Clotilde acaba de leer una carta de su esposo que le hace sentirse “muy dichosa”. No quiere acostumbrarse al “cariño” que tiene por su marido. No quiere dar por hecho la convivencia, que se mantiene en distancia gracias a las cartas. Es en la correspondencia, en sus deseos manuscritos, donde se encuentran el pintor y su mujer, donde se declaran a tumba abierta, donde firman su contrato de convivencia. Sin condicionales.
Ahí están todas las esperanzas y todos los tropiezos cometidos por ambos. Son ellos dos a solas, han abandonado los escudos y se muestran desnudos ante los miedos, escribiéndose por dentro para el otro, elevando los acontecimientos diarios a un material sensible y delicado con el que construirse. La sabiduría manuscrita es como un traje elástico, siempre se adapta a favor de estos dos novios eternos.
Clotilde García Castillo se casó con Joaquín Sorolla a los 23 años y juntos acabaron sus días. El pintor murió seis años antes que ella, en 1923. Clotilde donó todos sus bienes al Estado para la fundación de un museo en homenaje de la obra de su marido (la casa familiar en la que se levanta hoy el Museo Sorolla). Fue la albacea de la memoria del trabajo del pintor, guardó todos los testimonios de su vida en común. Las cartas y las fotos, las cuentas y las ventas. La archivera de una vida doble protagonizada por el éxito de él. Sin Clotilde, a la que su esposo llama “mi ministro de Hacienda”, hoy no sabríamos quién fue Joaquín.
La foto posada
En la exposición que acaba de inaugurar el Museo Sorolla, dedicada al álbum fotográfico de la familia, con 60 imágenes poco conocidas, se encuentran esos fogonazos de adoración mutua. Clotilde lo fue todo para Sorolla, que cuela a su mujer en sus pinturas, como modelo favorita. Mirando por la ventana, leyendo mucho, cosiendo, con algunos de sus hijos, es la musa que evita al pintor tropezarse con las musarañas.
Se conocieron cuando él todavía era un estudiante -desde los 15 años asistía a la Escuela de Bellas Artes- y empezó a trabajar en el estudio de fotografía de Antonio García, en Valencia. Allí iluminaba las fotos en blanco y negro, las coloreaba. Siempre se ha visto esto como determinante para su mirada plástica, pero también lo fue para su intimidad: allí encontró a la hija del fotógrafo y ya no se separaron más.
Quizá esta foto sea el posado más tierno –si eso es posible- de todos los seleccionados para la exposición. Son los días en que ella está siempre en el estudio junto a él, hacían su paseo antes de cenar, comiendo castañas o quisquillas. Ambos juegan a sus papeles: Clotilde mira el dibujo que traza su marido, mientras sujeta un parasol. Sorolla posa concentrado, mirando algo, en medio del estudio fotográfico de su suegro. “Cuando pinto estoy pintando, ahora mismo, mientras hablo con usted y le miro, estoy pintando”, contesta a una entrevista en 1909. Sin embargo, Sorolla fue de los primeros en sustituir el apunte del directo por las fotografías.
Noches calientes
Él reconoce sus sentimientos, no los teme. Ni mucho menos se apura si tiene que reconocerle sus pasiones más carnales. No hay censura en sus cartas, ni doble moral. No son hipócritas. Repite a lo largo de los años que las noches sin Clotilde son la peor experiencia de sus ausencias. "Estoy imposible y prefiero acostarme a ver si duermo, no pienso tonterías; adiós". En 1900 le escribe que el calor es horrible. Le aniquila. "Sudo de modo feroz, la noche pasada no pude dormir, si al menos te hubiese tenido..." De Valencia a Madrid, le da buenas noches y recado: "¡Qué sola está mi cama!". Otro día: "Querida mía, buenas noches, me voy a la cama, solito y triste por no poderte abrazar".
Si estuvieras conmigo, y no fueras (¡que mala!) me animarías, pero tengo que hacerlo todo solo
En 1908, la carta más caliente de todas: "Yo creo que eso más que nada es lo que me asusta tanto esta noche, quitándome las ganas de comer como otras veces, voy a beber más para alejar temores, y Dios y mi Clota, sobre todo ―a tu salud. Si estuvieras conmigo, y no fueras (¡que mala!) me animarías, pero tengo que hacerlo todo solo, ¡lo cual no me divierte, ni poco ni mucho! Esta visto que Dios nos unió de verdad, pues no sueño más que estar contigo, y para ti".
Sorolla se muestra dulce también y le ofrece todo su cariño sin condiciones. Nada hay más importante que ella: "Si bien los hijos son los hijos, tú eres para mí más, mucho más que ellos, por muchas razones que no hay para que citarlas, eres mi carne, mi vida y mi cerebro, llenas todo el vacío que mi vida de hombre sin afectos de padre y madre tenía antes de conocerte”.
