Protector y todopoderoso. Algo así como un dios en blanco y negro al que honrar y orar. Un lienzo gigante de tres metros y medio de alto por casi ocho de ancho, tan grande como la vileza humana que retrata. Hace 80 años Picasso tuvo listo el Guernica en un mes. La sábana santa de la falta de la fe. El resto del mundo ya podía conocer lo que estaba pasando en España. A las pocas semanas de los bombardeos sobre la población vasca, el Pabellón español de la República, en la Exposición Internacional de 1937 de París, expuso el cuadro llamado a no morir nunca. Ni siquiera cuando regresó a España, una vez la dictadura fue neutralizada por la democracia.
“Nació destinado a ser un símbolo”, cuenta Rafael Jiménez (Córdoba, 1989), pintor figurativo que conoció la obra hace 10 años, cuando entró por primera vez en el Museo Reina Sofía, mientras estudiaba en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Cuando Rafa nació, el cuadro ya estaba aquí. Y la pintura era usada como icono al servicio de cualquiera, incluso de orillas enfrentadas.
El ministro de Cultura, Íñigo Cavero, dio la bienvenida al cuadro en 1981. Trataba de coser a su interés político las costuras de un país roto. Aprovechó el cuadro para llamar a construir “una España culta y tolerante, sin más exilios”. El ministro pasó el paño sobre la superficie, tratando de despolitizar la obra de arte, como si pudiera hacer desaparecer a las víctimas de la violencia franquista: “Que nadie interprete esta obra como bandera de ningún sector”. El ministro de Adolfo Suárez, en Unión de Centro Democrático (UCD), quiso olvidar que el cuadro fue encargado y pagado por el gobierno de la República (200.000 francos) como máquina propagandística.
Hay que ser muy valiente para ser pintor hoy, porque la pintura tiene unas herramientas propias muy limitadas
El Guernica ya no tiene metralletas ni banderas a su lado. No hay tricornios ni cristales blindados, es la obra que mantiene vivo al Museo Reina Sofía, donde el arte contemporáneo español tiene su refugio -al menos en teoría-, y el gran lienzo podría actuar como padrino de las nuevas firmas que mantienen viva a la pintura. Pintura, una disciplina “para valientes” ocho décadas después de que Picasso hiciera Historia. “Es el medio más difícil. Es el que tiene una mochila más grande y pesada. Hay que ser muy valiente para ser pintor hoy, porque la pintura tiene unas herramientas propias muy limitadas. Quizá con un vídeo uno se siente más cómodo”, dice Juan Zamora, nacido en Madrid, en 1982, un año después de la llegada del cuadro.
Experimentar en libertad
Juan no se considera pintor, trabaja en función de la idea, aunque siempre recurre al dibujo. El año pasado vivió becado en la Academia de España en Roma y recuerda que cuando estudiaba iba al museo a verlo muy a menudo. “Aprendes mucho mirándolo. Entendí el conflicto de la Guerra Civil viendo el cuadro”. Como artista aprendió del lienzo la lección más importante: a ser libre, “porque te anima a experimentar, a liberarte de la técnica”.
“Me sentí muy pequeña”, recuerda Ana Barriga (Jérez, 1984), pintora que utiliza objetos vulgares de su entorno asumiendo el proceso experimental de la creación como el resultado ideal de su trabajo. “Es de una belleza extrema. Desagradable y bello. Con carisma. Ana imagina enfrentarse a un formato de este tamaño. Habla de la “plástica brutal” que tiene el cuadro y subraya la composición y la iconografía.
El cuadro recorrió Europa como símbolo de la resistencia republicana a las tropas franquistas. Su objetivo era remover conciencias. Fue de un lado a otro, entregado a la causa. Pero Picasso dijo basta, en los setenta. El Guernica se había dejado ver en Noruega, Dinamarca, Londres, Los Ángeles, San Francisco, Ohio, Berlín… empezaba a aullar de dolor con tanto traslado y su creador lo dejó en depósito en el MoMA de Nueva York, a la espera de la extinción de Franco.
Creo en la creación más desde el margen y la intimidad, que desde el discurso político. Creo en lo particular como algo universal
“Yo no trabajaría por encargo de un Gobierno”, cuenta a este periódico María Dávila (Málaga, 1990). La pintora asume que los acontecimientos políticos pueden alterar las convicciones de uno, pero no se ve creando a favor del poder. “Al menos, no por ahora. Creo en la creación más desde el margen y la intimidad, que desde el discurso político. Creo en lo particular como algo universal, capaz de desmontar los discursos dominantes sobre la imagen”, aclara.
Su obra recrea momentos fantasmales, que parten de la ausencia de acontecimiento, con unos puntos de vista dispuestos a quebrar la corrección compositiva, y con una escala cromática muy sobria. “En el Guernica, en lugar de usar sangre y violencia de una manera sensacionalista, expresa el dolor silenciosamente. Yo me siento más cercana al impresionismo por cuestiones poéticas. También a Hopper, por lo narrativo y las ausencias. Y, por supuesto, a Gerhard Richter”.
