“Todo esto se ha perdido”. Así comunicaba la Fundación Alejandro de la Sota el derribo de una de las grandes obras del arquitecto, la casa Guzmán, la vivienda que flotó para buscar el horizonte. “Sentimos empezar el año 2017 dando la malísima noticia de que la Casa Guzmán de Alejandro de la Sota ha sido demolida para ser sustituida por una nueva vivienda. Nuevamente, la arquitectura contemporánea sufre de la falta de cultura, de la falta de sensibilidad, la falta de protección y el fallo en cadena de la profesión, fruto de la desidia que se ampara en lo que es legal”.
Uno de los hijos de Enrique Guzmán decidió derribar la casa para construir una nueva vivienda. La Fundación Alejandro de la Sota se ofreció a buscar un comprador que apreciara la calidad de la obra y que permitiera su conservación. Pero finalmente se sustituyó por una nueva.
“Oculto, hundido entre los rebaños, discurría el Jarama”. Así describía el valle del Jarama Rafael Sánchez Ferlosio en la novela que le valió el premio Nadal 1955. Dos décadas después Alejandro de la Sota construyó una vivienda desde la que se podía contemplar dicho paisaje. La casa Guzmán, situada en una parcela al borde del valle, iba a ser una de las últimas obras maestras del arquitecto.
La casa Guzmán, pese al tamaño de la parcela, y la posición económica de su dueño no era de gran tamaño. Su verdadero valor radicaba en la calidad de su espacio y en su integración con el paisaje.
Alejandro de la Sota fue uno de los principales arquitectos españoles de la segunda mitad del siglo XX, tanto por la calidad de su obra -excepcional y comprometida con el desarrollo de la arquitectura moderna- como por su magisterio, tanto desde la universidad como desde el respeto que imponía su ejemplar labor.
El ingeniero Enrique de Guzmán, que había sido presidente de CASA, de RENFE y de Iberia, decidió encargar la construcción de su propia vivienda al arquitecto que había proyectado los hangares de TABSA, en el vecino aeropuerto de Barajas. El resultado fue magnífico y marcó el inicio de la consolidación de su carrera, que poco después continuaría con el Gobierno Civil de Tarragona y el Gimnasio Maravillas en Madrid. La buena relación que se creó entre el arquitecto y el cliente se mantuvo décadas después de este encargo.
Una casa flotante
La parcela tenía una suave pendiente hacia ese valle y la vivienda se situaba en la parte más alta de la misma. La importancia de las vistas determinó la posición de la vivienda. Como señalaba el arquitecto, la construcción se situó sobre el terreno y, como si fuera un sólido en un medio líquido, fue su peso el que permitió que la casa encontrase su punto justo de flotación para engarzar bien con el jardín y permitir dominar visualmente el paisaje.
La casa se organizó en una prisma rectangular de una planta que acogía el programa principal de la vivienda (salón, estar, cocina, dormitorios, garaje) sobre el que se disponía otro prisma de menor tamaño que se dedicó a biblioteca y zona de descanso. Este espacio se abría a la cubierta del volumen principal, servía de terraza desde la que contemplar el paisaje, con las mejores vistas sobre el valle del Jarama.
La planta baja se divide en dos zonas, la destinada a dormitorio, orientada al noroeste, encajada en el terreno y relacionada con la entrada. La zona dedicada a la vida cotidiana y al estar se orientó al sur se abre al jardín. El contacto de Sota con el mundo de la aeronáutica en su paso por la obra de TABSA hizo que se familiarizara con los sistemas industriales.
Así dispuso carpinterías de aluminio que creó cerramientos móviles que permitían que abriera la vivienda y pasara a ocupar parte del porche situado alrededor. El arquitecto entendía que era una ventaja que se pudiera crear una “casa abierta que se cierre”. “Parece una tontería, pero es así, esa es la gran novedad. Estar dentro de tu casa y que en ella penetre el jardín, que no pises una raya al pasar de dentro afuera”.
Así desde la posición de la vivienda dentro de la parcela, se definía la relación de la casa con el entorno cercano, el jardín, y con el paisaje hacia el que se abre. Las ventanas también contaban con cierres correderos que permitían aislar visualmente las dependencias del exterior de la casa en determinados momentos.
