Jesusa Vega, exdirectora del Museo Lázaro Galdiano y catedrática del departamento de Historia y Teoría del arte de la Universidad Autónoma de Madrid, es una de las referencias más independientes de la museografía española. Especialista en siglo XIX y Goya, en esta entrevista demuestra una visión al margen de los caminos explorados y reiterados por los museos contemporáneos.

¿Qué papel juegan los museos en la actualidad?

Tenemos que partir de lo que significa la institución museo hoy: el museo es un lugar físico y conceptual donde se encuentran depositados para su conservación objetos producidos por el hombre que sirven de perchas a su propia memoria. En este sentido todos los museos son iguales, siendo indiferente la temática. La memoria humana, individual o colectiva, es frágil y, si no nos quedan vestigios físicos, tangibles, olvidamos; todo desaparece sin dejar rastro. El museo es el lugar físico donde está depositada una parte de nuestra memoria colectiva. Ahora bien, como decía es un espacio conceptual. Todo lo que llega a un museo ha salido de la vida cotidiana y ha perdido su contexto. En consecuencia, cuanto más descontextualizado está el objeto mas fácil es su manipulación y su utilización por parte de los que dirigen el museo.

¿Los museos manipulan la memoria?

Hay que tener en cuenta que también se selecciona lo que se quiere que pase al museo, de modo que la memoria que quedará será la de aquellos que deciden qué se conserva y que no, silenciado lo que no nos interesa recordar. Por ejemplo, en el museo del Real Madrid (que es uno de los más visitados de la ciudad), si no se visualiza una determinada temporada porque fue negativa, ésta se desvanece y así no entra en contradicción con el discurso triunfante que rige la contextualización de las piezas.

¿Y qué ocurre con todo lo que no es arte?

En un museo de arte todos aquellos materiales que no han recibido la etiqueta de ser arte, no caben, desaparecen y con ellos todo ese grupo social que se identificó con ellos. Desde este planteamiento, cuando una persona o una sociedad se identifica más con los museos de otra colectividad o sociedad y no con los propios quiere decir que los museos no están atendiendo las demandas y necesidades de la sociedad que lo sustenta y vivirán de espaldas. Difícilmente un museo que de la espalda a la sociedad que lo mantiene podrá salir adelante.

¿Cuál es la misión de un museo? ¿Quién define su misión: la dirección, el patronato, los conservadores, el gusto del público?

Al hablar de museos la palabra “misión” yo la sustituiría por la palabra “función”, sobre todo, por la gran crisis que estamos viviendo y la pérdida de función en los museos. Todos los museos comparten las mismas funciones, y los diferencia su finalidad que viene dada por la naturaleza de las colecciones que lo forman. Así, el Museo del Real Madrid se centrará en el fútbol y el deporte; el Museo de América, en la cultura americana.

¿Y cuáles son sus funciones?

Sigo pensando que las funciones básicas de los museos son las que figuran en la definición que asumimos en la ley del Patrimonio Histórico Español de 1985, que es la dada por el ICOM. “Son museos las instituciones de carácter permanente que adquieren, conservan, investigan, comunican y exhiben para fines de estudio, educación y contemplación conjuntos y colecciones de valor histórico, artístico, científico y técnico o de cualquier otra naturaleza cultural”. La sociedad debe demandar que se cumplan estas funciones y para que se puedan llevar a cabo es preciso que la disciplina de base del museo, que viene dada por sus colecciones, sea la que rija sus designios auxiliada por disciplinas afines y complementarias. En un museo de arte la disciplina es la historia del arte.

Si los museos son públicos y accesibles para todos, ¿se cumple con las buenas prácticas para elegir al director?

Una de los principales retrocesos que hemos vivido en estos años, en relación a los museos públicos, es que se han ido sustrayendo a la gestión pública y en esa misma medida retrayendo del cuerpo de funcionarios públicos especializados (el cuerpo de conservadores de museos). Tenemos que diferenciar entre lo que está ocurriendo en los museos de titularidad pública cuya gestión se ha privatizado —es decir, se ha hecho en ellos lo mismo que se ha pretendido hacer en diferentes comunidades con la sanidad pública—, de los que siguen siendo atendidos por funcionarios. En estos últimos la dirección se hace por concurso entre funcionarios, mientras que en los primeros se puede designar libremente y, como consecuencia de su politización, el nombramiento depende del responsable político de turno.

¿Cómo ha evolucionado el concepto de museo como institución desde el siglo XVIII, cuando se definen por primera vez la función y obligación de estos centros?

