De 'Yo soy Bea' a salvar refugiados en Grecia: la historia de película de la actriz Berta de la Dehesa
Hace diez años decidió dejar la interpretación en series y películas para cambiar el mundo con el arte. Ahora pone en marcha la plataforma SickOfWaiting, para que Europa asuma las cuotas de reubicación de refugiados.
24 abril, 2017 01:51Crisis previa a los treinta. Qué hago con mi vida. A dónde voy. Desengaño con la profesión de actriz. Y las casualidades llevan a Berta de la Dehesa, una de las protagonistas de la serie Yo soy Bea (La que se avecina, Hospital central o Cuéntame), a Darfur (Sudán), con un espectáculo para niños incluido en una programación de la AECID. Todavía con ahorros de la Bea, como dice, “con unos problemas muy occidentales, muy pija, ensimismada en mi imagen como actriz”.
No tenía ni idea de lo que era Darfur y llega en noviembre de 2009. Un dictador que cierra las puertas a ONG's para que no haya testigos del conflicto racial. Tardan mucho en darles los permisos en Jartum y en la Universidad, en cursos de arte dramático, se enamora como nunca de un profesor y, entonces, todo cambia. La verdad pierde nitidez. Él practica el teatro del oprimido, técnica aplicada por el dramaturgo brasileño Augusto Boal (1931-2009), en favor de las clases oprimidas y para los oprimidos, para luchar contra las opresoras.
“No te preocupes, sigue las reglas de Naciones Unidas”. En Darfur queda impresionada por las medidas de seguridad. De vuelta a Madrid estudia y se forma en teatro del oprimido. Se encontró con un tipo de teatro muy íntimo, en el que los participantes expiaban sus tormentas en vivo. Y siguió ampliando sus conocimientos escénicos y artísticos que le acercaban a los problemas ajenos. El siguiente paso fue un Máster Arterapia, cuyas prácticas realizó con refugiados en Madrid: el arte ayuda a pasar los procesos migratorios y lo puso en práctica.
Camino del otro
“Todo en la vida lo elijo por intuición, desconocimiento y de manera inconsciente”. Cuando accede a estos estudios pensaba que se aplicarían todas las artes, pero el foco era exclusivo en las artes plásticas. No tenía ni idea de plástica. El camino del aprendizaje también fue para ella una terapia. Las prácticas eran una incógnita. Se puso en contacto con las autoridades que gestionan el centro en el que viven los refugiados a la espera de resolución del permiso de residencia. Pueden permanecer en este limbo burocrático un año. Tienen casa y comida, pero no tienen nada que hacer y mucho tiempo para pensar.
“Esto genera unos procesos de ansiedad muy complicados. Cuando están a salvo, el trauma que les ha traído hasta aquí, emerge”. Y entonces se presenta un proceso mental muy ruidoso, lleno de dudas y de preguntas. Quizá el estado ideal para un artista sin problemas de supervivencia. Berta iba a colocar ceras, pinturas, cartones, cartulinas, pegamento, materiales para que evacuaran lo podrido, sin saber cómo reaccionarían. Y funcionó. Ha aprendido que no hace falta crearles pautas. Simplemente, dejarles espacio libre para que se expresen. Sin orientar, ni guiar: “Sólo generas un espacio tranquilo y cómodo para dejar salir”.
En la sala, todas las edades juntas, desde niños de siete años a mayores de setenta, todas las nacionalidades, compartiendo y jugando. Relajados, desinhibidos. Fuera de la sala, refugiados con cámaras de fotos retratando la ciudad, a lo largo de la semana. Lo que quisieran. Necesitaban canal para sacar todo aquello y la fotografía fue una de las experiencias más personales con la que mostraron su visión del mundo. “La gente es maravillosa”. Berta es un volcán de optimismo, que estalla de vez en cuando.
Dos años en Camboya
Y entonces, el parón. ¿Qué hago con mi vida? Y se fue a Camboya. Allí encontró una mini ONG perdida en un pueblo entre arrozales. Buscaban profesores para dar clases de inglés. Ella iba a vivir su propio proceso migratorio, porque estuvo dos años viviendo en Camboya. Experimentó todas las fases del migrante: primero te pliegas demasiado para entender la cultura a la que llegas y te conviertes en uno más, luego das un paso atrás y les rechazas y entras en un proceso de reafirmación nacional y entiendes que así tampoco… Hasta que llegas a un pacto contigo y con ellos. “Lo que es integrarse”.
