Este jueves por la noche los conservadores del MoMA de Nueva York cambiaron las galerías que exhiben la colección permanente, en la quinta planta. El museo de arte contemporáneo más importante del mundo ha tomado partido contra el presidente de los EEUU, Donald Trump, y el cierre de las fronteras del país a millones de musulmanes: en las paredes de la institución han aflorado la obra de artistas de las naciones musulmanas vetadas.
Junto a cada aparición estelar se ha incluido una cartela en la que se puede leer: “Este trabajo es realizado por un artista de una nación a cuyos ciudadanos se les niega la entrada a los EEUU, de acuerdo con la orden ejecutiva presidencial, emitida el 27 de enero de 2017. Esta es una de las obras de arte de la colección del museo, instaladas en las galerías del quinto piso para afirmar los ideales de bienvenida y libertad tan importantes para este museo como para los EEUU”. Los próximos días los conservadores incluirán nuevas apariciones musulmanas.
Picasso, Matisse y Picabia han sido reemplazadas por otras del pintor sudanés Ibrahim el-Salahi, los iraníes Tala Madani, Parviz Tanavoli y Marcos Griogorian o la arquitecta iraquí Zaha Hadid. Además, el museo ha instalado una escultura de la artista Siah Armajani en el patio del vestíbulo. Con esta decisión se rompe la narración habitual del museo, que arranca con el postimpresionismo y pasa por el cubismo, el dadaísmo y en adelante.
La narración inmóvil
El museo se creó por Alfred Barr con la intención de establecer el canon y la narración de la historia del arte contemporáneo. Alterar la lectura de las tres primeras décadas del siglo XX, tal y como dejó escrito su primer director, establecida según continuidad que formalista, es algo que no había sucedido hasta el momento.
Hace unas semanas, centenares de artistas y críticos firmaron una petición para que las instituciones culturales cerrasen el viernes 20 de enero, día de la investidura de Donald Trump. Entre los firmantes aparecen creadores como Cindy Sherman, Richard Serra, Louise Lawler o Joan Jonas. Pedían a museos, galerías, salas de concierto, escuelas y fundaciones a cerrar en protesta de “la normalización del trumpismo”.
“No es una huelga contra el arte, el teatro o cualquier forma de expresión cultural. Es una invitación a motivar estas actividades y a repensar estos espacios como lugares en los que producir formas resistentes de pensar, ver, sentir y actuar”, señalan. El MoMA no cerró entonces, ahora toma la iniciativa en la exhibición de sus fondos.
En su vida anterior a la Casa Blanca, Trump se encontró con Andy Warhol en dos ocasiones. Después de la primera cita, el empresario visitó al padre del Pop Art para encargarle una vista de la Trump Tower y colgarla sobre la entrada del edificio. Warhol hizo una serie de ocho imágenes, pero Trump estaba muy molesto de que la serie no tenía el color que él esperaba. Y rompió el acuerdo.
En 1999 hizo una llamada pública a la censura -amparada por el alcalde Rudolph Giuliani- por una exposición en el Museo de Brooklyn, en la que un artista representó con estiércol de elefante a la virgen María. Declaró que si estuviera en la presidencia del país reduciría los fondos federales para las artes y condenó la instalación como “arte degenerado”. Una expresión original del nacismo. Giuliani aseguró al Times que ese trabajo no era arte, porque podría haberlo hecho él mismo y canceló el contrato de la institución con la ciudad, expulsándola de su espacio durante más de un siglo.