Efectivamente el museo es una institución cuyo origen se encuentra en el siglo XVIII, es el llamado museo revolucionario, consecuencia de la nacionalización de los bienes de la corona y la nobleza que tuvo lugar en Francia y que alumbró el Museo del Louvre. Desde entonces la historia del museo ha sido el de la progresiva apertura hacia la sociedad, estando al servicio de ella, siendo prioritaria la función educativa. En el devenir de los tiempos esta función se fue complementando con las otras que lo definen y que son las que señalábamos más arriba al hablar de la definición dada por el ICOM, considero que todas ellas son igualmente obligadas y que habría que profundizar en la idea de museo al servicio de la sociedad.

Usted es partidaria de volver al modelo gratuito de museo. ¿Es esto posible?

En mi opinión uno de los grandes fracasos de nuestra democracia ha sido ese: no considerar como prioridad la gratuidad de los museos porque, además de dar acceso a todo el cuerpo social se hubiera podido educar en la visita cotidiana a los museos a una sociedad que siempre ha sido deficitaria en este aspecto. La gratuidad habría asegurado un lugar para ellos en los presupuestos generales del Estado, en coordinación con los presupuestos autonómicos o municipales. Esto permitiría redistribuir los recursos así como racionalizar el gasto y la inversión.

¿Por qué no se ha hecho?

La política que se ha seguido es la opuesta y hemos llegado a la situación paradójica de que el museo que más recursos tiene y el que más presupuesto tiene, el Museo del Prado, en lugar de exigirle más se le ha dado capacidad de endeudamiento, porque se ha optado por ese modelo de gestión. De modo que ante sus pérdidas no sólo no exigen responsabilidades, sino que tienen que ser asumidas por el erario público que para hacerle frente echa mano del presupuesto del resto de lo museos estatales.

¿Qué responsabilidades tiene la Secretaría de Estado de Cultura, el supuesto órgano rector?

Aparentemente, su gobernanza alcanza al Museo del Prado, el MNCARS y el Thyssen, pero la realidad no es así. Así se explica que al poner en marcha un programa titulado “Nuestros Museos” estos citados no entran en el listado. Es la confirmación de que “no son nuestros”. En consecuencia, la creciente desigualdad social la podemos ver claramente reflejada en los museos a pesar de que sus colecciones son tan importantes para nuestra memoria colectiva como los del Prado, el Reina o la Thyssen, pues estoy hablando del Museo Arqueológico Nacional, el Museo de América, el Museo Nacional de Escultura, el Museo de Arte Romano, etc.

¿Cuál es la situación de los otros museos, los museos estatales?

Estos museos son maltratados por quienes deberían defenderlos, pero esto tampoco es extraño dada la falta de sensibilidad de los políticos responsables. Hay museos estatales, es decir, hay algunos de “nuestros museos” que todavía están esperando la visita, aunque sea de cortesía, del actual Secretario de Estado. En cuatro años no ha tenido un minuto para acercarse y saludar. Me gustaría saber cuántas veces ha estado en esos museos que “no son nuestros”.

¿La museología persigue la ética?

La museología tiene que reflejar la ética institucional, pero ésta va mucho más allá de ella. En el caso español, sólo podemos remitirnos al código deontológico profesional de museos del ICOM, que en mi opinión es claramente insuficiente. Al ser un texto que tiene que servir a la comunidad universal, no atiende a los casos particulares. Pienso que la sociedad española tiene un grave déficit en este sentido, los escándalos con los que nos desayunamos a diario son consecuencia de ese déficit y los museos, al ser parte de esa sociedad, son un espejo donde mirar.

¿Qué medida de urgencia debemos acometer en los museos?

Pienso que urge la redacción de un código ético para los museos de titularidad pública, donde tanto los ciudadanos como las instituciones sepan cuáles son los derechos y deberes. Esto a la vez que daría transparencia a las instituciones y serían públicos, por ejemplo, los protocolos, el nombramiento de los directivos o la política de adquisiciones.

¿Los museos dan más importancia al número de visitantes que a las colecciones que presentan? ¿Se han convertido en “parques de atracciones culturales”?

Pienso que el número de visitantes es una de las grandes falacias en la que nos encontramos atrapados. En una sociedad que tiene que cuantificar el éxito la solución que se le ha dado en relación a los museos es contar los visitantes. Basta acercarse a lo publicado por este periódico para ser consciente de que las cifras no son reales, porque los sistemas de control, en realidad, no son serios. Pero en el fondo da igual.

¿Cuál es el éxito del museo?

El éxito del museo está en la calidad de la visita y en su capacidad para acercarse a todo el cuerpo social. Que yo sepa, hasta ahora, esto no se tiene en cuenta. Por ejemplo, podemos saber el número de comidas escolares que da una determinada contrata, pero si no tenemos en cuenta la calidad de los alimentos, la distribución de los mismos en el horario escolar, y las posibilidades de atender las necesidades especiales, realmente no sabemos nada. Y no podemos calificar de exitosa esa empresa. El alimento cultural es igual: de nada sirve un atracón y siete semanas sucesivas de ayuno. Al final, te encuentras con la desnutrición o mal nutrición que es perniciosa.

