“La fotografía nace de perpetrar actos insensatos, de ponerse a prueba uno mismo a través de la experiencia bruta, de la creación de situaciones que obligan a una vida feroz. Entonces ya sólo es válido un arte nocivo y asocial, ateo e inmoral”. Palabra de artista, pensamiento de Antoine D'Agata (Marsella, 1961), fotógrafo al que no le interesa retratar el mundo, sino de presentar su posición en él. Noches caóticas, de sexo y heroína, de felaciones y chutes en sórdidos burdeles, protagonizados por cuerpos astillados, deformados por la luz y los efectos del placer.
Una deriva tan explícita como la noche que quema las vidas de esos cuerpos. Carne oscura, sin escapatoria. Noches espesas, rotas por la ebriedad narcótica de las venas opiáceas. D'Agata es de una claridad embriagadora, porque juega más al límite que el comisario de esta exposición, Alberto García-Alix (León, 1956), más académico y formal. La muestra es el mayor atractivo del Círculo de Bellas Artes y uno de los puntos calientes de la nueva edición de PhotoEspaña.
En García-Alix, lo excesivo termina por convertirse en un cliché de sus retratos, pero en D'Agata lo excesivo es la propia propuesta: lo llama “fotografía lúcida”. Lúcida respecto a las condiciones turbias de su gestación. “La fotografía puede ser la medida de la aberración”, se lee en una de las paredes atestadas de textos, con las que ha ido salpicando el espacio, combinado con proyecciones de testimonios desgarradores de prostitutas orientales, y una vida a la deriva, que arranca en 1987. Para D'Agata, la fotografía es un punto de tensión y de conflicto, un proyecto de vida, “un acto político vital”.
Deriva y derroche
En las paredes, además de odas poéticas a los efectos de la heroína, escribe el fotógrafo su particular diccionario del desasosiego, con términos como “inercia”, “deriva”, “ebriedad”, “deseo” o “derroche”. La vida o el trabajo de D'Agata corre contra la urgencia de la supervivencia, corre para deshacerse de la esclavitud mediante la satisfacción del instinto y contra “la indecencia del confort”. “Sólo así escapan al sueño de la mercancía”. Seres diluidos. Corre tanto contra tanto lo de D'Agata, que la esencia de todo este montaje vital es la soledad. No es spoiler, es humano. Tanta soledad, tanto abandono, tanta desesperanza por no escapar, que pareciera arreglarse follando y chutándose.
“Las moléculas sintéticas anulan el sueño y el cansancio, calman la privación, exacerban la intensidad de las pasiones ordinarias, trastocan la anatomía yonqui y fuerzan el pensamiento a una precisión insólita, concentración obsesiva hasta el punto de ruptura. Hasta que el espíritu se diluye en la luz paranoica”, leemos en otra de las paredes que exigen detenerse. La secuencia de planos de cuerpos agarrados por el vacío y músculos en tensión, torturados por “la alquimia de cristales puros que licua el cuerpo”, se rompe con la palabra y los vídeos.
Su búsqueda es el rastreo sin desenlace de la violencia del mundo, de una vida sucia y brutal en el orden de las conveniencias
Es fotografía, pero sobre todo es nihilismo. Hasta el término “artista” habría que cuestionarlo, su búsqueda es el rastreo sin desenlace de la violencia del mundo, de una vida “sucia y brutal en el orden de las conveniencias”. Es “vivir en la desnudez”. Lo que hace Antoine D'Agata es mucho más comprometido que las labores de un artista al uso, mucho más comprometedor que un espectador tradicional. Por eso se avisa a la entrada de que no es una exposición al uso, que los menores de 18 años no tienen tanta vida para tanta realidad. Un chute adulterado.
La fotografía, según este discurso extremo, es el deseo del mundo. Y el resultado, un autorretrato de un despojo solitario, que no pide pena ni clemencia. Lo que cuelga de las paredes es su experiencia contra la salvación a cualquier precio. Su grito atravesado por seres que logran paralizar el pensamiento y transformar en energía abrasadora “el frío químico que traspasa la espina dorsal”. Hacía mucho tiempo que, frente a la pornografía del estereotipo, no emergía una exposición que multiplicara la única obra que se puede tomar en consideración: la “perpetración de actos descabellados”.