El color de Robert Capa (1913-1954) rompió su silencio hace tres años, cuando el International Center of Photography (ICP) de Nueva York, la casa madre donde se conserva el legado del fotógrafo húngaro nacionalizado estadounidense en 1946, inauguró una gran exposición retrospectiva sobre la fotografía a color del periodista más famoso de la historia del reportaje gráfico. Aquí trascendió la imagen de Picasso con su hijo Claude en la Costa Azul, en 1948. Fue una imagen que impactó en 2013, casi tanto como hace 68 años.
El pintor abraza al pequeño, desnudo, mientras lo saca del agua. Capa se ha metido hasta la cintura con ellos y con su Rolleiflex. Al azul del agua y del cielo sólo lo separa una línea de arena, perdida al fondo de la playa. De los fuertes brazos del malagueño caen gotas y rompen en el agua. El pelo rubio del pequeño está empapado. Picasso parece que calza un bañador negro. “El blanco y negro era más neutral, el color ofrecía demasiado detalle y no les gustaba. Ahora, amamos el detalle”, habla Cynthia Young, conservadora del ICP y comisaria de la extraordinaria exposición Capa en color, que inaugura el Círculo de Bellas Artes (hasta el 15 de enero).
Ni Look, ni Illustrated quisieron el reportaje a color, pero se quedaron las imágenes en blanco y negro que descubrían a la familia Picasso retozando y bromeando en la playa. Capa usaba el color desde hacía siete años, era un avanzado entre sus compañeros de Magnum y entre las revistas. Durante los últimos 15 años de su vida viajó siempre con dos cámaras, porque podía ver la realidad en dos formatos, aunque sus clientes no. ¿Y nosotros? ¿Podemos aceptar que Capa no sea blanco y negro?
“Por favor, manda inmediatamente 12 rollos de Kodachrome con todas las instrucciones; si son necesarios los filtros especiales, etc. En una palabra, todo lo que debo saber. Envíalo “vía Clipper”, porque tengo una idea para Life”. Escribe a su amigo Peter Koester, el 27 de julio de 1938, desde China, donde cubría la guerra sino-japonesa. Capa se mostraba muy excitado ante la idea de mostrar la realidad, real.
Unos días antes había utilizado por primera vez película a color, durante el incendio y devastación que el ejército japonés causó en la ciudad de Hankou. Efectivamente, Life termina publicando el reportaje del conflicto en dos dobles páginas, en las que incluye cuatro de aquellas imágenes a color, combinadas con otras tantas en blanco y negro. Las escenas de la ruina, con la ciudad en llamas son a color; los retratos de los personales desolados, en blanco y negro.
A pesar de que usa color desde su vuelta de la Guerra Civil española, le cuesta adaptarse a la calidad del material que se encuentra y a la tardanza del revelado. Una noticia no puede esperar tanto. Tampoco le convencía el revelado de la película Ektachrome, que usaba para su cámara de medio formato (la Rollei), porque era demasiado malo y el color, sobre todo los azules, se desvanecía. La carta en la que se lo cuenta a su hermano Cornell está incluida en la exposición del Círculo de Bellas Artes. Sin embargo, la película de 35 milímetros, Kodachorme, daba un resultado óptimo y ha llegado hasta nuestros días intacta, como señala la comisaria a este periódico.
“Siempre apostó por el color”, explica a este periódico Young. “Después de la guerra se encontró trabajando en un mundo de riqueza y exuberancia. ¿Qué hace un periodista de guerra cuando no hay guerra? Buscarse el pan y el sustento de Magnum con otras temáticas. Nunca se quedó sin blanca, pero era un hombre que no tenía que pagar una casa, porque no tenía, ni tampoco mantener una familia”, añade.
Ese es el otro Capa que se descubre en la exposición, el que se preocupa por cómo conseguir el mejor precio de cada una de las publicaciones para las que trabaja, el que regatea, el que pelea por recibir la cantidad que merece su trabajo. En una de las cartas incluidas le indica a Cornell cómo negociar por unas imágenes por las que quiere que su hermano obtenga 2.000 dólares. Si no los consigue, debe pedirle a Look 750 dólares por cada una de las cuatro.
¿Qué hace un fotógrafo de guerra sin guerra? Esa es la duda que acabó con Robert Capa, no el color. El problema no es que no entienda el color, el problema es que no entiende el mundo (a color). Se ha formado en el conflicto y en la muerte, en el enfrentamiento y las trincheras, es un periodista que toma partido, como en la Guerra Civil y en la Segunda Guerra Mundial.
Es un radical comprometido fuera de lugar. Necesita reivindicar su visión política y viajando a las playas de Biarritz, las montañas de Suiza, los pueblos de Marruecos, de Noruega o de Israel, en rodajes de películas con las estrellas de Hollywood... no lo obtiene. Ni siquiera retratando el sueño americano que quieren poner en marcha. Pasa una semana con una familia de Indianápolis y realiza uno de los peores trabajos de su carrera, pero allí se encuentra con un pequeño circo ambulante y entonces saca petróleo. Porque creía en el lado político de la vida, en el retrato humano más que exótico de los acontecimientos.
La ironía del destino fue cruel para un reportero como él: si quiere seguir viviendo de sus fotos debe trabajar para las revistas, volcadas en dar a conocer maravillosos lugares de vacaciones. Había que buscar el paraíso de la prosperidad y el bienestar y Capa era el enviado especial. El pintor de paisajes. Uno de sus mayores clientes fue la revista Holiday, publicación de viajes con glamour con escritores notables. Nació a color y promovía el ideal de la nueva América de posguerra. Capa era un bicho raro en esa escena y el color no era el problema.
De hecho, uno de sus últimos reportajes, Generación X, se fue al traste porque Capa insistió en darle un contenido más político y la revista McCall dejó de interesarse por el proyecto. Entonces Holiday cubrió ese hueco. Mandaron a varios fotógrafos, entre ellos Chim, Cartier-Bresson y Eve Arnold, que cada uno retratara a un chico o una chica de algún país en el que hubieran trabajado y cada sujeto debía responder a un cuestionario sobre su vida, familia, creencias, etc. Capa fotografió a un alemán y a una francesa. Su biógrafo dice que la chica francesa, Colette Laurent, es un autorretrato de aquel momento de la vida de Capa: “Su vida es superficial, artificial en la superficie, y no alcanza ninguna de las cosas buenas de la vida, excepto las materiales”.
Cynthia Young nos cuenta que a Capa le interesaba la vida de la gente y comprometerse con ellas. “No las generalidades, sino las personas. Trataba de pensar en qué consistía la vida de la gente”, dice. Cerca están las últimas fotos tomadas en Indochina, antes de morir por pisar una mina. La comisaria asegura que a esas alturas ya no formaba parte de ningún conflicto, aunque volvió a la guerra para reencontrarse. “Quería pensar en términos radicalmente políticos, pero no encontraba los temas. Robert Capa en estos años encontró un camino fotográfico, pero no político”. Y eso le convirtió en un ser en blanco y negro con fotos en color.