¿Qué siente al ver a los directivos de los museos rivalizar entre sí?

Es patético. Pero es la demostración de la sociedad que estamos construyendo, donde la solidaridad y el diálogo brillan en muchas ocasiones por su ausencia. El espectáculo que hemos vivido entre el Museo del Prado y Patrimonio Nacional se puede calificar de esperpéntico, pero también ilustrativo de las rivalidades personales. Este es uno de los males de la sociedad española, que las personas tienden a situarse por encima de las instituciones y proyectar sobre ellas sus ambiciones y frustraciones. De todos modos, esto no es particular de lo público. Hace poco hemos visto cómo un presidente de una empresa de comunicación potente proyecta su problema personal sobre ella, sin que nadie desde dentro haya levantado la voz o haya ejercido el menor indicio de crítica.

¿Considera que los museos están implicados con la sociedad a la que pertenecen o simplemente se implican con los intereses de sus directores?

Creo que en buena medida la respuesta está en el párrafo anterior, de todos modos no se puede generalizar. Habría que acercarse a cada museo para ver su relación con la ciudadanía. Creo que sería algo positivo, porque estoy segura de que hay museos en España que están haciendo una labor interesante, pero al no ser parte de los “museos espectáculos” no salen en las noticias. Me imagino el desaliento que deben sentir todos estos directores de museos donde, además, rige el voluntarismo

¿Voluntarismo?

El voluntarismo la vez es su perdición porque como hacen que la institución funcione en lugar de premiarles dándoles apoyo económico y difusión, los exprimen más. No me cabe ninguna duda de que la mayor parte de la actividad que desarrollan los museos estatales es a pesar de los políticos de turno.

¿Somos consumistas también en los museos?

Es una pena que no esté traducido el libro de Karsten Schubert, porque su pregunta encuentra la respuesta en ese libro donde desarrolla la dramática transformación que ha sufrido el museo. En todos los casos, no obstante, el museo es un reflejo de la ideología dominante y es expresión de la sociedad en la que se inscribe. En el caso español llevamos años apostando por un capitalismo desatado, en el que se nos trata de convencer que la sociedad del bienestar es un lastre. Tratan de convencernos de que era una utopía, de modo que todas aquellas instituciones que nacieron para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos en general han sido cuestionadas y están perdiendo la partida.

¿Y cuál es la consecuencia?

El museo ha entrado en esa dinámica de usar y tirar, porque no cabe duda que se han invertido los términos, los esfuerzos van dirigidos a las exposiciones temporales y no a la exposición permanente. En la mayoría de los casos, detrás de las exposiciones sólo hay marketing y espectáculo. Ni se ha generado nuevo conocimiento, ni se ha afianzado en las funciones del museo, a veces es todo lo contrario. Con las obras de la colección se montan exposiciones cuyo acceso es restringido, pienso en algunas de las organizadas recientemente por el museo del Prado, que, a pesar de ser piezas de sus fondos, como se consideran exposiciones temporales no forman parte de la visita gratuita a partir de las 6 de la tarde. Y entonces siempre miro a la Fundación Juan March, que sigue ofreciendo las exposiciones de manera gratuita y las conferencias, los conciertos…

¿Falta discurso?

En mi opinión, más que una falta de discurso lo que es necesario es, en su caso, una revisión crítica de los mismos. En ese sentido, durante los últimos años sí ha habido una mayor preocupación por introducir en los discursos museísticos los valores de la multiculturalidad, sobre todo en las exposiciones temporales o en los programas educativos diseñados con motivo de las permanentes. Otra cuestión es si la inclusión de esas revisiones ha llegado de forma eficaz al público. La cuestión, al margen de los discursos en sí, es cómo hacemos partícipes de los museos a muchos colectivos que todavía no sienten ninguna identificación con los mismos, entre otras razones porque tampoco se sienten integrados en la sociedad. El público que acude de manera regular a los museos es un porcentaje menor de la sociedad.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de “inclusión” en un museo?¿Qué dificultades presenta?

Engloba todas aquellas acciones, estrategias y prácticas destinadas a hacer de la institución un espacio más abierto y accesible para todas las personas. Es decir, un museo inclusivo sería aquel que atiende de forma adecuada las necesidades especiales que pueden tener algunos visitantes como movilidad reducida, diversidad funcional intelectual o psíquica, riesgo de exclusión social, etc. En este sentido, la idea de museo inclusivo va mucho más lejos que lo que podríamos entender como un museo accesible.

