Gracias al arte nos asombramos y nos maravillamos. La publicidad aprendió rápido del arte y aspira a lo mismo: ser tomado por sorpresa por la revelación de una realidad que es negada o reprimida en la vida cotidiana. El arte y la publicidad aspiran a provocar una transformación en el que atiende. ¿Entonces? Leonard Cohen dice que para quienes poseen “un corazón que se empapa bajo la lluvia” el arte puede actuar como catalizador del cambio, pero la publicidad se sirve de las mismas herramientas que el arte para lograr lo mismo. Enternecer es una de las mejores estrategias para disparar las ventas.
El autor cree que el arte es esencial si queremos hallar solución a los graves problemas a los que nos enfrentamos en el presente
El arte es algo que reclama ser compartido con otros, con la esperanza de que puedan sentirlo y experimentarlo, de que ellos queden afectados como nosotros. Es decir, como un anuncio. Sí, pero “cuando alguien se acerca a la obra de arte como si hubiera sido hecha expresamente para él -como si el artista hubiera estado pensando en ese alguien en todo momento-, puede tornar la experiencia artística en motor de cambio de su propia vida y de las de quienes lo rodean”. De hecho, la publicidad también se centra en el consumidor actual, no en la masa. Porque son muchos los que, desde Sócrates hasta nuestros días, los que nos advierten de los peligros del arte, tan embaucador y manipulador de los sentidos y las emociones… ¿Entonces?
Si toda gran obra de arte ha sido hecha para establecer un contacto con un sujeto concreto y todo anuncio es creado para lo mismo, ¿cómo distinguir entre un publirreportaje y una pintura o una fotografía o una escultura o una película? Es más, ¿cómo diferenciar en un periódico entre un artículo y un publirreportaje? Ese es otro asunto, volvamos al arte: la editorial Atalanta acaba de publicar el ensayo Vindicación del arte en la era del artificio, del canadiense J. F. Martel, escritor y director de cine y televisión, que pretende hacer entender al lector lo urgente que es para todos hacer que el arte sea una parte fundamental de nuestras vidas y de nuestra sociedad. ¿Por qué? “Creo que ello es esencia si queremos hallar solución a los graves problemas a los que nos enfrentamos en el presente, ya sean políticos, medioambientales, económicos o espirituales”.
Parafernalia consumista
En una de sus flores ácidas que componen Campo de retamas. Pecios reunidos (Literatura Random House), Rafael Sánchez Ferlosio sacudía a la Cultura, definiéndola como “instrumento de control social”, que induce a un halagador acatamiento. Explica en ese soplo de ira contra el Patrimonio, que la cultura, ahora, “adopta el modelo de mercado y publicidad”. Las ideas estéticas, escribe Martel, han sido atrapadas por “las noticias sensacionalistas y la mercadotecnia viral”. “La parafernalia consumista de luz y sonido que nos bombardea incesantemente, no nos conduce al universo secreto de una toma de conciencia distinta”, añade.
Cuando la mayoría de las obras de arte no logran asombrarnos, la explicación tal vez resida en la insensibilidad arraigada
Pero para tomar conciencia primero hay que desactivar los firewalls que mantienen en estado de alerta ante el asedio de la manipulación publicitaria. La defensa contra las emociones, las conmociones y el apasionamiento alimenta la apatía, dice Martel: “Cuando la mayoría de las obras de arte no logran asombrarnos, la explicación tal vez resida en la insensibilidad arraigada que caracteriza y forma parte del estilo de vida contemporáneo”.
Y en el centro del problema, el artista. ¿Qué le ocurre? Para Martel hay demasiadas tentaciones listas para traicionar la esencia de la gran obra de arte. Fama, dinero y conformismo acomodan al creador en formulismos, esquemas y estereotipos; lo alejan del arte y lo acercan al artificio. “Que valore los convencionalismos externos por encima de su visión interior. El resultado inevitable es una multitud de obras de arte mediocres, incapaces de conmover a nadie. No es de extrañar, pues, que ante la saturación de objetos estéticos que nos rodea tengamos que distinguir entre el arte auténtico y el que no lo es”.
Ilusión y maravilla
El problema es que ya todo puede ser auténtico, hasta la mentira. Todo asombra, todo maravilla, todo puede ser profundo. La publicidad también es ilusión. Sobre todo es ilusión.
Gracias al arte, podemos salir de nosotros mismos y saber lo que otra persona ve de un universo que no es el mismo que el nuestro
Por eso advierte que hoy, el peligro es perder nuestra capacidad de distinguir entre la “creación artística” de la “creatividad estética”, que desemboca en una cancioncilla comercial, un nuevo diseño de coche o un éxito de ventas de temporada. Se niega a seguir viviendo el arte como una mera fuente de entretenimiento. “El arte, en realidad, es mucho más que eso”. ¿Qué es? Recurre a Marcel Proust para recordar que, gracias al arte, podemos salir de nosotros mismos y saber lo que otra persona ve de un universo que no es el mismo que el nuestro.
Compartir, primera diferencia nítida entre arte y publicidad. Más términos para poder distinguir el producto cultural de la cultura: verdad, desconcierto, intimidación y desconocido. Es decir, la manifestación del arte es un modo de compartir y celebrar “lo desconocido”, es testigo del “desconcierto” y es una aspiración de “acercamiento a la vedad”. Es incómodo e intimida.
'Avatar' y la obviedad
Martel peca en el libro de sacralizar lo “auténtico” y lo “verdadero”, en 2017. La mitificación de sentimientos tampoco es una buena manera de argumentar contra el artificio. Esa reivindicación de la “llamada que despierta el auténtico y extraño sueño de la vida con toda su potencialidad” es demasiado ligero como para no encontrarlo en una valla publicitaria. Olvida Martel que un anuncio es capaz de hacernos volver a creer en este mundo, como él reivindica para el arte.
En 'Avatar' el espectador sabe de principio a fin cuáles son las respuestas correctas y las incorrectas
Pero el autor encuentra la fórmula que puede servir para evitar caer en el error: “El verdadero arte nos conmueve, el artificio trata de movernos”. Para Martel Avatar (2009), de James Cameron, es puro artificio. “Cada elemento de la película ha sido construido con la intención de evitar el más mínimo desliz de ambigüedad. Las motivaciones de los villanos, las virtudes de los buenos… El espectador sabe de principio a fin cuáles son las respuestas correctas y las incorrectas”. Conclusión: el artificio piensa por nosotros, trata de no molestar nuestras obviedades y nos enfrenta al arte. Si algo es más complicado que un anuncio, no merece la pena atenderlo.