Palamós

En un puerto de mar, una merluza congelada y rebozada estilo comedor escolar. Eso es el menú del día de 15 euros, en una playa que los folletos turísticos dicen es de arena rosada. Palamós es la capital de la gamba de Palamós y un pelotazo turístico que en invierno queda en letargo, embalsamado en la tercera edad y en las expectativas de la temporada alta. “Es el lugar más pobre y lujoso de Europa”. De ese Palamós de hace casi cien años, que es el que describió así Salvador Dalí, apenas queda una aldea de pescadores escondida tras la línea de hoteles que se atrincheran en el paseo marítimo. El pintor surrealista disfrutó de los momentos de mugre y esplendor de una preciosa aldea aislada por carreteras imposibles, intratables hasta para un Rolls Royce.

Fue en aquellos días dorados de incomunicación y autenticidad cuando el pintor Josep María Sert, íntimo amigo de Dalí y Gala, hace de la villa su retiro dorado. En 1930, tiene 55 años y vuelve a casarse, ella tiene 19 y es una noble húngara, Roussadana Mdivani. Europa caminaba de puntillas entre guerras y el artista barcelonés atendía encargos de aristócratas, banqueros y millonarios de Europa y EEUU, mientras se entregaba al auge republicano de los primeros pasos políticos del catalanismo.

La playa de arena rosada de Palamós Alberto Gamazo

Todo era bienestar, todo podía ir a peor. El primer golpe en la vida de Sert es la muerte de su cuñado -el príncipe Alexis-, en una de esas malditas carreteras que conducían a Francia. Su coche de lujo no resistió y murió en el acto. Roussadana no quiso volver más a Mas Juny, un paraíso entre pinos con embarcadero, que hoy haría saltar todas las alarmas de la Ley de costas.

Ese mismo año, el 12 de agosto de 1935, Sert entrega al Ayuntamiento de Palamós una dramática alegoría sobre la república catalana. Es un lienzo de casi tres metros de alto por tres de ancho. Lo regala, en un gesto altruista que queda recogido en las actas municipales, guardadas en el archivo municipal de la localidad, que alaban al célebre artista “gloria d'Espanya i orgull de Catalunya”.

El patrimonio está por encima de las ideas políticas

Noventa años después sigue en la Sala de Sesiones del Ayuntamiento de Palamós, a la vista de las bodas y actos especiales. No es una estancia de uso habitual, está reservada a la actividad diplomática y protocolaria, nos cuenta el alcalde Lluis Puig i Martorell, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Es amable, es atento y no piensa descolgar el cuadro. “El patrimonio está por encima de las ideas políticas”. Puede repetir eso, por favor. “Claro, es que soy profesor”. Ah, sí, ¿de qué? “Educación Física. Ahora estoy de tránsito sirviendo a mi pueblo”, dice con una sonrisa gigante.

No hay razones para hacer desaparecer esta alegoría de la soberanía catalana, que sufrió los vaivenes ideológicos de su autor y terminó maquillando, en cuestión de meses, su idea original hasta convertirla en una versión ideal del estado franquista. En 1936, Sert retira el cuadro con el consentimiento del Ayuntamiento y se lo lleva a Mas Juny, donde alterará el sentido de su alegoría: la bandera que cubre la escena era una alianza entre Cataluña y la República, representada por las dos banderas unidas en una sola. El morado pasa a ser rojo y la República desaparece.

La bandera que cubre la escena era una alianza entre Cataluña y la República, representada por las dos banderas unidas en una sola. El morado pasa a ser rojo y la República desaparece

Josep María repintaba la bandera y sus ideales. Sert decidió aniquilar su anterior ser, acabó con las pruebas que le vinculaban con su tierra y la República. Era un pintor con dos o tres banderas, que sumaba una más: la de la salvación. La bandera de la supervivencia se ríe del arte y de la política. ¿Cuánto tarda alguien en reconstruir su pasado? Con un brochazo colorado basta. Toda una vida para construirse, un instante para reconstruirse.

El país cambia a golpes (de Estado) y Sert se olvida del Sert original, el que había pintado para el consistorio de La Bisbal otra alegoría de la supremacía catalana: Els Segadors, fervor catalanista a pleno rendimiento, en el que recrea el levantamiento secesionista de carácter agrario contra la monarquía de los Austrias (1640-52). Olvida también a ese decorador de espacios públicos que resaltó la raza vasca con una proeza marinera, en los murales de la iglesia de San Telmo de San Sebastián.

Detalle del cuadro de Sert, La república de los pescadores

Sert se adapta rápido a su nueva versión y en 1937 entrega al Vaticano una inmensa tela para el Pabellón Pontífice de la Exposición Universal de París, de 1937, en la que Santa Teresa aparece intercediendo con Cristo crucificado, por el alma de los caídos del Ejército franquista en la Guerra Civil. Esta tela coincidió en el evento internacional con el Guernica de Picasso, situado en el Pabellón de la República, con el que ya no comulgaba. El Estado compró hace unas semanas este “anti Guernica” al Museo Reina Sofía por 12.000 euros, tal y como adelantó este periódico.

Sert quería hacer desaparecer La República de los pescadores del Ayuntamiento de Palamós. Cuando el consistorio se lo reclamó al acabar la guerra, el pintor catalán dijo que prefería cambiárselo por otro. Uno más propio de los nuevos tiempo, más alineado con sus nuevos pensamientos: la Santa Teresa intercediendo por los caídos franqusitas, así lo recogen los archivos locales. El alcalde se opone y el artista devuelve con sorpresa la gran alegoría catalana. La bandera republicana ha desaparecido y, ahora, el hermanamiento es entre la España de Franco y la Cataluña de Franco.

