Hace cinco años el historiador José Milicua paseaba entre los cuadros de la exposición El joven Ribera, en el Museo del Prado: “Fíjese en las uñas que hace Ribera. Todas siempre sucias”. Aquella galería de apóstoles destacaba un aspecto miserable que al Españoleto le gustaba señalar. Sin llegar a ser atroz en sus lienzos, el pintor devela su interés por la cara menos dulce de la realidad.
Si la muletilla de Ribera en el lienzo era humanizarles las uñas a sus personajes tomados de la calle, sobre papel actuaba sin rastro de amabilidad. El dibujo es la cámara de la intimidad de los pintores, el subconsciente de sus trabajos públicos. Y es mucho más acentuado en el caso del Españoleto, “el mejor dibujante antes de Goya”, como dice Miguel Zugaza, director del Museo del Prado.
La aportación de Ribera a la iconografía del dolor es realmente única
La autonomía entre ambos campos del pintor es lo más acusado en el recorrido preparado por Gabriele Finaldi, en el Prado, con la exposición Ribera. Maestro del dibujo, que reúne hasta el 19 de febrero medio centenar de dibujos y diez pinturas. Ribera aparece como un testigo de privilegio de las tendencias más sádicas y crueles del ser humano. “La fascinación que ejercía sobre su ánimo la vida urbana de Nápoles le impulsó a hacer dibujos de mendigos, artesanos ambulantes, acróbatas, visitantes extranjeros y procesiones, componiendo un corpus que no tiene paralelo en ningún otro artista napolitano”, señala el comisario y director de la National Gallery de Londres en el catálogo.
Desde 1610 hasta el final de su vida, vemos evolucionar al artista desde un estilo tenso y económico, con sanguinas muy acabadas, a mayor elegancia y delicadeza en la tinta a pluma, con un uso de la aguada muy delicado. “El medio preferido de Ribera fue la tinta a pluma”. Algo más de dos tercios están hechos en tinta parda a pluma sobre papel sin preparar. En algo más de la mitad empleó la aguada. Pero también usó la combinación del lápiz negro con la sanguina y aguadas pardas. Ribera fue tan variado en temas como en técnicas.
Lo bello duele
El dolor es uno de los motivos que más le atraen, desde los primeros a los últimos dibujos. De hecho, los hombres atados a árboles suman alrededor de una cuarta parte de todos los dibujos de Ribera. La mitad de ellos representan martirios de santos. Hay empalados agonizando, sangre recorriendo los cuerpos de los torturados, compendio de los horrores como Escena de suplicio con un hombre atado a un árbol: cuerpos desmembrados y cabezas cortadas. Brutalidad descarada tras la estela de una matanza. Desolación y barbarie. Un cadáver decapitado, una cabeza clavada en una pica, miembros mutilados…
Se ha desatado la violencia multitudinaria, y hay cuerpos decapitados y cabezas paseadas en picas
Quizá no presenciara una escena así, pero pudo conocer directamente actos de crueldad similar. Así parece que debió ser en Escena de interrogatorio y Escena de la Inquisición, dos de las estampas más crueles sobre el empleo de la tortura como parte del adoctrinamiento y espectáculo público. “La aportación de Ribera a la iconografía del dolor es realmente única”, explica Finaldi.
Las estampas costumbristas de la tortura “se pueden considerar ejemplos de reportaje visual”. Son un catálogo de las variedades de violencia con que Ribera y sus contemporáneos napolitanos podían tropezarse en la ciudad. “Se ha desatado la violencia multitudinaria, y hay cuerpos decapitados y cabezas paseadas en picas”.
Estamos ante un muy raro ejemplo de reportaje judicial del siglo XVII
Ribera estaba allí. Como si fuera un fotoperiodista, anota un interrogatorio de la Inquisición, con la garrucha -más de una hora hasta dislocar los brazos del reo, muy eficaz para sacar confesiones- como objeto de tormento. Son anotaciones rápidas de lo que estaba presenciando. “Estamos ante un muy raro ejemplo de reportaje judicial del siglo XVII”.
Torturas en directo
La sala dedicada a los martirios es sobrecogedora: junto al lienzo dedicado al martirio de san Sebastián -que se conserva en el Museo de San Martino (Italia)- aparece un dibujo del santo, atado en lo alto de un árbol, mientras un grupo de arqueros lo asaetean. La presencia repetida de san Sebastián en la producción de Ribera descubre uno de sus motivos predilectos, el del hombre semidesnudo atado a un árbol. A pesar de que lo pintó una docena de veces, en ninguna aparecen los torturadores.
Nunca se puede descartar la posibilidad de un golpe de suerte: la aparición de un caudal de dibujos de Ribera en el lugar menos esperado
Extraordinaria también la Crucifixión de san Pedro, hecha con pincel, aguada de tinta roja y sanguina. Es un dibujo muy acabado y destaca por el uso de la tinta, aplicada magistralmente con pincel y aguadas de intensidades muy variadas, y el uso del lápiz rojo. Sutiles sombras, efecto esfumado y el crucificado retorciéndose boca abajo.
“El caso de Ribera tiene mucho que ver con la explosión de interés por el caravaggismo como fenómeno artístico de alcance europeo, y también con un acrecentado entusiasmo internacional por el arte español”, escribe Gabriele Finaldi. El joven pintor que llegó a Roma con 15 años, en 1606, sigue siendo una incógnita sin cerrar por completo. Finaldi declara que dada la atención que ahora dedica el mundo académico a los dibujos españoles y napolitanos es probable que aparezcan más dibujos.
“Nunca se puede descartar la posibilidad de un golpe de suerte: la aparición de un caudal de dibujos de Ribera en el lugar menos esperado, como en una colección familiar o un museo o biblioteca que nadie visita, o la casualidad de dar con un cuaderno de dibujos autógrafo en una librería anticuaria”, asegura el actual director de la National Gallery, en el primer catálogo razonado de la producción dibujística del pintor, que incluye los 157 dibujos autógrafos que se conocen hasta el momento.