La pintura ha vuelto a las manos de la política para decorar el debate de la investidura, que por momentos se ha convertido en embestidura en la que unos y otros se han tirado los trastos y los cuadros. Pablo Iglesias desmontó la imagen de abrazo democrático, en un pacto vitaminado por el neoliberalismo y la socialdemocracia, y la cambió por la de la humillación de los votantes de la izquierda, con Las lanzas. El Hemiciclo se convirtió en una guerra cultural, donde se reforzaron las posiciones particulares acudiendo al índice de las Páginas Amarillas de la historia del arte y la literatura. Así podría quedar el museo de la investidura (al borde del fracaso).
“El abrazo” (1976), de Juan Genovés
En enero el cuadro de Juan Genovés salió del olvido de los almacenes del Museo Reina Sofía para llegar a las paredes del Congreso de los Diputados. Llegaba con cuatro décadas de retraso, con la intención de convertirlo en un símbolo de la nueva España, obviando que alude a la vieja. Como recordaba su autor a este periódico, entonces, en 1976, “la gente quería cambiar el país y ahora sospechan de los políticos, que se enfrentan con un lenguaje de párvulos”. Y añadía mucho más cruel y certero: “No pueden tener fe en los políticos, porque están fuera de la sociedad”.
Hace unos días, Pedro Sánchez y Albert Rivera pintaron su acuerdo con el cuadro de Genovés de atrezzo. Parecía el fondo perfecto, quizá demasiado obvio. El símbolo que se perseguía por ambos partidos es el que defendieron en el debate de la investidura: la bandera del diálogo y el encuentro entre políticas diferentes en cumplimiento del deber por encima de cualquier sentimiento personal o partidista. “Trabajemos más por los españoles y menos por nuestros partidos”, dijo el líder de Ciudadanos. Otra pintura representativa de este mensaje político es El juramento de los Horacios, de Jacques-Louis David. “No les pido que se sumen al acuerdo [al cuadro], pero dejen trabajar a los demás” y “prefiero ser útil a importante”.
“Las lanzas” (1634), de Diego Velázquez
Pablo Iglesias desmonta esta idea conciliadora nada más tomar posesión de la palabra parlamentaria. No es un abrazo, es una traición. El PSOE ha sido desleal con sus votantes por haber pactado con un partido que es “la marca blanca del PP”. El acuerdo le permite a Iglesias seguir esquilmando votos de su principal competidor. Para anular el abrazo, el líder de Podemos recupera la rendición de Breda: el general Spínola, con su mano derecha sobre el hombro de Justino de Nassau, refuerza el tono amable de la escena humillante.
El vencedor del asedio a la ciudad, al mando de 40.000 hombres por orden de Felipe IV, es cortés con el general holandés, rendido, entregando las llaves. En la visión de Iglesias, Spínola -calzado con botas de piel y banda carmín que cruza la armadura pavonada con adornos de oro- es Rivera y Justino de Nassau -que le entrega las llaves de la izquierda-, Sánchez. La verdad tampoco es el propósito del artista programado por la Contrarreforma, absorbido por la propaganda: España fulmina el sueño independentista holandés y Velázquez lo pinta a cámara lenta. La clemencia es un elemento decorativo de los pintores realistas.
“La lucha de los Mamelucos” (1814), de Goya
“Verdad” es una palabra que puede cesar, como “corazón”. La verdad no paga las facturas. La verdad es soberbia, una herida irracional que no perdona ni permite condiciones. La verdad es tajante e inflexible, por eso el arte nunca la tiene en cuenta cuando se pone al servicio de la política. Sólo Goya, y no siempre, se atrevió a comprometerse con fidelidad a los hechos. La lucha de los Mamelucos, en el Museo del Prado, es una de esas pinturas testimonio, que representan la protesta y la rebelión, el cabreo y la subversión. La toma de la plaza. Una marabunta enfurecida se abre camino a palos, hartos y sin miedo. Las tropas de élite sucumben, arrolladas por la violencia.
