Joven, estúpido y Damien Hirst
El tríptico del monopatín cuesta 2.400 euros en una edición limitada de la TATE londinense. Están firmados por el famoso artista, aunque eso no garantiza que él las haya pintado.
19 agosto, 2016 00:38Noticias relacionadas
Entre los nuevos pecados capitales, aburrirte, pensar por placer, habitar las musarañas, librarte de todo lo que no sea productivo, protestar por protestar o creer que no protagonizas una revolución, como la que pone a tu disposición Damien Hirst, el artista más rebelde del sistema. Ahora puedes comprar estas tablas, una edición limitada en la TATE de Londres por 2.400 libras, y lanzarte a tumba abierta por las calles de la insurrección. Si tu rebelión es contra tu edad, también son tu regalo perfecto. El artista creó este tríptico en exclusiva para la marca neoyorquina Supreme Skate.
Necesitamos a Damien Hirst para que nada cambie, para que la revolución sea la fiesta del orden, porque su radicalidad sea un producto tan vacío que brille por su confortabilidad. Se necesitan monstruos, salvajes y otras barbaridades kitsch como Hirst para perpetuar la voz cantante. Y un grupo como el de los Young British Artists para lanzar una bomba de humo sobre la escena del mercado artístico internacional, con base en el Reino Unido. Dos décadas después, lo que queda del grupo son los restos del naufragio. Tablas perdidas en el mar.
“En cierto sentido -escribe Terry Eagleton, en Después de la teoría-, todo el mundo es un fundamentalista, puesto que todos escondemos determinados compromisos fundamentales. Estos compromisos no tienen por qué ser sensatos, entusiastas, ni siquiera particularmente importantes; sólo tienen que ser fundamentales para nuestro modo de vida. No es necesario estar dispuesto a luchar a muerte por ellos; aunque siempre se puede luchar a muerte por un compromiso trivial, por no decir que hasta por uno falso”.
Te adoramos, monopatín
Necesitamos una causa, un monopatín tuneado por un tiburón de las artes. Antes, los grandes revolucionarios debían ser jóvenes pobres desconocidos. Fracasaron. Ahora, estudian en Harvard y viven en Hawai, hacen seis horas de surf y escriben mil caracteres al día.
Aquí, ahora, se vive al cien por cien, sin meta, sin gravedad, sin límites, sin enfermar. Sin muerte. La vida es una tabla de monopatín, donde la muerte es un fallo, un problema a punto de resolver por la ingeniería genética. Hirst es el nuevo héroe que nutre de novedad y suceso, el mito de cafeína que estimula lo gris hasta convertirlo en neón. Excitante.
En la tienda se aclara que cada una de las tablas del tríptico se han construido con 7 capas de arce canadiense, procedente de bosques sostenibles. También que todos los diseños se han serigrafiado a mano para asegurar que la obra no pierde forma ni color. “La firma del artista está impresa en la parte posterior y las tablas de edición limitada están numeradas de forma única”. Lo mejor del paquete es que se incluyen soportes para fijar las tablas en la pared, “que confieren al conjunto un aspecto flotante”. Ah, el museo, cementerio de elefantes al que va a morir cualquier intento de rebeldía contemporánea. “Ah la realidad/ no se puede/ permanecer en ella ni intentar/ ir más lejos”, escribe Abraham Gragera en el poemario Adiós a la época de los grandes caracteres. Después de la realidad sólo queda la ironía.