Camille Claudel sólo creía en el tacto. Si se pierde, es el final. La muerte. “Es el único sentido irreemplazable. Las manos nunca mienten”, escribió la artista que se adelantó a la escultura del siglo XXI y abrió, a golpes, a las mujeres las roñosas puertas de la Historia del Arte. El infierno autodestructivo que acabó con su vida, hoy es gloria de mito, reivindicación sin condicionales. El siglo cambiaba, pero a la sociedad le costaba entenderlo. Ella se esforzó en ese cambio, cuando la expresión del sentimiento se imponía a la reflexión de la pura idea. Camille caminó entre la serenidad y la vehemencia en su trabajo; entre la pasión y la frustración en su vida.
Por eso encontraba en la materia una fuente de honestidad: porque con las ideas no se moldea y sin ellas sólo hay molde. Camille sólo podía controlar lo que caía en sus fuertes manos, la vida se le escapaba. “No he hecho todo lo que he hecho para terminar mi vida como figura principal de una casa de salud. Merecía algo más que esto”, escribe en una de sus últimas cartas a su familia, que ha decidido encerrarla en un sanatorio psiquiátrico. Allí estuvo tres décadas, reclamando libertad, olvidando su talento.
Treinta años aislada de todo, también de él. Camille siempre a la sombra. Dentro y fuera del psiquiátrico. Tratando de romper los muros, para dejar pasar la luz. Él, un monstruo fagocitador que trató de apagar el brillo de ella, su alumna y su amante. Rodin estaba muerto de miedo por la extraordinaria modernidad de la visión de Claudel, cuya habilidad técnica le permitía escapar a las convenciones academicistas. Hizo vibrar a la escultura con el tormento de las emociones y el azar de la vitalidad. Demasiada zozobra para una época en la que la escultura no era oficio de mujeres.
Hágase la luz
A los 20 años conoció a Rodin y desde entonces su luz no ha podido remontar al artista. Allá donde esté ella va él, y no viceversa. Camille había tocado la gloria de la marginalidad, pero no había recibido la atención que merecía un genio como el suyo hasta que este domingo, en la pequeña localidad francesa de Nogent-sur-Seine, a una hora de París siguiendo el rastro del Sena, famosa por la flora y fauna, se inauguró el Museo Camille Claudel.
Allí recibió las primeras clases de su maestro, Boucher, que fue quien descubrió su talento y la recomendó a Rodin para su taller. En aquella localidad estuvo apenas tres años, junto con su hermano, el poeta Paul Claudel. A pesar de ello, el pueblo de poco más de 6.000 habitantes ha hecho patria y bandera con la escultora. El proceso de la apertura de puertas ha sido tan complicado como la vida de Camille. Sólo gracias a la intervención de la central nuclear, que enriquece las arcas de los ciudadanos de la villa y desagua en su ribera, Claudel ya brilla.
La casa en la que vivió se ha convertido en la sede del único museo en el mundo que le presta toda la atención a la escultora, con la mayor colección exhibida de la obra que ha sobrevivido a su énfasis destructivo. Allí se muestra la maravillosa Perseo y la Gorgona (1902), junto con otras 42 piezas de Claudel. Una pequeña muestra superviviente de la aniquilación de sus producciones antes de ser internada, en 1913.
En total, 250 obras (200 son esculturas, el resto pinturas, dibujos y películas documentales). No es una casa de artista, sino un museo. Así ha sido reformada la casa de tres plantas, con casi 1.000 metros cuadrados de exposición para quien quiera acercarse a esta localidad rica en agua y en energía nuclear. Como explica el Tribunal de Cuentas francés, en un informe de 2012, las ganancias de la población aumentaron en un 20%, entre 2008 y 2012, gracias a la supresión en 2011 de una parte importante de los beneficios fiscales que mantenían las centrales nucleares. La medida supuso para el Ayuntamiento sumar a sus ingresos un tercio del alquiler de terreno contratado por la central, que en 2017 celebra 30 años a las orillas del Sena. La central financia el Ayuntamiento con 13 millones de euros al año.
Un pueblo rico
La actividad industrial y, sobre todo, la nuclear, es una fuente importantísima de ingresos para la comunidad. Sólo en 2011, el presupuesto fue de 13,2 millones de euros. La fiscalización del Tribunal de Cuentas señala que gracias a dicha devolución de impuestos, el ingreso de subvenciones y la transferencia de capital privado recibido, hicieron de Nogent-sur-Seine un municipio atípico. Los vecinos tienen una renta de 2.127 euros por habitante (cuando la media de su estrato es de 605 euros). El pueblo tiene 4.260 puestos de trabajo: están ocupados 70 de cada 100 habitantes, frente al 41-100 de la media nacional.
En estos cuatro años, el pequeño consistorio invirtió 64,4 millones de euros en la realización de un puerto fluvial, en la reforma y mejora de la zona industrial y en la compra, en 2008, de la mayor colección de esculturas de Camille Claudel: 13,5 millones de euros. El Ayuntamiento adquirió la colección de Reine-Marie Paris, nieta de Paul Claudel y sobrina de Camille, con la idea de que formara parte esencial de un proyecto mucho más ambicioso.
Aquella adquisición de obra de Camille fue el inicio del proyecto que se cierra este fin de semana, con un museo que esperan genere unas 40.000 visitas al año. Un hit turístico. Ese fue el número de personas que pasaron por la exposición que organizaron en 2008 para mostrar la colección completa. Además, compraron la totalidad de la “isla de Saint-Epoing”, donde está el antiguo hogar de la familia Claudel.
Un museo de todos
A las aportaciones propias, hay que añadir las subvenciones de la Unión Europea. Este periódico está a la espera de confirmar la cantidad, que caducaba el último día de marzo, lo que ha acelerado la apertura del mismo. Al centro han llegado préstamos de museos como Orsay, Rodin, Bourdelle o Art Decoratifs. Sin embargo, a pesar de la bonanza económica y de la calidad de la colección, la apertura del museo no fue hasta el pasado noviembre cuando el consistorio pudo resolver el futuro del museo: firmaron un contrato con la empresa SNC-Lavalin para que se encargara del diseño, la financiación, construcción, mantenimiento y conservación del museo por 27 años, a cambio de 18 millones de euros.
Pero el Tribunal de Cuentas francés se mostró en contra de este acuerdo público-privado, porque era poco transparente y había omisiones graves en la parte de la responsabilidad de la protección de las obras del museo. Además, explicaban que el candidato vencedor fue favorecido indebidamente. A pesar de ello, el Ayuntamiento siguió adelante con la operación, hasta que el contrato se rompió por los retrasos, los defectos y otros incumplimientos de la multinacional canadiense. El pleno del Ayuntamiento votó por unanimidad la anulación del contrato: “Haremos todo para que el museo tenga reputación a nivel nacional e internacional”, dijo el alcalde Hugues Fadin, que espera “una afluencia de turistas” gracias a Camille, una escultora de luz inagotable.