Vida familiar
La vivienda se integró con el paisaje. Se construyó en ladrillo y se revistió con plaqueta de gres de color rojizo, que encajaba bien con los tonos del terreno, y la vegetación se fue apoderando de varias de las fachadas. La cubierta también estaba pensaba para alojar vegetación, pero el dueño decidió no arriesgarse a tener humedades y la cambió por una cubierta plana convencional. El interior de la casa contaba con vegetación, por lo que la fluidez del espacio que deseaba Sota se afianzó con el paso del tiempo.
El arquitecto Andrés Martínez, que realizó una tesis doctoral sobre esta casa, señaló que la vivienda había ido adquiriendo una pátina con el paso del tiempo y su interior había conseguido que la casa encajara como un guante con la vida de la familia.
Con el tiempo, el sótano fue reformado para que los padres cedieran el protagonismo de la casa a los hijos. Pero en lugar de desentenderse del proyecto original, decidió contratar a Víctor López Cotelo, que había sido colaborador de Sota y que trabajó en la gestación de la vivienda.
Ambos sabían que aquel no iba a tolerar muy bien la intervención, por lo que decidieron ocultárselo. Pero se muestra el cariño que Guzmán tenía por su vivienda y la importancia que daba a contar con un arquitecto capaz de entender la trayecroria del maestro y proponer una reforma que no desvirtuara el edificio.
Desprotección arquitectónica
El derribo muestra la desprotección que tiene actualmente la arquitectura moderna. Ocurrió con el derribo de la Pagoda. No han cambiado muchas cosas en 18 años. Se ha sistematizado el registro y catalogación de las obras modernas. Así la Fundación Docomomo (siglas de Documentación y Conservación de la Arquitectura y el Urbanismo del Movimiento Moderno) ha realizado una importante labor para señalar la importancia de esta arquitectura.
Pero sus registros, hasta que se confirme la actualización de los mismos, sólo abarcan hasta el año 1965. Dejan fuera importantes obras, muchas realizadas ya en la madurez de sus autores, construidas en la década siguiente. Sólo se puede contar con la buena disposición de los dueños, en muchos casos ya distintos de los que construyeron los edificios.
Cabe destacar otra obra de Alejandro de la Sota salvada de la piqueta, al menos parcialmente, la central lechera Clesa, en Madrid. Ante la alarma despertada por las noticias de su posible derribo, se decidió mantener una parte importante de la fábrica original, y se convocó un concurso que definiera el modo de aprovechamiento de un espacio tan interesante.
Los edificios de uso público tienen una posibilidad mayor de adaptarse a las nuevas circunstancias, pero hay que poner la atención en otras viviendas de esa época y de grandes arquitectos se enfrentan a una situación similar. La casa Huarte en Puerta de Hierro, proyectada para el constructor Jesús Huarte por José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún, es una obra maestra de la arquitectura española y lleva años en venta y su destino no está claro.
Ha sido objeto de diversos estudio y el arquitecto Pablo Olalquiaga realizó una tesis sobre la misma, en la que alertaba de este aspecto, del dudoso futuro de la misma. En este caso sí está catalogada, pero no se dispone de ayudas para su conservación, lo que penaliza ante una posible venta. Durante un tiempo fue aprovechada como residencia del embajador de Noruega, pero actualmente está desocupada.
La casa Guzmán, la casa Huarte tienen en común una relación íntima con el lugar, no podrían estar planteadas en otro sitio y aprovechan al máximo las cualidades del mismo. No se imponen sobre el entorno y no tienen la vocación de destacar, sino que buscan el espacio idóneo para permitir una vida mejor en ellas.
Las casas de Javier Carvajal en Aravaca y Somosaguas de momento han corrido mejor suerte. La casa Sobrino, junto al Hospital de la Zarzuela, fue sede en algún momento de las oficinas de la candidatura olímpica de Madrid lo que habla de su flexibilidad. Y la casa que el propio arquitecto se construyó junto a la de sus suegros fue el escenario donde se rodó la película La Madriguera, de Carlos Saura, en la que es un protagonista más.
Esta desconexión de la arquitectura moderna del resto de disciplinas que permitían una mejor comprensión por parte de la sociedad lleva aparejado el distanciamiento de la misma ante un hecho que entienden hermético.