Ella, su sombra
Conservamos una carta que el mecenas Archer Huntington, fundador y presidente de la Hispanic Society of America, escribe a su madre sobre la relación entre el pintor y su esposa, durante el segundo viaje de Sorolla a EEUU: “Y Clotilde, su menuda esposa valenciana, con el gesto adusto de quien tiene que convivir con la fama y las manos humildemente enlazadas, bebía trémulamente de la gloria, con sonrisa nerviosa, azorada y feliz, se agolpaban en el pequeño edificio para rendir homenaje a su esposo”.
Años atrás, en 1909, tiene lugar la gran exposición en la Hispanic y Sorolla manda noticias a su esposa de la inauguración triunfal: “Gracias a Dios ya se rompió el fuego, he vendido por valor de 30.000 francos. Tu retrato quedó para nosotros, tu carta me decidió a no venderlo, y fue sustituida por otro cuadro”. Se cuidan y protegen, hacen lo posible para que el otro, lejos, pise suelo firme a pesar de las ausencias reiteradas de un pintor, que desde ese momento, no hace más que multiplicar su éxito.
Como si el quedarme yo aquí, fuera por placer y que mi mayor gusto es estar siempre a tu lado
Siempre que está fuera, Sorolla manda flores a su mujer. Y a Clotilde se le saltan las lágrimas al leer un reproche por escrito de su marido, no le perdona no haber ido con él a una exposición. “Como si el quedarme yo aquí, fuera por placer y que mi mayor gusto es estar siempre a tu lado, que no voy ni me gusta ir a ninguna parte si no es contigo y que en casa hasta me molesta que venga gente porque me privan de pasar la vida a tu lado en el estudio”.
Ella, como buena lectora, también sabe expresar sus necesidades de pareja: “Si prefieres producir mucho a estar a mi lado, pues ya sabes que al estar a mi lado a lo mejor te alborotas, no hay más remedio que fastidiarse; yo comprendo que a un hombre como tú que antes de ser mi marido y ser padre es pintor, debe preferir el pintar a todo lo demás”.
Pintar y amar, eso es todo
Sorolla está a la altura de las palabras de su amada, a quien le reconoce que sería un desgraciado si no ella no existiera. “¡Qué ratos tan tristes cuando no pintase!”, le dice. “La misma pintura no creo que me compensase si tú no me hicieras feliz, Dios en todo me atiende, muchos y apasionados besos. Pintar y amarte, eso es todo. ¿Te parece poco?”, escribe a su mujer en 1908, desde Sevilla, recordando lo mucho que le cuesta estar separado de ella.
Hay que sentir lo mismo, hay que vivir la misma vida para entenderse y pasarlo agradablemente
¿Con el amor basta? No y lo saben. “No es bastante muchas veces el cariño, para pasarlo bien”, cuenta Clotilde. “Hay que sentir lo mismo, hay que vivir la misma vida para entenderse y pasarlo agradablemente”, asegura. “Menos mal que tú y yo nos entenderemos siempre y nuestro cariño podrá consolarnos de otras penas. En fin, no quiero filosofar más pues no es conveniente para ti...”
Ella siempre se muestra pendiente de lo que le favorece a su marido, pero también le sacude el ego cuando se desvía y se comporta como lo que es, un consentido: “Eres un chiquillo y no hay que tomarte en serio, pues este estado lo has tenido muchas veces cuando eras bastante más joven y entonces lo achacabas a la lucha que tendrías que sufrir para crearte un nombre y hacer por la vida”.
El carácter del artista aflora una y otra vez, ella perdona y asume. Porque es “un bohemio”. “Y como tal nunca os encontráis bien y siempre deseáis algo, que vosotros mismos no sabéis lo que es. En fin, como otras veces, esto te pasará y volverás a tener ilusiones nuevas (siempre y cuando no sean por chicas jovencitas, eh!)”.
Estás en casa y te aburre ella y la familia (porque no me negarás que te aburrimos) estás fuera y deseas estar aquí… ¿cómo se remedia esto?
“Respeto a tu estado de ánimo, te diré que eres un mimoso, mal criado y consentido que mereces te den azotes como a los niños pequeños”, escribe Clotilde, el 27 de noviembre de 1917. “Estás en casa y te aburre ella y la familia (porque no me negarás que te aburrimos) estás fuera y deseas estar aquí… ¿cómo se remedia esto?”.
Pintor infatigable
Por las cartas descubrimos a un trabajador infatigable. Entre las más de 2.000 cartas conservadas, se desvela a un pintor que trabaja “realmente como un negro”, con la ilusión de que fuese siempre verano para poder producir mucho más. “Eres insaciable”, le recrimina por empeñarse en una temporada de trabajo excesivo.
Una pareja que viaja a menudo junta por toda Europa, durante las exposiciones que inaugura el pintor en París, Bélgica, Holanda o Venecia. Aunque no siempre. En la gran exposición individual en la Galería Georges Petit de París, con enorme éxito artístico, económico y social, Clotilde acude, y se encarga de organizar con esmero los diferentes listados de las más de 500 obras que envía. Fue crucial en el éxito de la primera exposición individual más importante de Sorolla.
Y esta sabia despedida de Clotilde: “Cuídate y descansa, pues el cansancio da tristeza”.