¿Puede poner algún ejemplo?

Pensemos por ejemplo en un visitante en silla de ruedas: el museo sería realmente inclusivo cuando el visitante puede acceder al museo por la misma entrada que el resto del público, sin requerir la ayuda del personal del museo o el uso de ascensores reservados. Es decir, cuando esa persona se puede mover de forma autónoma. Estamos muy lejos de esto pues no se considera una cuestión sensible. Hace unos días pude comprobar, no sin estupor, que en un edificio tan reciente y celebrado como el Nouvel del MNCARS, inaugurado en 2005, el auditorio donde iba a impartir la conferencia no cumplía los requisitos mínimos de accesibilidad. La falta de sensibilidad no es sólo del arquitecto, sino también de quien redactó el plan de necesidades, de quien supervisó los planos y de quien programa actividades en esa sala. La idea de “inclusión” hace referencia a cómo el público deja de ser un espectador pasivo para pasar a formar parte de una comunidad más activa e involucrada, que se reconoce en su museo y, en consecuencia, se apropia del mismo.

¿España ha sufrido un boom museístico similar al inmobiliario? ¿Ha explotado?

En este aspecto hay que tener en cuenta diversos aspectos. Por un lado que la descentralización del Estado en relación a los museos se resolvió transfiriendo la gestión pero no la titularidad. Esto ha hecho que los políticos autonómicos no se sintieran cómodos porque tenían que dialogar y negociar con la administración central. Si se ha caracterizado por algo esa relación ha sido por la falta de diálogo. Por otro lado, el museo más barato es el de arte actual: por el precio de una obra de un maestro puedes adquirir una enorme cantidad de piezas de artistas coetáneos. Pero esto no es nuevo, el arte actual es el que siempre ha movido más dinero.

¿Por qué no hay malestar social con esta situación crítica?

Algunos celebraron, a finales del siglo pasado, la creación de una potente red de museos y centros de arte contemporáneo, es decir, de arte actual. Pero nadie se pronuncia sobre la situación en la que se encuentran hoy. Languidecen y no se sabe qué hacer con ellos. Y la explicación es fácil, inaugurar un museo te da portadas y primeras páginas en la prensa. Asumir el cierre es hacer evidente la falta de previsión y el despilfarro (hay casos en que los cuerpos directivos han tenido salarios realmente desproporcionados y los proyectos no eran ni adecuados ni tenían en cuenta la sociedad donde estaba ubicado el museo). Esto explica que no haya un clamor popular ante la situación de los museos, realmente la sociedad no se reconoce en ellos, ni se han desarrollado lazos que alimentaran la lucha y la resistencia al abandono.

¿Cómo sería el modelo de museo ideal?

El museo ideal es el que responde a la sociedad que nos gustaría tener, porque es reflejo de ella. Para los capitalistas, el museo ideal es el que refleja sus intereses: un museo regido exclusivamente por las leyes del mercado, insolidario, celoso de sus posesiones, ostentoso en su sociabilidad e histérico en su funcionamiento. Pienso que el museo debe ser un espacio de diálogo y convivencia, donde negociar las posibilidades de mejorar en la educación y el conocimiento. Debe ser un espacio para el disfrute que dé oportunidad de despegarse de los problemas cotidianos, para acceder a cosas nuevas que nos invitan a pensar y pasar un buen rato a la vez. Pienso que ambas cosas son posibles, quizás porque el lema ilustrado de “enseñar deleitando” me sigue pareciendo viable y me convence tanto para el “ocio” como para el “negocio”.

¿De quién depende cambiar la concepción de “cultura como ocio”?

La evolución de lo educacional a lo recreativo ha hecho que el entretenimiento y espectáculo hayan ido en detrimento de las funciones que definían institucionalmente al museo. Una de sus principales víctimas ha sido la investigación. Sus productos seudocientíficos, no sólo obvian los protocolos, sino también las problemáticas. Predominan los catálogos que no pasan de cofffee-table books y algunos de ellos, sin duda, de atractivo diseño y materiales de buena calidad.

¿Se ha banalizado el arte?

No creo que haya que sacralizar el arte, de modo que tampoco pienso que se haya banalizado, lo que ha ocurrido es que se ha prescindido de la investigación y el conocimiento. A aquellos que abogan por la conversión del museo en un parque temático, merece la pena recordarles que éstos sólo proporcionan experiencia y emociones, pero no conocimiento, como bien saben los profesionales de la industria del ocio.

¿Cuáles son los retos a los que se enfrentan los museos en el futuro?

Esta pregunta es muy sencilla de responder: son los mismos a los que se enfrenta la sociedad porque son espejo de ella. Según sea la sociedad que queremos para el futuro, para nuestros hijos, así serán nuestros museos.