"¿Pagarán o no pagarán?". No es Hamlet hablando con la calavera, es un freelance mirando su cuenta. Aquí está el héroe de nuestro tiempo. Un ser estoico que hace malabarismos con los encargos, con las facturas, con el perro, con la olla, con el crío. Una criatura armada de ingenio y agallas que vive al extremo, que se la juega en el día a día, que hace de su casa su cuartel general y se pasa la vida convenciendo a unos y persiguiendo a otros. Porque los freelance, vaya por Dios, tienen la mala costumbre de querer cobrar por su trabajo.
"El cuento de la lechera está basado en los autónomos", sonríe Lucreativo. Es el alter ego del diseñador Xarly Rodríguez, que ha publicado la biblia del curro autosuficiente y precario: Almanaque ilustrado de un freelance y padre full-time (Lunwerg). Todo un rosario autobiográfico. "Facturas pendientes de pago. Clientes que te ofrecen un trabajo y en el último minuto se echan atrás. El piso sin pagar a dos días de la fecha límite. Una notificación en el banco diciendo que ha rechazado un cobro por falta de efectivo. El de la Seguridad Social, ni más ni menos", escribe.
Esto es importante: Lucreativo tiene la suerte de que el currar por cuenta propia fue, para él, un acto volitivo, no una jugarreta hija de la crisis. Lo cuenta él y parece una aventura. Habla de "recuperar la vida", de ser "dueños de nuestro tiempo", de "tomar nuestras propias decisiones y vivir bajo tus normas". Hace unos años, su pareja y él decidieron dejar sus trabajos para hacerse autónomos y trabajar desde casa. Su fin era edificar una forma de vida que les permitiese dedicar más tiempo a la familia, algo que los horarios interminables de oficina no les permitían.
Sorpresitas de la vida freelance
Luego está claro que la cosa se pone fea. Fotocopia del DNI, dos fotos de carné, cuenta corriente, número de seguridad social, muestra de orina, unicornio, y ya estás dado de alta. Sanciones de la Agencia Tributaria; la columna vertebral adoptando forma de respaldo de silla; no uno, varios jefes controlando tu horario; jornadas tan flexible que se juntan unas con otras; primera declaración de IVA trimestral... es hermoso existir. El cuarto es un confeti de post-its, de tazas con posos de café que auguran que llegarás a fin de mes.
Pero también hay cosas buenas, como señala el autor: esas mañanas de lluvia en las que te imaginas a todo Cristo hacinado en el metro -pero tú andas por casa con esos patucos mullidos-, eso de tener un baño para ti solo, eso de jugar un rato por la tarde con tu hijo. Se echa de menos, por otra parte, "contar con la opinión de alguien más, comentar la jugada": eso sí, nadie será tan todoterreno, tan polivalente como tú, que conoces como la palma de tu mano cada fase del engranaje de tu trabajo. Cada euro está luchado, como ilustra Rodríguez.
Lucreativo ofrece una divertida clasificación de los tipos de clientes más comunes: en primer lugar está El Santo, "el que paga las facturas a tiempo, tiene las cosas claras y nunca se queja por nada: hay pocos, pero cuando tienes uno, lo recuerdas toda la vida", guiña el autor. El Unicornio aún no se sabe si es real o un mito: "La leyenda cuenta que estos clientes aceptan el presupuesto a la primera, sin rechistar, y no dan ningún problema en todo el proyecto".
El Bipolar queda encantado un día y a los dos siguientes cambiad de opinión, El Plasta "es un mar de inseguridades y te machaca con cuestiones irrelevantes": "Necesita saber en qué punto del trabajo estás en cada momento y el mail es su principal arma".
El Zombie: "Cuando crees que ya has acabado con ellos, aparecen meses o años después de haber cerrado el proyecto con unos cuantos cambios 'sencillos' que, por supuesto, tienen que estar incluidos en el primer presupuesto". El Mierda acostumbra a mimetizarse con el entorno para no ser descubierto y, una vez empezado el encargo, devora a su presa: "Su ataque se basa en retrasarse con los pagos, pedir cambios sin sentido y concertar reuniones cada semana".
No hay que dejar atrás a El Molesto, que llama unas cinco veces al día y cambia de idea cada segundo, pero no puedes mandarlo al carajo porque ha pagado por adelantado. Por último está el Familia o Amigo, que, según el experto, "son los peores de todos": pase lo que pase, no podrás escapar de ellos. Un freelance de pata negra se las sabe todas y trata de esquivar como puede. Conoce bien el cambio de discurso de los abusones. Empiezan con un "He visto tu trabajo y me encanta; creo que encaja perfectamente con lo que busco" y acaban con "Lamentablemente, ahora mismo tengo un presupuesto muy limitado para invertir en esta parte".
No te pongas el chándal
El horario y el método no es moco de pavo. Lucreativo cuenta que se levanta temprano -muy temprano-, a eso de las 06.15 h.; que es importante ducharse, al menos, en 15 minutos, por si ahí viene alguna idea; que hay que vestirse -"vestirse de persona, nada de chándal: eso engaña al cerebro y lo pone en situación para trabajar; si te decantas por el chándal, esta prenda puede apoderarse de ti y llevarte al lado oscuro de la procrastinación"-; y leer un poquito la prensa para que las paredes de casa no se te echen encima.
Sacar al perro, organizarse -hacer listas de listas de listas-, ordenar el material, revisar y contestar a los mails, revisar las cuentas y encadenarte a la silla de trabajo hasta la hora de comer. Jugar con el niño, cenar, duchar, pelear para lavarle los dientes, negociar la lectura de antes de dormir y, a eso de las 8.30 h., con la casa en paz, volver a engancharte a la silla hasta el infinito.
Cuando hay críos, hay más y más renuncias. Al menos, son todas por amor. Vender la play, abandonar la moto y optar por un monovolumen, quitar del coche el disco de Metallica, convertirte en el barman del biberón, aceptar que los viernes sagrados de cervezas con tus amigos ya no son tan sagrados... en definitiva, adquieres poderes sobrenaturales. "El tiempo empieza a dividirse por tareas", explica el autor. En esta tarea echan un capote -aquí mención especial- los auténticos superhéroes: los abuelos.
Llegan las crisis de inspiración, las peleas con el ordenador, las gripes capaces de joder un mes entero. Los clientes en silencio. "Por nuestra cabeza pasa la idea de hacer algo desesperado. Perder toda la reputación que hemos ido cosechando con nuestros clientes y mandar una contraoferta a ese que andaba con dudas: en definitiva, bajarse los pantalones. La esperanza se pierde justo después de perder la poca dignidad que nos quedaba", escribe. Sin embargo, cuando estás a punto de abandonarlo todo, te llega un pago -¡es cierto! ¡Era a 180 días y el día es hoy!-, y suena I believe I can fly. ¿Por qué no seguir un poco más? Abres un champán. Barato, claro. Pero la vida, a ratos, parece bella.