Dice Ramón Boldú (Tarroja, 1951) que los historietistas hoy están "casi como en la época de Franco con La Codorniz", porque "hay que explicar todas las cosas con segundas para que se lean entre líneas": "Lo fácil es decir lo que te da la gana, pero lo valioso es darle la vuelta y colarlo", sostiene. El viñetista asume que se está viviendo un retroceso. "Más que en la viñeta, en el humor, sobre todo. Los que mandan tienen una mentalidad todavía como de los años cuarenta, ¿no? ¡Luego decimos que si los yihadistas que se cargaron a Charlie Hebdo...!", lanza. "Se les debería caer la cara de vergüenza: por un lado hay unos terroristas que no te dejan meterte con su dios, ni hacer ninguna broma... y por otro lado, por una tontería te encierran en la cárcel".
Los Sexcéntricos. De la creación al calvario (Astiberri) repasa la vida del dibujante desde el inicio de la Transición y la intercala con las viñetas con las que ilustraba la contraportada de la revista LIB, flor y nata del destape español, carne fresca del pornostarismo. "¡Y porque son de hace 40 años!", repone el padre de la criatura.
"Habría que tener huevos aquí para publicar los Sexcéntricos hoy por primera vez, tal y como está la cosa: ahí era todo humor, la mujer desnuda, el hombre que la admiraba... y no pasaba nada", evoca. "La desnudez es lo más normal del mundo, pero parece que ahora hemos dado pasos atrás también en esto y hemos puesto sellos y etiquetas en vez de dejar que cada uno haga lo quiera mientras ese disfrute no haga daño a los demás".
Machismo de ayer, corrección política de hoy
El libro exhibe, en forma de relatitos cómicos e impúdicamente autobiográficos, ese sexo bruto que explotó en España después de que Franco se pusiese la mortaja: ese humor libre y obsceno que quería enterrarse en caliente a toda costa. Después de tantos años grises, estalló la coña del pezón, del glande rosáceo, de la autofelación, del perrito. Llegó la vida rugiendo y diciendo que aquí cualquier aventura era válida si acababa en eyaculación y alegría. Dice Daniel Ausente en el prólogo que Ramón Boldú "es un irresponsable, porque hay que ser muy insensato para resucitar al negro de Banyoles, que en paz descanse, o traer de vuelta el humor burro e incorrecto de los años del destape tal y como está el patio".
Hay que ser muy insensato para resucitar al negro de Banyoles, que en paz descanse, o traer de vuelta el humor burro e incorrecto de los años del destape tal y como está el patio
El patio es -claro- la obsesión nuestra de cada día por el paternalismo, por el eufemismo, por el cuidado que exigimos hasta al arte, ¡a la ficción!, a la hora de expresarse. Lo hemos vuelto todo frágil, susceptible de lapidación. Es obvio que hoy chirriaría el pequeño cuento en el que una mujer se masturba en directo frente a un patio de butacas lleno de tipos babosos: la señora de la limpieza, que lo ha observado todo desde la trastienda, espera a que todos se vayan y ella misma se introduce el palo de la fregona por la vagina, imitando a la celebrity.
Por no hablar del marido que, al entrar en casa, encuentra a su mujer tirada en el suelo, afanada en la limpieza, sudorosa, con la lengua fuera de cansancio y los pechos rendidos. Mientras la recoge y le dice que no quiere verla así, se la lleva al sofá, le practica sexo rápido y sale de allí, subiéndose la bragueta: la verdad es que le excitaba la imagen de su esposa sumisa, jadeante en el parqué. O la consorte de una boda, que acaba tirada en el suelo y siendo penetrada por seis amigos del marido, orgiásticos y felices.
Siendo justos, hay que reconocer también mucho choteo destinado al hombre: por infidelidades recibidas, por penes pequeños, por homosexualidades encubiertas, por cierta condición de paleto. Boldú explica que el sexo "sólo es un tema dentro de otro más amplio, la vida", y que en él se encierra también "el carácter de las personas, los malos tratos, la gente que se aprovecha, las putadas, las venganzas, el dolor...": "Hay de todo esto en mis viñetas, pero el público se queda con el sexo, es lo que más ve, como en una comida en la que hay de todo pero está bañada de picante".
100% autobiográfico
La gran característica del viñetista es que todo -"el 100%", puntualiza- lo que dibuja es verdad. En este tomo pide perdón a sus ex, a Steve Jobs, a Silvio Berlusconi, a Javier Nart, a Tita Cervera, a Carme Chaparro... por contar sus cotilleos sexuales a trazo limpio. "Bueno, algún nombre he cambiado, como el de un abogado y el de otro que me metió en juicio...", ríe al teléfono.
"¿Sabes? Yo no doy lecciones ni consejos a nadie. Tampoco los ridiculizo. El primero del que me hablo y del que me río es de mí, porque así, por muy crudo que sea lo que me pase, en vez de coger una depresión siento que no estoy solo, que estoy acompañado de gente como yo", relata.
Ramón Boldú amasa un montoncito de querellas y de juicios, algunos por "atentar contra la moral"
Boldú intuye que cuando la gente le lee piensa de él cosas como "¿pero cómo este tío no ha visto que le pasaría esto? Es gilipollas", y lo que pretende es que ese público entienda que, si tuviesen al dibujante de frente, tendrían consejos para él, y no al revés. Sin adoctrinamientos. Sin complacencias por parte del artista. Sin humor vertical.
Ramón Boldú amasa un montoncito de querellas y de juicios, algunos por "atentar contra la moral". "Era muy gracioso. Se querellaron contra mí siete enfermeras de la Clínica Quirón por sacarlas con unos penes en la mano... pero esa misma gente que compraba Lib y se indignaba por mis viñetas, no decía nada de la chica del poster central", reflexiona. "Yo iba al juicio y sabía lo que tenía que decir. ¿Usted que intención tenía? Divertir. ¿Y atentar contra la moral? No. Ah, vale...". Una de las últimas denuncias vino de mano de un asesor de la Generalitat.
"Dijo que un personaje era él, y eso que le había cambiado el nombre", guiña. "Hacía tiempo que lo conocía. Era director de una discoteca, sus empleados tenían que ser sumisos con él, hacer lo que quisiera, si no, los despedía. Hasta uno un día me vino llorando... al cabo de un tiempo lo expliqué".
Lo han despedido algunas veces de sus empleos, por insurrecto, pero sólo se ha mordido la lengua cuando ha pensado que podía hacer daño a alguien querido. En Sexcéntricos incluye retazos de su propia vida porque "cuando Coll, el de El Tebeo, se suicidó... siempre pensé que me hubiera gustado mucho saber cómo era su vida antes de irse, por qué iba a suicidarse, qué le pasaba por la cabeza... por eso he hecho esto. Para que nadie se lo pregunte de mí".