Juan Giralt renace de las sombras de la Transición
El Museo Reina Sofía rescata con una antológica al pintor que escapó de los referentes locales en los ochenta y noventa.
2 diciembre, 2015 01:14Noticias relacionadas
Desarraigado. Ecléctico. Huidizo. Aislado. Al margen. “La selva de la pintura es tan compleja, tan inabarcable, que debemos elegir o rechazar posibilidades para defender nuestra salud mental”. Palabra de Juan Giralt (1940-2007), artista que se resistió a la forma pura del arte y se entregó al mestizaje de fórmulas y técnicas como base de su trabajo.
“Lo saludable es transgredir sin cargos de conciencia. Ninguna postura excluyente merece ser defendida. La pintura debe profanar cualquier planteamiento teórico”, escribió el pintor que decidió escapar de los grupos y corrientes, de la sombra de los grandes nombres, y sufrió el exilio de los manuales de arte.
Definía al pintor ideal como alguien permeable a todo tipo de contaminaciones, a la contradicción también y, por supuesto, a la duda. Todo lo que enriquece está al margen de lo previsible
“Es un artista que transita los límites y cuestiona su propia práctica en un intento de negar la necesidad del equilibrio o la decantación entre abstracción y figuración”, explica Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, que ha decidido recuperar su peso y su paso con una antología que rompe la línea de silencio que la institución mantiene sobre la pintura de los ochenta y noventa. Precisamente, la explicación a esta línea editorial podemos encontrarlas en las palabras de Borja-Villel sobre Giralt: “¿Cómo logró escapar del impulso homogeneizador que marcó la pintura en la era del desarrollismo?”.
Él mismo, en las pocas notas manuscritas que quiso conservar en los últimos meses de su enfermedad, definía al pintor ideal como alguien permeable a todo tipo de contaminaciones, a la contradicción también y, por supuesto, a la duda. Todo lo que enriquece está al margen de lo previsible, parece indicarnos en esas palabras y en el recorrido cronológico por las cuatro salas del museo. La culminación de su identidad aparece en el espacio dedicado a su producción de los años noventa. La selección de cuadros de gran tamaño convierte el espacio en un salón de reinos pop, donde los lienzos reciben recortes de revistas, palabras, papeles pintados y alguna figura reconocible sobre planos de colores que se superponen y yuxtaponen.
Francotirador sin modas
Su hijo, Marcos Giralt Torrente, escritor, Premio Nacional de Narrativa en 2011 por la novela Tiempo de vida (Anagrama), en la que narraba su relación con su padre, ha dedicado estos años a recopilar la obra perdida de Juan. Explica que ha repasado la agenda de su padre para preguntar y localizar obra. Sólo en los últimos 15 años llevó un cierto control sobre la vida de sus creaciones. Por eso ha habido sorpresas y descubrimientos y otras obras de las que no ha quedado ni rastro. Le prometió que pelearía por devolverle al reconocimiento del que no debería haber desaparecido.
“Una constante al hablar de Juan Giralt en los artículos que se escribieron sobre su obra a partir de los años noventa es señalar su condición de solitario, de francotirador ajeno a modas”, cuenta Marcos. Como este artículo. Cuenta que la insistencia en catalogarle como “pájaro solitario” obedece a la dificultad para explicar la evolución de su obra. Juan Giralt siempre fue un recién llegado, un pintor sin historia, un artista que rehuyó hasta de su propia sombra: “Aunque no se pueda evitar ser siempre el mismo, procuro no pensar en bloques ni trabajar en series para eludir esa sensación que me producen muchas exposiciones de haber sido pintadas en quince días”.
En el viscoso piélago de mi tiempo detenido flotan entremezclados Guston y Uccello, Mondrian y Velázquez, los grabados de Utamaro y los anónimos retratos de El Fayum. Nosotros, los pintores, merodeamos alrededor
Huyó de los referentes locales y se trabó con la modernidad que fue encontrándose en Londres, París, Nueva York, desde la abstracción expresionista norteamericana, primero, a la nueva figuración. “El canon de los años sesenta y setenta se fijó en los ochenta a partir de las figuras que supieron recolocarse en esa ajetreada década en la que, a la vez que el mercado se expandía, surgían nuevos y fulgurantes artistas en escena, y, quienes como él, no estaban allí en el momento en que quedó fijado, simplemente desaparecieron, se los borró retrospectivamente”, escribe Marcos sobre las razones que convirtieron a su padre en un artista reconocido pero invisible. Era la Transición, el sálvese quién pueda. Todo era Gordillo o nada. Nada.
El escritor mira uno de sus grandes lienzos, señala la ironía de algunos gestos de su padre al incluir fotografías recortadas de revistas o escenas costumbristas de caza de cuadros del Rastro. “Siempre he dicho que está entre Matisse y Mondrian”. De hecho, en el texto que se rescata en el catálogo se comprueba ese eclecticismo: “En el viscoso piélago de mi tiempo detenido flotan entremezclados Guston y Uccello, Mondrian y Velázquez, los grabados de Utamaro y los anónimos retratos de El Fayum. Nosotros, los pintores, merodeamos alrededor”. Juan Giralt, el merodeador que ha regresado de las sombras para quedarse en el centro.