Grafiti, la nueva arma política para limpiar los barrios del centro
Las obras en las calles han pasado de ser censuradas a promovidas por empresas en sitios como Malasaña.
14 junio, 2016 02:05Noticias relacionadas
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En el epicentro de Malasaña desde el 1 de junio y hasta el domingo 5, se lanzó el primer Street Food Fest de España. Así se ha denominado a un evento que pasará también por Tokyo, Londres, Berlín y México DF. La cita incluyó, entre otras actividades, “un mercado londinense con cinco puestos dedicados a la moda vintage”, una “cita con un barbero hipster que les arreglará la barba” y “talleres de grafiti iniciación, avanzado y stencil” -conocido también como “plantilla de grafiti”. El espacio es de todo menos casual: el Mercado de San Ildefonso forma parte de una serie de centros de ocio gastronómico que se adjudican el nombre “mercado” pero son de gestión privada.
A menos de cien metros del mercado, días atrás, tuvo lugar ¡Pinta Malasaña!, una “iniciativa heredera de otra similar de gran repercusión organizada por Somos Malasaña en 2011”, en la que artistas urbanos y grafiteros decoraron cierres comerciales, puertas y escaparates. Las imágenes del evento se dejaron caer por medios de comunicación y se informó de que la acción contaba con el apoyo y la colaboración de la Junta Municipal de Distrito Centro, la asociación de vecinos ACIBU y las asociaciones de comerciantes Vive Malasaña y Asociación de Hosteleros Malasaña.
Algunos medios informaron que ¡Pinta Malasaña! era la continuación de una acción anterior del colectivo Persianes Lliures —Persianas Libres— y el diario local Somos Malasaña, que tuvo lugar durante el mandato de Ana Botella como concejal de Medio Ambiente, cuando el ayuntamiento estaba en guerra con los grafitis, y las multas a quien fuera sorprendido en esta actividad rondaban los 3.000 euros y se elevaban hasta 6.000 en caso de reincidencia. La acción en Malasaña no se multó.
Los grafitis de los comercios en Malasaña o los talleres ad hoc en espacios de “street food” y “drink and draw” (“bebe y dibuja”) no se penalizan, sino que se celebran. De la definición del grafiti como “falsa expresión artística” en 2007 por parte del entonces alcalde Alberto Ruiz-Gallardón a la aceptación y promoción como ejemplo de arte urbano han pasado apenas unos años.
El grafiti decora ¿o enmascara?
Desde hace algún tiempo, la discusión sobre la intervención en el espacio público ha traído consigo nuevos fenómenos. Sarah Kendzior alertaba en Al Jazeera sobre proyectos de arte urbano en Filadelfia, que en lugar de poner de manifiesto las tensiones sociales o incluir a la población en el trabajo de lo público -dos finalidades habituales del arte urbano- maquillaban las desigualdades. “El deterioro urbano se convierte en una pieza que debe ser remodelada o romantizada. Se trata de la hipsterización de la economía”, argumentaba.
El deterioro urbano se convierte en una pieza que debe ser remodelada o romantizada. Se trata de la hipsterización de la economía
En nuestro país conviven intervenciones de concienciación y educación como Muro Crítico en Cáceres -en la que Ayuntamiento y grafiteros, con la colaboración de la población, realizan grafitis con temáticas sociales-, pero también iniciativas en las que el arte urbano se convierte en una capa más de la gentrificación urbanística. En el Raval barcelonés, el muro que declina el neologismo “ravalear” en una de las paredes de la Plaza Joan Coromines formó parte de la campaña institucional del Ayuntamiento de Barcelona dirigida por la agencia SCPF hace una década para “ofrecer una imagen diferente y no estigmatizada del barrio, que no esté marcada por la inseguridad y la desconfianza. El objetivo es relacionar este concepto con una nueva manera de ver, caminar y sentir el Raval”. En la actualidad, convive con una réplica de un mural pintado por Keith Haring en 1989, a apenas veinte metros de distancia.
Se trata de una réplica, precisamente, porque su existencia no fue siempre comprendida: en 1989, cuando Haring se ofreció desinteresadamente a pintar un mural, se consiguieron los permisos necesarios por parte del Ayuntamiento y el artista eligió una plaza en el corazón del Raval. Haring optó por una de las paredes donde cada mañana se encontraban más jeringuillas de heroinómanos, en la plaza Salvador Seguí. Poco tiempo después se comprobó que el edificio que comprendía el muro con la obra de Haring estaba afectado por el Plan Especial de Reforma Interior del barrio del Raval: había que derribarlo. Se tomaron muestras de la pintura y el grafiti fue replicado frente al símbolo de la gentrificación del antiguo barrio Chino: a las puertas del edificio del MACBA.
El grafiti entra en el museo
La popularización del grafiti como pieza museística afectó a Haring y más recientemente a Banksy, que fue objeto de War Capitalism and Liberty, una retrospectiva en el Palazzo Cipolla, en Roma, que según sus organizadores se hizo sin la autorización del artista. La denuncia del capitalismo en crisis y de las desigualdades sociales entraba, así, a formar parte de una exposición auspiciada por la Fundación Terzo Pilastro.
La popularización del grafiti como pieza museística afectó a Keith Haring y más recientemente a Banksy, que fue objeto de la muestra 'War Capitalism and Liberty'
Un año atrás, la Pinacoteca de París exhibía bajo el título de Presionismo -por la acción de presionar el botón para que deje salir el spray- a Futura, Taki 183, Crash, Toxic, Ash, Rammellzee, y Jean Michel Basquiat, entre otros, y su director Marc Restellini declaraba que el grafiti era un movimiento artístico “comparable al Art Nouveau o el Art Deco”. Lejos quedaba la imagen común del grafitero pintando trenes a la madrugada para así esquivar la ley -una iniciación común dentro de los amantes del spray-.
Pero si su estigmatización ha ido menguando -y eso se debe, en parte, a que algunas normativas locales han suavizado criterios con respecto a su valor y significación-, no es lo mismo el grafiti que gentrifica que el que pica: en 2010 apareció un stencil o grafiti de plantilla a lo largo de las calles del centro de la ciudad de Barcelona que, cómicamente, separaba a los viandantes entre “turistas” y “locales”. En una ciudad colapsada por el turismo, a la entonces teniente de alcalde de Seguridad y concejal del distrito de Ciutat Vella, Assumpta Escarp, no le hizo gracia. Ordenó inmediatamente que se borraran las pintadas y reclamó en rueda de prensa al autor que fuera “valiente", se identificara y explicara “por qué debe haber una segregación" entre unos y otros.