Amar lo desconocido
A pesar de no sentirse vinculada a Picasso, admira del artista su capacidad de renovación. Siempre en busca de cosas diferentes, siempre tratando de no morir a manos del estilo. Por eso dice Ana Barriga que su generación está “en deuda con él”. “Dedicarse a la pintura es un acto de resistencia y respeto a los artistas como Picasso, que no se quedaron en patrones establecidos por otros antes que él. Lo más interesante para mí es el enfrentamiento a lo desconocido. Me siento como una cazadora: ni siquiera sabes qué está ocurriendo ahí”, dice Ana sobre sus cuadros. “Es una actitud rebelde, sin miedo a equivocarse. No hay nada que perder, porque no está hecho o lo estás haciendo tú por primera vez”, remata.
El pintor tarda en aceptar que el caballo no puede enroscarse en sí mismo y le levanta la cabeza. Le hace gritar a la fuerza. Picasso pinta, no tantea
El Guernica es la mejor prueba de la capacidad de Picasso para el dibujo. Tan ágil. Se lanza a la tela sin miedo al trazo malo. En el primer dibujo que hace sobre el lienzo ya tiene planteada la estructura. Luego, realiza ajustes que le plantean problemas de composición, que va variando sobre la marcha, como queda claro en las fotografías que hace Dora Maar durante el proceso. El pintor tarda en aceptar que el caballo no puede enroscarse en sí mismo y le levanta la cabeza. Le hace gritar a la fuerza. Picasso pinta, no tantea. Si cambia algo, cambia para siempre.
Vicky Uslé (Santander, 1981) ha consolidado una de las trayectorias más interesantes de la nueva abstracción. Hija de Juan Uslé, reconoce que no es un cuadro al que le gusta regresar. Como si absorbiera demasiado. Prefiere darle distancia, volver a él con tiempo entre visitas, para encontrar nuevas conversaciones: “Conozco parte de su historia, pero no conocemos todo lo que esconde bajo sus pinceladas, manchas, espacios y formas construyendo su interior”.
Me recordaron a las manos curtidas de mi abuelo. El cuadro se pintó cuando aún los campos se trabajaban con los pies agarrados a la tierra
Define el cuadro como una “explosión” cubista, como “un caos compuesto”, en el que hay “rabia y desgarro, abigarramiento y desmesura”. Tan cruel como actual. “Esos grises que rompen y construyen espacios fueron una referencia fundamental, un alimento hipnótico, para Pollock y otros pintores posteriores”, dice Uslé. “Quizá sea el mejor cuadro propagandístico o mejor denuncia contra la guerra, la masacre, el asesinato, la brutalidad y la agresión que seguimos viviendo hoy”, y que se revuelve entre las salas del museo y fuera de ellas.
La pintora se pregunta por los secretos que componen el cuerpo del caballo que chilla, “los espacios entre los grises yuxtapuestos que forman los espacios”. “Mirar sin dejar que la Historia entre, sin que la simbología influya al ojo. Experimentar cómo esa daga rota penetra una vez más”. La primera vez que se colocó frente a él le llamaron la atención el caballo, los espacios grises y, sobre todo, las manos. “Me recordaron a las manos curtidas de mi abuelo. El cuadro se pintó cuando aún los campos se trabajaban con los pies agarrados a la tierra. Aquí, sin embargo, parecen esforzarse por escapar desesperadamente. Y esas manos como el alma”, cuenta Vicky.
Nunca abandonaré la pintura, pero me gusta añadirle una historia con otros materiales
“De alguna manera, te atrae y te obliga a dialogar con ella, a leerla”, dice Gala Knörr (Vitoria, 1984). Su ídolo es el pintor británico David Hockney, se centra en el ámbito social de la red de redes y su trabajo es pura algarabía. Un reflejo inmediato de la conducta humana. Admira de Picasso su carrera prolífica y sin miedo a explorar e innovar. En términos plásticos no encuentra vínculos con la obra del malagueño, pero sí en su actitud. “No se quedó sólo en la pintura, también probó con la materia y la escultura. Nunca abandonaré la pintura, pero me gusta añadirle una historia con otros materiales. La pintura evoluciona con la época en la que vivimos. Una debe ser curiosa para degenerarla”, reconoce la artista que ha permanecido fuera de España durante 15 años, en Londres y París.