“Es un proceso muy complicado: encontrar un lugar en el mundo y encontrarlo en una cultura que no es la tuya. Esto puede sonar muy jipi y lo que quieras, pero la integración se facilita con el amor. Si la otra cultura te quiere, te va a resultar más sencillo. Cuanto menos te rechacen y menos ganas tengan de cambiarte, más sencillo que te adaptes a ellos. Cuando más en contra de tus símbolos vayan, más fuerte te haces en ellos. Si tu abrazas la diferencia, todos aportan y enriquecen. Si luchas contra la diferencia, crece la dificultad y la incomprensión”, cuenta Berta. Del choque de civilizaciones al abrazo. “La integración es una cosa de dos. Lo sabe cualquiera”.
En Camboya vivía en una pequeña casa sin agua, apenas electricidad y “la nada”, con los del pueblo que no hablan inglés. Y dos mujeres alemanas, en su misma situación, una de 18 años y otra de 70. Ella tenía 35 entonces y su jornada de clases diaria era de tres horas. “Pensarás que es poco, como yo al llegar. Pero hay que sobrevivir. Cuando no hay frigorífico y debes ir todos los días al mercado, que no está en tu pueblo, cocinar para la comida, porque de la comida a la cena la comida se estropea por el calor que hace…” Tres horas de trabajo y ya, porque no da tiempo a más. Lo curioso es que nuestras comodidades de privilegiados no amplían las horas de nuestra vida, sino de nuestro trabajo.
Berta de la Dehesa 2011 from don severo on Vimeo.
Berta vivía con 50 dólares al mes. Podía darse pequeños lujos como comer cerdo con arroz en un bar del pueblo o tomarse un café. Aprendió camboyano, aprendió la cultura, aprendió a disfrutar de la naturaleza y a desvelar el significado de las sonrisas de los asiáticos. “Para nosotros es más fácil entender el gesto de un africano que el de un asiático”. Y montó una exposición móvil para difundir la importancia del agua por los pueblos, a los que ella y una amiga llegaban en bicicleta. Actividades de fotografía, dibujo, teatro, radionovelas sobre el buen uso del agua.
Locos por crear
“La gente está ávida de creación. Están locos por crear. En Camboya, tras el genocidio de los Jemeres rojos y el exterminio de la memoria cultural. En los pueblos no ha quedado nada. No hay nada. Se apoyan mucho en los libros y en la memorización, no tanto en la comprensión. Tienen una memoria increíble, pero no comprenden lo que leen. El arte tradicional también fue arrasado. Están reinventándose. Los adolescentes están muy involucrados con las actividades. El alcalde del pueblo participaba junto a los niños del colegio, todos implicados y sin vergüenzas pintando qué problemas hay con el agua”.
Vuelta a Madrid, otra vez. “Trato de irme de los sitios en paz. He visto demasiada gente huyendo de los lugares a los que llega, en una rueda infinita”. Madrid, España, Occidente era el mismo y había cambiado del todo. No se planteaba volver a actuar, porque de hecho no podía vivir aquí. Todo le parecía estúpido, absurdo. No descarta una vuelta a la interpretación, pero desde otro lugar. No desde donde lo dejó. “A mí actuar me gusta mucho”, y se ilumina.
Dice el sociólogo y antropólogo francés, David Le Breton, que la fatiga puede ser una elección para borrarse ligeramente y reencontrar la alegría de la plenitud de ser uno mismo tras el reposo. Sólo disfrutaremos de la fatiga cuando no estamos condenados a ella. Debe ser una fatiga voluntaria. No hay fatiga feliz si no somos felices. Pero es un estado en el que desaparecer, una suspensión provisional. Y Berta decidió desaparecer de sí, de la fama y de la exposición pública, para entregarse a los otros. Porque existir llega un momento que no sirve, que es necesario sentir que se existe. De la fragilidad de la actriz de Yo soy Bea sólo queda el rechazo a volver a pasar por esa exposición. A aquel dolor y su fuerza de destrucción le debe esta metamorfosis.
“La intención cuenta, porque con mi impulso contagio. El arte transforma al que lo genera y lo recibe”. Berta es más libre ahora, dice. “Cuanto menos necesitas, más libre eres. No digo nada nuevo, pero es una verdad como un campano. A más libertad, más tranquilidad”. Berta era consciente de su hartazgo, de su fatiga, de que el ser humano agotado dice: “Estoy muerto”. Su renuncia era la única manera de no morir o de escapar a algo peor que la muerte, y Berta renació. Y llegó a Grecia.