Todos los personajes están pintados en el mismo tono, incluida la gran dama que dirige la operación salvamento en alta mar. Ella es Cataluña, el barco es la república de los pescadores

¿Cree posible esa alianza entre España y Cataluña en 2016? Le preguntamos al alcalde. “No”, responde rotundo y encantador. “Para mí ese hermanamiento no es posible”. ¿Devolvería el cuadro a su estado original, sin el rojo español y con el morado republicano? “De ninguna manera. Eso es algo que sólo podría hacer el pintor...” Entendido, “no podemos pedírselo”.

El lienzo preside la estrecha estancia: una barca repleta de pescadores trata de remontar un oleaje bravísimo, la proa parece hundirse por cargar el fruto más preciado, una langosta gigante. Uno de los ocho pescadores se quita la barretina y la sacude, como queriendo indicar algo. Quizá el camino. Las crónicas dicen que entre los marineros Sert incluyó el rostro de Dalí, por su estrecha amistad. La verdad, cuesta reconocerlo entre esos gestos exagerados de miedo y espanto, tan próximos al Goya más grotesco y negro.

Como todas las alegorías, La República de los pescadores se apoya en el exceso y el drama para fijar y multiplicar el mensaje. Si hay una langosta, debe ser inmensa. Si hay pescadores, deben ser fuertes como titanes, forzudos a lo Miguel Ángel, resistiendo con sus remos la zozobra. Y si hay mar, por supuesto debe ser temerario y dorado y sepia. Todos los personajes están pintados en el mismo tono, incluida la gran dama que dirige la operación salvamento en alta mar. Ella es Cataluña, el barco es la república de los pescadores.

Acta de recepción de la obra por el Ayuntamiento de Palamós Alberto Gamazo

Lo bueno de las banderas es lo bueno de los disfraces, que te los quitas cuando acaba el Carnaval. Lo bueno del arte es que es una ilusión que demuestra lo poco que importan las banderas, los símbolos y el arte mismo. Al desahuciar las intenciones originales con las que pintó la obra, Sert confirmó que el arte es pura decoración al servicio del gusto político, que los cuadros que se pintan para ensalzar unos valores, pueden ensalzar otros según quien los interprete.

La República de los pescadores no sólo perdió sus colores, también alteró su título con la llegada franquista: con la dictadura, la pintura pasaba a llamarse La barca de Cataluña. “¡Qué magnífica sinfonía de esfuerzos titánicos, de oleajes encrespados, de hiperbólicos bajeles que clavan en cielos aborrascados un sensitivo boscaje de arboladuras!”, escriben sobre su obra. El franquismo reinterpretó con alegría la versión republicana de uno de los pocos artistas alistados a las filas de su propaganda. Una vez más el arte, una ilusión variable.

Sert confirmó que el arte es pura decoración al servicio del gusto político, que los cuadros que se pintan para ensalzar unos valores, pueden ensalzar otros según quien los interprete

Es difícil reconocer a Dalí entre los personajes, pero es fácil ver a Sert como uno más de ellos. En zozobra. El hombre que quiso dar el cambiazo a Palamós: una santa protectora franquista por el pueblo que llevaría a Cataluña a dirigir su propio destino.

Pero Sert se había subido a una barca que no le garantizaba nada. Su administrador, quien resolvía sus problemas, su mano derecha, Dídac Garrel, de Acció Catalana-Esquerra Repuplicana de Catalunya, es ejecutado en juicio sumarísimo, el 12 de agosto de 1939. Tenía 55 años. Sert en esos días trataba de salvar el Tesoro Artístico español, las joyas patrimoniales que la República había sacado del Museo del Prado y colecciones, y en esos momentos andaba en la frontera francesa (repartida en Figueras, Peralada, Damius y Lavajol).

Gracias a sus contactos había organizado un Comité Internacional, con especialistas de Francia, Bélgica, Holanda, Inglaterra y Suiza. El grupo negoció con la República la entrega de los cientos de camiones cargados con pintura, que harían parada en Ginebra para exponerse antes de regresar a la nueva España, la de Franco. Sert escribe que desde 1937 estaba preocupado por la seguridad de las obras “que los rojos paseaban por España”. En esa misma carta se refiere a la República como el pseudogobierno de Valencia.

Lluis Puig i Martorell, alcalde de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) junto al cuadro Alberto Gamazo

“Las tropas rojas en derrota, retirándose hacia dicha frontera, podía fácilmente preverse un enorme desastre. Era de temer la destrucción por la guerra, el saqueo por los rojos fugitivos o que el gobierno rojo usara la prensa para un fin cualquiera”. Sert, un año después del inicio de la guerra, dos años después de pintar sus alegorías.

En 1940, después de que la operación salvamento llegara a buen puerto, nuestro protagonista escribe al Ministro de Asuntos Exteriores pidiendo que España abone la deuda con el Comité que logró llevar a cabo la salvación. Pero el gobierno de sus nuevas ideas responde a su reclamación que no reconoce a ese Comité, porque “el grupo que lo constituye mantuvo contacto con los rojos, no tuvo ninguno con los organismos o con los representantes del gobierno nacional” y que en vista de ello, “el gobierno español no reconoce ninguna deuda suya para los reclamantes”.

Sert se había subido a demasiadas barcas como para saber que sólo podía esperar traición y decepción. No mejoró con las versiones que se inventó de sí mismo, como no hizo con los pescadores que aguantan el chaparrón en un ayuntamiento secesionista que lo respeta tal y como es ahora.

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