Sin llegar a la sangre, Pablo Iglesias ha recuperado el discurso más atrevido y de base contra “la casta”, pero sin mencionarla. Él ya es stablishment. Ha adelantado por la izquierda a Pedro Sánchez, lo ha arrollado. Ha conseguido que la socialdemocracia de su rival parezca dinamita neoliberal. Ha recordado al candidato a la presidencia que ha convertido al partido de los obreros en el partido de los “oligarcas”; ha hecho Memoria Histórica, desde Salvador Puig Antich a Indalecio Prieto; le ha recordado que tiene el pasado manchado de “cal viva”, en alusión a los GAL. Y Sánchez, atribulado, respondió con un lacónico “decídase por el cambio o la continuidad”. Los Mamelucos de Iglesias han dejado claro que nanay al pacto. Prefieren el derribo.
“La balsa de la Medusa” (1819), de Gericault
El 5 de julio de 1816, la fragata Medusa encalla ante la costa de Mauritania. Mueren 149 personas. Los supervivientes van a la deriva sobre una balsa maltrecha; 15 de ellos son rescatados tras pasar 13 días en el mar. Théodore Géricault (1791-1824) recrea el viaje de los muertos vivientes, desesperados, pero descarta incluir las escenas de canibalismo (que había preparado). En lo alto de la balsa parece verse a Mariano Rajoy haciendo señales de socorro: “Le dije al rey que no podía, porque usted no quería”, entonó la excusa del presidente en funciones y jefe de la oposición al aspirante Sánchez.
Rajoy empezó la mañana dicharachero como Chris Rock, en la gala de los Oscar. Pizpireto y bravucón, reconstruyó la historia española desde el 20-D y jugó a la oposición más sarcástica. Chistes y descalificaciones, sarcasmo y la sensación de naufragio absoluto. La ironía es la tabla de salvación a la que se ha agarrado para justificar dos meses de parálisis y una votación en contra del pacto PSOE-Ciudadanos. “Con la apatía y la pereza no se cambiarán las cosas nunca”, le ha reprochado Rivera, avisando de que no habrá “fierabrás” para los perezosos. “Si permiten este acuerdo, contaremos con ustedes”, añadió el líder de la formación naranja. Pero Rajoy, el náufrago, se resiste a desaparecer entre las aguas, junto con el rigodón y los florilogios.
“Los amantes” (1928), de René Magritte
Y Pablo Iglesias bajó al ruedo para besar en los morros a Xavier Domènech (En común podem) y la épica elitista y maquillada volvió a quebrarse. Y apareció un nuevo disfraz, porque el Hemiciclo es el mayor teatro de España. Ese pueblo ejemplar y embellecido como ángeles al margen de la realidad, que hemos visto estas cuatro décadas, parece dejar paso a otro tipo de representación: el de la diversidad. Rajoy dijo en su día que ellos no buscaban a sus candidatos en las cafeterías. Ahora entendemos el porqué de la sorpresa de los ministros De Guindos, Alonso y Tejerina ante el pico de los dos compañeros. Por algo Fidel se bajaba siempre del avión en la URSS con el puro en la boca...
La aprensión de Magritte al retrato hizo ocultar las intenciones de los amantes y sus rostros. Parece decir que lo oculto tiene más importancia que lo reconocible y que los gestos convertidos en iconos (un morreo en la Cámara Baja es la imagen del año) carecen de todo menos de provocación instantánea. Suponemos que el cuadro está protagonizado por un hombre y una mujer, que es un beso desapasionado y sin espontaneidad; que por ser observado y analizado, aniquilado. También podría referirse el pintor belga a la ceguera del amor y al goce de la misma. Iglesias y Domènech han llevado a la Cámara un beso de Super Bowl. Ni mudo ni ciego. Como dice Josep Ramoneda, "la política está hecha cada vez más de gestos para el consumo".