Knörr trata temas contemporáneos con un medio antiguo, “una característica tradicional que mucha gente aborrece”. “Muchos artistas subestiman el poder que la pintura mantiene. La pintura no es moderna, pero tiene el poder de crear imágenes que en el futuro reflejan el momento histórico y social de la época en la que fue realizada”, dice. De hecho, le llama la atención que siga tan viva como para molestar al Secretario de Estado de los EEUU, Colin Power, en 2003, cuando un tapiz que reproduce la obra fue tapado para no molestar. El lienzo más famoso de Picasso no era un buen fondo para las declaraciones de guerra ante las cámaras, en las Naciones Unidas. “Es una obra extremadamente simbólica, por eso creo que es una obra relevante”, cuenta Knörr, a diferencia de Uslé.
La pintura está viva
Por eso a Juan Zamora le parece un cuadro del presente. “Lo veo muy vigente. Fue un cuadro importante políticamente y todavía impone. La pintura hace partícipe de los acontecimientos a la sociedad y le conecta con ellos. Todo arte es político, aunque no quieras”, explica a este periódico. Su intención creativa es preguntar y dialogar con el que mira. Por eso defiende que el medio debe estar sujeto a la idea.
Si tuviera esa necesidad urgente hoy no usaría la pintura
“Pensar en la pintura como un ente vivo y que condiciona su entorno político y social es fundamental. El arte no puede estar muerto”, añade. Por cierto, piensa que el cuadro está muy bien donde está, en el Museo Reina Sofía. Allí se inaugura el próximo 4 de abril la exposición Piedad y terror en Picasso: El camino a Guernica, comisariado por Timothy J. Clark, que analiza la vida del cuadro más importante de la institución.
Al pintor Rafael Jiménez (Córdoba, 1985) le interesa la urgencia con la que fue pintado, a pesar de que él es mucho más relajado. “Si tuviera esa necesidad urgente hoy no usaría la pintura”, dice. Piensa que es mejor el vídeo, aunque la pintura puede ser un medio de denuncia efectivo. Tampoco se ve al servicio de nadie, ni de ningún programa político. Su obra siempre pasa por la expresión personal, aunque trate lo que le rodea.
Conoció el cuadro hace diez años, mientras estudiaba en la Facultad. En el colegio no llegó a estos años y las nociones sobre arte eran escasas. Le llamó la atención el blanco y negro, y su relación con las imágenes de archivo. “Es casi un reportaje de guerra”, dice. Rafael se define como pintor figurativo al que le llama la atención la lectura de lo que puede suponer un ataque. Cuenta que nuestra relación con el conflicto bélico es a partir de la fotografía en blanco y negro. “Y lo más curioso es que no es un cuadro veraz”. “Tengo aprecio al trabajo de Picasso por el riesgo experimental”, reconoce como el resto de pintores con los que ha hablado EL ESPAÑOL. “Picasso lo pintó todo y lo pintó como quiso. Por eso es una figura muy interesante a la que volver. Puedo entenderlo como un maestro. Para mí es fundamental”, cuenta, aunque no emule su resultado.
Me gusta la pintura por la sinceridad que aporta. Puede atraer al espectador para hacer otras lecturas
La pintura se expande. Han matado a la pintura tantas veces que está más viva que nunca. Porque estos artistas la ponen en contacto con otros materiales. Es el caso de Blanca Gracia (Madrid, 1989), ahora con exposición en Generaciones de La Casa Encendida. Ella rompe con la cuadrícula del lienzo, la incluye en instalaciones y experimenta con otras técnicas. “Me gusta la pintura por la sinceridad que aporta. Puede atraer al espectador para hacer otras lecturas. Volver a lo más básico en un momento en el que estamos saturados de los nuevos medios es de agradecer”, dice.
Blanca coincide con María Dávila y Rafael Jiménez. María apunta que la pintura se ha expandido tanto, que ya se mezcla con todo. “Ya no busca tanto como género aislarse o su autenticidad. Lo que la define ya no es eso, sino la mezcla con todo lo demás. Cada pintor encierra una pintura”, explica, para subrayar que la diversidad hace del relato de la pintura un relato múltiple. “La pintura para mí es una actitud de resistencia, que aporta una contemplación más lenta y pausada al consumir imágenes”.
No soy muy fan de Picasso, pero lo que más me llama la atención del Guernica es el tratamiento de la luz
Picasso se centró más en la materia. A los 57 años, cuando ya lo había hecho todo, se entregó al dibujo directo sobre el lienzo, sin retocarlo, no se preocupó por tapar con el color las líneas más descuidadas. Apenas hay materia. Todo es aguarrás. Un trabajo tan líquido le permite efectividad y rapidez. Quita y pone a su antojo a toda velocidad. Ensaya, cambia, retoca. Frenético. “No soy muy fan de Picasso, pero lo que más me llama la atención del Guernica es el tratamiento de la luz”, señala Blanca Gracia, que se siente mejor cerca de Maruja Mallo o Leonora Carrington. “Es un interior muy extraño que genera una sensación muy tétrica. No podía ser algo alegre ni algo amable. Debía impactar”.