Bienvenida al infierno
Iba para un mes a la Isla de Quíos, con una ONG que entregaba leche y pañales, y se quedó un año. El 20 de marzo de 2016 se puso en marcha el acuerdo con Turquía y todos los migrantes que llegaron a partir de ese momento se convirtieron en ilegales. Ya no eran refugiados. Las autoridades vacían las islas y se llevan a los migrantes a Grecia continental y todos los que llegan quedan en centros de detención, donde es muy difícil acceder. Así que, a los 15 días de llegar, se traslada a la Grecia continental para ver qué hacer. Pero se enterara de que en un campo de refugiados recién inaugurado, en Katsikas (cerca de Ioánina), frontera con Albania, necesitan voluntarios.
Ella y seis personas más llegan allí. Los siete y 1.300 personas, en un campo que habían montado los militares en tres días: una explanada pedregosa y tiendas de campaña de verano. Hay un lago gigante cerca, que cuando llueve se inunda el campamento porque la superficie no traga. Hace mucho frío. Hay mucha gente sin zapatos, la mayoría con ropa de verano empapada y ellas con la leche y los pañales… Ninguna tenía experiencia en resolver una situación así, pero se ponen en acción inmediatamente y contactan con grupos cercanos para traer ropa.
“El primer mes ni lo recuerdo, por la cantidad de emoción y trabajo. Nos íbamos a la cama a las dos de la mañana y a las seis de la mañana, en pie. Todo el día frustrada por no llegar. Todos estaban muy enfadados, claro. La gente te gritaba por las condiciones, no entendían por qué se les retenía en aquel lugar, en aquellas condiciones. Generamos un vínculo personal muy fuerte: éramos personas muy poco profesionales, simplemente llegamos allí porque estábamos impactadas por la situación. Y nos prometimos que no nos marcharíamos de allí hasta que no quedase nadie”. Un año.
Primero, corrigieron las condiciones del campo. Pocos váteres y duchas de agua caliente, la comida de los militares era muy escasa. Contactaron con otras ONGs para abastecer de comida. Pasaban los meses y el vínculo con los refugiados crecía. Con los meses, llegaron las ONGs grandes, pero las víctimas de la situación querían que las representaran en todas las decisiones. “En Grecia ha habido muchos problemas con el Gobierno, con ACNUR, con el dinero. Grecia está dividida políticamente en mil pedazos, nadie asume responsabilidades con los refugiados”, recuerda la actriz.
Autogobierno para sobrevivir
Escribían mails a diestro y siniestro pidiendo manos y el flujo de voluntarios se incrementó, hasta que todo empezó a gobernarse solo en uno de los campos de refugiados peor considerados del país. El tiempo y las actividades crecen, el campo se llena de actividades -hasta un cine-, poco a poco. “Al principio, había muchas peleas y nos robaban muchísimo. Nos enfadamos con ellos, ellos se pegaron entre sí. Y al día siguiente se presentaron 20 hombres que querían hablar con nosotras. Pidieron perdón por la violencia, los robos, pidieron colaborar. A partir de ese momento, nos reuníamos con la comunidad todas las semanas, en las que se discutía qué se hacía. Hasta el punto de decidir en qué se gastaban las donaciones de dinero que llegaban”. Prácticas de autogobierno en medio del infierno.
Había tantos profesores que montaron una escuela. Una persona parapléjica necesitaba rehabilitación y levantaron un gimnasio. Los monitores que ayudaban al muchacho en silla de ruedas eran un campeón de boxeo afgano y un lanzador de disco sirio. Abrieron un espacio para la intimidad de las mujeres. “Tratábamos que se implicaran lo máximo, porque cuanto más lo hacían menos cosas destruían y más lo cuidaban”. Los ingenieros y arquitectos refugiados se encargaban de la construcción dentro de los barracones. “Conseguimos un poco de dignidad a una vida sobre las piedras”.
Berta recuerda con especial cariño a un guía turístico de Palmira, que hablaba inglés e italiano y tenía la edad de su padre. Impartió varias conferencias a los niños y mayores sobre el patrimonio de la ciudad siria. Un día llegaron unos voluntarios alemanes, con los que construyeron una cúpula para la gente que quería estudiar online en silencio.
