El Greco baila sobre sus cuadros. Rectifica sobre la marcha, superpone elementos sobre otros y deja un rastro de cadáveres que nunca llegarán a salir a la superficie. El proceso de creación de un cuadro del pintor griego, italiano y toledano recuerda a la formación de la identidad de una persona: la vida discurre en zigzag y cada paso que damos provocamos una muerte y dejamos un ejército de cadáveres. Todos esos que no fuimos. Todos aquellos gestos del pintor que no fueron. Todo esa materia de la que emerge una imagen, que guarda en su interior cientos de trazos aniquilados. Descartes sumergidos bajo la última capa, esenciales para la final. Un cuadro, una vida, miles de muertes.
Durante su carrera como historiadora del arte, Carmen Garrido se ha dedicado a descubrir el rastro oculto de grandes pintores como Rubens, Velázquez, Picasso y, nuestro protagonista hoy, El Greco (1541-1614). El Museo del Prado publica un estudio técnico de la obra del pintor, realizado en el Gabinete de documentación técnica de la pinacoteca, cuya interpretación crítica ha desarrollado Garrido, responsable del mismo hasta 2012.
Dice que su trabajo ha sido ver cómo pintan los artistas. La paradoja es que para ver, para estudiar la marca y la técnica, la personalidad del pintor, debe acudir a lo que no podemos ver. Macrofotografías, radiografías, reflectografías, ultravioleta, estratigrafías, estudios de soportes, pigmentos y aglutinantes. El Greco ya no está, pero se conserva intacto.
El Greco fue alumno de Tiziano en Venecia y arrastra la influencia veneciana a la tradición española, de la que beben nuestros grandes pintores
Ha estudiado durante tres décadas las más de 150 obras atribuidas al pintor, al taller y seguidores. Ha descartado del catálogo todo lo que no era del artista y se ha quedado con 34 pinturas originales que revelan los secretos de una de las técnicas más prodigiosas de la historia de la pintura, tan fogosa como su propio carácter.
Mientras trabajó en el Museo del Prado analizó más de 3.000 obras de la colección. Tiene el ojo entrenado. “El Greco fue alumno de Tiziano en Venecia y arrastra la influencia veneciana a la tradición española, de la que beben nuestros grandes pintores”, cuenta. Se refiere a Velázquez, Goya y Picasso. Cada uno parte del anterior para dar un paso adelante en la técnica. “Hay cuadros de Velázquez en los que aparece muy clara la influencia del Greco”.
Según esta mirada que arroja la investigadora podría considerarse al Greco como el primer pintor de la tradición propiamente española. La fuente de la que todos beben para trabajar alla prima, es decir, directamente sobre el soporte, sin prepararlo, sin dibujarlo, sin estudiarlo, hacerlo como un fogonazo, corregirlo mientras avanza. Identidad por intuición. Todos son pintores de transparencias, de finísimas veladuras que se van superponiendo, capa a capa, hasta lograr el color y el tono.
Utiliza el detalle, el brochazo, lo usa todo para pintar, no descarta sus dedos. Es tan fogoso dentro y fuera del cuadro
Pinceladas mínimas que se sumas unas con otras, cargadas de colores primarios que se encadenan y contrastan. Rojo, amarillo y violeta. Los colores que no se entendieron ni fueron capaces de asimilar los limitados ojos de Felipe II. Rechazado y menospreciado por sus contemporáneos, por los que vinieron más tarde, por todos esos que no soportan que los renglones torcidos alteren el guion de la Academia y del canon.
Al Greco le incomodan las camisas de fuerza, como queda patente en El entierro del Conde Orgaz, en La inmaculada Ovalle y en El expolio. Utiliza el detalle, el brochazo, lo usa todo para pintar, no descarta sus dedos. Es tan fogoso dentro y fuera del cuadro, “tan moderno”, dice Carmen. Tanto que tuvo que esperar a finales del siglo XX a ser descubierto. El expresionismo alemán se inspiró en su falta de decoro. Fueron los primeros en adorar a quien hasta ese momento era un “loco, desequilibrado mental, mal dibujante, mal caricaturista, pintor de los espectros, de crueles borrones, tétrico de los atormentados por la inquisición, de torpes manos...”. Negligencias escritas en 1914, que quedan enterradas con este volumen de casi 500 páginas.
“Sorprende la conservación de sus mezclas de pintura, realizadas con materiales limpios y saturados que el pintor obtuvo ya desde un principio en Italia”, explica Garrido. La maestría del pintor deslumbra en los bordes de los pliegues de las telas, reforzados con trazos más luminosos. También aprende en Venecia a perfilar las figuras con negro o blanco, para adelantar (blanco) o retrasar (negro) algún detalle de sus cuerpos o vestiduras, objetos de la composición. Junto a las pinceladas finas y transparentes, otras a base de toques rápidos, como si fuera una personalidad deshecha, múltiple, que oculta la profunda elaboración de la identidad de un cuadro.