus hijas en sus regazos o asisten incluso a sus entierros (Nefertiti le dio a Akenatón seis hijas, cuatro de ellas fallecidas muy jóvenes, y ningún heredero varón, lo que llevaría al faraón a engendrar al futuro Tutankamón con una de las princesas supervivientes).
Además, ese quiebro radical llevó al faraón a decretar el abandono de las metrópolis de Menfis y Tebas y la construcción de una gran ciudad en medio del desierto, Ajetatón, hoy conocida con el nombre árabe de Amarna, y dedicada expresamente al culto al nuevo dios. Se levantaron grandes construcciones con amplios patios que servían para el culto a Atón, el sol, pero a la muerte del faraón, y con la casi inmediata vuelta a las deidades anteriores por parte de Tutankamón, la ciudad fue totalmente abandonada y cubierta por las arenas del desierto.
No se sabe muy bien cómo fue el final de Nefertiti. Para algunos, fue corregente junto con su marido, y para otros habría tomado rasgos masculinos para seguir gobernando brevemente bajo el nombre de Semenejkara a la muerte de éste. El hecho de que los soberanos de la XIX dinastía ordenaran erradicar cualquier recuerdo del "faraón hereje" hace que nos falte información para dilucidar si Nefertiti (cuyo padre, un noble arribista, acabó siendo el último faraón de la XVIII dinastía gracias a su parentesco con la antigua reina) se vio arrastrada por el fervor religioso de su esposo, o fue determinante en el nuevo rumbo que tomaría un reinado que terminaría hacia 1336 a.C., con la muerte de Akenatón.
El reinado del hereje sigue siendo uno de los períodos más fascinantes, pero también más desconocidos, de una época en la que los egipcios realmente creían que los dioses caminaban entre ellos. Y de todos aquellos dioses, ninguno más bello, y también más poderoso, que Nefertiti, cuya historia quizá esté a punto de añadir un nuevo y apasionante capítulo.