En el campo hay varios artistas. Los voluntarios consiguen materiales para que trabajen. Uno de ellos se pasó del óleo al humor gráfico en viñetas, muy crudas sobre el maltrato en el campo. “Llegó un momento en el que nos pidieron montar una exposición, porque no querían parecer animales. No querían que los que llegaban allí pensaran que sólo comían y dormían”, dice. Les facilitaron todos los materiales y se pusieron a la obra. “Me quita un peso del corazón, Berta”, le contaban. Muchos de ellos han encontrado una veta con la que nunca antes se habían atrevido. Pintaban los botes abarrotados de gente en la travesía. Empezaban dibujando su trágica travesía y acabaron pintando nuevas cosas, otras perspectivas lejos de los botes.
El arte o la vida
La exposición se inauguró en el campo, que no vio nadie que no fuera de dentro. Decisión militar y gubernamental. Más tarde, hicieron otra, en Ioanina. Mucho más grande. Arte y artesanía, y conciertos. Y lo llamaron Bubbles of Hope, y los griegos fueron a verlo. Había un reloj réplica del reloj de la plaza de Homs, a la hora en la que entraron en el campo. “A esta hora nuestras vidas se pararon”, se podía leer. Ya no existe ni el original ni la réplica.
“El arte les hizo conectarse con su parte más digna. Tenían mucho interés en realizar algo muy bonito. Se esmeraron mucho en parecer muy profesional. Además, la posibilidad de compartir su cultura y quiénes eran. Querían hacer un traje típico de cada región de Siria y de Afganistán...” Demasiado dinero. Fue un lugar para mostrar quiénes era y qué podían aportar.
A Muhammad Alí le cambió la vida la fotografía. Es muy joven, hizo un curso de foto en el campamento, los voluntarios le regalaron una cámara. Necesitaba un trabajo, necesitaba hacer algo. Le pidieron que en una página de Facebook contara la vida en el campo: Katsikas Live. Ahora quiere ser reportero y quiere ir a la guerra a contar la verdad. En breve aparecerá un libro con sus fotografías.
“Todo el mundo necesita un espacio para crear. En las peores situaciones, el arte es luz. Es sanador. En cuanto uno puede despegarse de las circunstancias de la supervivencia”. Esa es una de las lecciones con las que se ha quedado.
Al llegar al campo, sentía tanta vergüenza de Europa que pedía perdón constantemente. “Lo siento, lo siento, lo siento”. Berta se pagó el billete de ida, el de vuelta, la estancia, la comida, todo. “Nadie te paga como voluntario”. Quién va a pagar por tratar de salvar el mundo. “La gente cruza fronteras con sus niños, huyen de la guerra, les silban las balas, ven muertos y muertos, se meten en botes sin saber nadar, llegan pidiendo auxilio y les ponemos en un campo lleno de piedras, en tiendas de campaña de verano en pleno invierno, al lado de Albania. ¿Tú te crees que alguien se merece eso?”.
Hartos de esperar
¿Qué es el lujo? “El lujo es no pensar en el dinero”. Berta de la Dehesa no tiene miedo a la esperanza. Ni siquiera en el campo. “La gente es maravillosa. Hasta el malo. Nadie es de un color, hasta el malo tiene sus cosas maravillosas. Todos tenemos algo que nos hace únicos. Por eso cualquiera migrante que venga va a aportar una riqueza increíble. ¡Que no viene sólo la boca!”.
El campo se ha vaciado, pero no se ha abandonado. El campo ahora son containers. Es un pueblo para 500 personas. El resto espera ser reubicado, tal y como acordaron los países de la Unión Europea. Tienen hasta el 30 de septiembre para cumplir con las cuotas y los plazos, pero sólo Finlandia parece que lo hará. Ese es el nuevo destino de Berta: Sick Of Waiting (Hartos de esperar), una plataforma web creada por el partido político Por un mundo más justo, para presionar al Parlamento europeo a que asuman sus obligaciones y empleen el dinero que han recibido.
Hasta hace años Berta sabe que su don es el de la comunicación, el de intuir lo que le pasa a quien le habla, aunque lo haga en otro idioma. Ahora, después de haber decidido aprender a no ser nadie para ser todos, de salir de su casa para construir la del resto, de desaparecer para renacer en los demás, su nuevo don es el del vínculo social. Sentir que existe.