El legado de la arquitecta iraquí Zaha Hadid, fallecida hoy hace un año, con 66 años de edad, descansa en apuntes e ideas, en la utopía de un diseño imposible de realizar. Como escribía entonces David García-Asenjo en EL ESPAÑOL, “su revolución radica en la relevancia que adquirió su firma al ser la primera mujer que conseguía un reconocimiento internacional, que la colocó al mismo nivel que sus compañeros en el grupo de arquitectos estrella”.
Hadid destacó en una disciplina demasiado masculina. Y, de hecho, sigue haciéndolo al observarla a vista de pájaro. Sus formas destacan de entre los diseños cuadriculados y rígidos de las ciudades. “Su arquitectura sugería, en papel o en la pantalla del ordenador, espacios mucho más interesantes que los que los medios de construcción podían traducir en edificios”, explicaba García-Asenjo. Muchos de los proyectos de Hadid no pasaban del papel, pero los que transitaban de lo abstracto a lo concreto dejaron claro su gran talento plástico, tan complicado para reproducir por las técnicas constructivas tradicionales.
A pesar de que su concepción tiene que ver poco con la forma geométrica y con el plano, y más con la piel de los materiales y las formas que alcanza con ellos, la planta de sus intervenciones dinamita el trazado con el que se relaciona. El Premio Pritzker, que recibió en 2004, señaló la calidad formal de sus propuestas y en su talento para generar una arquitectura que se alejaba de la norma. Esto puede comprobarse al hacer una rastreo desde el cielo, gracias a la herramienta Google Maps. Pero muchos de los concursos que en los ochenta y noventa ganó, no pudieron ser construidos.