Un extremeño en Euskadi: fotos de Donostia antes de las bombas
Ricardo Martín retrató la alegría, la desinhibición y la paz de la vida burguesa truncada por la guerra civil.
2 noviembre, 2016 01:05Noticias relacionadas
Toda la felicidad que cabe en una barra de bar está ahí, en la taberna Pedro Chicote, en San Sebastián, 1930. Cuatro mujeres brindan a la salud de la cámara, del fotógrafo, de los que vamos a mirar casi un siglo después. Cuatro mujeres inmaculadas que gozan de su copa sin miedo a las bombas ni a la España profunda que va a asfixiar el país en un suspiro. Lo sabemos, ellas no. Y la escena se empapa de salsa agridulce que ensucia la vida sin complejos ni censuras. El país sin dictadores. Junto a ellas un hombre que esconde la mirada, enfundado en un albornoz del que asoman las piernas al aire, en un cruce imposible para el recato de ellas. Los camareros también disfrutan del momento. Al fondo de la taberna, un cartel muestra lo que esconden esas cortinas: “Manicura”. La infelicidad y los aguafiestas desentonaban en las fotografías de Ricardo Martín.
Eran los años de la velocidad y los aeroplanos, del traje de baño y los escaparates. Charlie Chaplin saluda como Charlot desde la primera fila de una corrida de toros; Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, e Indalecio Prieto en el club náutico; Jacinto Benavente, en el Teatro Victoria Eugenia; Josephine Baker, en su gira española de 1930, vestida para la faena y poca ropa. La vida burguesa a pleno rendimiento juega al tenis, baila en frontones, disfruta del boxeo en plazas de toros, del baloncesto con boinas y fajas, una tarde en el hipódromo y vibra con las carreras de coches y motos en Lasarte. Apenas bueyes y arados, apenas misa y sufrimiento.
Eran los años en los que los fotógrafos descubrían los cielos para enseñar la tierra y las costas desde arriba, en fotos de un mundo nuevo conocido. Y abajo, en la calle, sacaban el microscopio para trazar el mapa de quiénes éramos hace casi un siglo. Curiosos, libres, atrevidos, modernos, alegres, desinhibidos, elegantes, coquetos, disfrutones. Todos esos fracasos quedan a buen resguardo en la cámara de Ricardo Martín, nacido en 1882, en Villanueva de la Serena (Extremadura), y emigrado a Donostia. Ahora La Fábrica rescata su trabajo, dentro de la colección PHotoBolsillo, para que no se olvide cómo podríamos haber sido.
Ricardo abrió su negocio de foto, después de pasar infructuosamente por la banca, en 1915, con 33 años, y lo llamó Photo Carte. Postales de la vida alegre mientras al otro lado de la frontera, Europa se desangraba en la Gran Guerra. Era el testigo de la belle époque de San Sebastián y lo publicaba en todos los diarios: El Correo del Norte, La Voz de Guipúzcoa, La Constancia y El Pueblo Vasco. En ellas la mujer asoma como protagonista de la actividad de la ciudad y de sus propias vidas. Reivindicándose en esa foto de grupo: “Viva el feminismo”, cosido en los jerseys de ellas. Mujeres conduciendo los bólidos de Bugatti, practicando deporte, mujeres a su aire gozando de su autonomía, en una sociedad sin conflicto… Casi. En 1921 se embarca para cubrir la guerra colonial, en el Rif.
“Ricardo Martín fue un todoterreno, dedicado a la experimentación permanente en la fotografía, ya fuera en escenarios políticos, de inmediatez, artísticos, novedosos”, escribe en el libro Juantxo Egaña sobre la trayectoria de Martín, que tanto recuerda a la de Luis Marín, en Madrid, y Gabriel Casas, en Barcelona.
“Fue probablemente el primero en fotografiar la costa vasca desde un aeroplano. Esa curiosidad que trasladó a la imagen le alcanzaba en su condición de espectador. Martín recorría la ciudad, sus paseos, sus playas, las fiestas de sus barrios, las dedicadas a los veraneantes. Era un reportero, en lenguaje de la época, un periodista gráfico que dejó miles de testimonios, de retratos anónimos, de accidentes, de alegrías y tristezas”, añade Egaña.
Enfermó dos años antes de la guerra, y con 54 años murió, dejando su trabajo embalsamado en un mundo sin muerte. Su archivo, con dos décadas de fotos, descansa en Kutxateka, junto con la memoria de cerca de ochocientos fotógrafos vascos. Las fotos de Martín conservan la música de un país que crece en libertades y quiere volar y disfrutar con los avances tecnológicos aplicados a una vida sin problemas.