“Me colocaré y me traeré lo que quede para “romper con el pasado” (rápidamente), y la hierba volverá a formar parte de mi vida. Mi idea es tener hierba a mano siempre que pueda, en el futuro”. 22 de mayo de 1969. La artista estadounidense Lee Lozano (New Jersey, 1930-Dallas, 1999) no quiere saltarse el capítulo de las drogas de la revolución hippie, aunque sea una artista en New York que en diez años ha sido aceptada y encumbrada de manera fulgurante por el establishment del arte.
El mercado termina premiándola con la exposición, en 1970, de las Wave Series en el Whitney Museum of American Art por abandonar las ondas contraculturales más conflictivas de sus inicios y recalar en la abstracción más sosegada. Y cuanto más reconocen su valía y más atención le prestan, más reacia se muestra ella a formar parte de ellos. “Lo que me ha definido hasta la fecha es el verbo, no el nombre; el acto, no la palabra”, escribe.
“En casa de La Monte y Marion, mientras escucho cómo cantan, me fumo una enorme cantidad de hachís muy potente (no fumar allí es impensable), de hecho, fumo tanto que me tengo que marchar repentinamente porque tengo la sensación de que voy a enfermar. Consigo llegar a casa”. 23 de mayo de 1969.
Testigos de papel
Anota en sus minúsculos cuadernos cómo crece su vida y su obra. Escribe en mayúsculas, subraya y utiliza bolígrafos de diferente grosor para destacar unas ideas sobre otras. Son el testimonio de que ha hecho el camino, pero no ha llegado a ningún lugar: abandona el arte tres años después, harta de la hipocresía del mundo en el que es alguien. Y deja la duda abierta para todos los que vienen tras ella: quizá el único destino del arte sea la renuncia.
Los cuadernos de Lozano son testigos de su deseo de hacer piezas que únicamente tengan que ver con cuestiones relevantes para su vida, cuestiones “sobre las que pueda aprender, que envuelvan peligro o documenten acciones de carácter artístico”, escribe. Para ella el arte fue vivir su vida más intensa, a costa de todo.
Esas diminutas páginas revelan hasta los síntomas ideológicos de la creadora: “Clave: cómo hacer frente a la amenaza de Nixon: aniquilarla, algo que mi inteligencia rechaza por completo o ridiculiza. Ridiculizar a la Administración Nixon. Debilitar su autoridad. Concentrarme con tanta intensidad que ni siquiera puedas notar la autoridad”.
La resaca del arte
24 de mayo de 1969. “Horrible resaca de la noche anterior. Fumo un poquito de hierba que me ha traído un amigo para compartirla conmigo, y “casi” no la siento”. Lee Lozano sufre una “fiebre cerebral”, que acaba en avalancha de ideas y anotaciones. Ahora la vemos escribir impresiones mientras trabaja en No-Grass Piece, némesis de Grass Piece. La primera resume una búsqueda de acción extrema tras 33 días bajo los efectos de la droga, mientras que su opuesta relata el día adía de la abstinencia en el mismo tiempo.
Lozano entra en una fase de su carrera en la que la vida y la obra se funden. Llega a proyectar una serie de pinturas SDS (Stoned-Drunk-Sober; colocada-borracha-sobria) a completar en sesiones de trabajo ininterrumpidas. Se quedaron en el tintero, pero había encontrado una línea de actuación que conseguía involucrarla. Su autobiografía pasaba a papel protagonista y lejos quedaban las primeras obras figurativas y provocadoras, que rozaban la estética del cartel. Apenas habían pasado diez años y se había convertido en “la figura femenina más importante en Nueva York en los años sesenta”.
Una obra espectacular
“No se realizarán grabaciones ni se tomarán apuntes en el transcurso de los diálogos, que existen únicamente por el valor que poseen como acontecimientos sociales alegres”. Son las anotaciones del 21 de abril de 1969 que hace sobre Dialogue Piece, cuyo único propósito es el de mantener diálogos. Nada más. No había gravedad en su postura, “el aliento primario de sus piezas responde al deseo de experimentar una vida más profunda en el arte”, explica Teresa Velázquez, comisaria de la exposición retrospectiva de Lee Lozano, en el Museo Reina Sofía.
“Se pone a prueba todo el tiempo, su resistencia física y emocional. Y decide hacer una serie de once pinturas bajo los efectos de la droga. Quiere hacerlas en una sesión ininterrumpida cada una de ellas. Algunas le llevan mucho tiempo y otras nada”, cuenta Velázquez sobre Wave Series, la obra más espectacular del montaje del museo, en la que la artista puso a prueba su resistencia en interminables sesiones de trabajo. Nunca hasta el momento se había expuesto íntegra tal cual imaginó Lozano.
“Supongo que al colocarse se centraba exclusivamente en la pintura, conectaba con ella y le permitía concentrarse”, añade la comisaria. Algo parecido a lo que Rafael Sánchez Ferlosio encontraba en las anfetaminas. Se abstraía del mundo.
A colocarse
Wave Series (1969) le lleva un año, aunque en sus cuadernos aparece documentación sobre la misma mucho tiempo atrás. Conjugó ciencia, arte y existencia. En sus cuadernos aparecen anotaciones en relación con el átomo de hidrógeno, el radio de Bohr, la energía Rydberg, escritos sobre el carácter de la onda en la materia, dibujos vibratorios de las ondas de los electrones… La búsqueda de la energía bajo los efectos de la marihuana, circunstancia que imprimió la cualidad alucinatoria de estas pinturas.
Cada lienzo tiene un número de ondas: a mayor número de ellas, más esfuerzo. La última onda le llevó 52 horas pintarla. Son dos líneas con 192 ondas perfectas. Un nivel de control técnico increíble, bajo los efectos de la maría. La aplicación de la pintura mediante peines de acero y cepillos de alambre le obligó a una increíble contención muscular, intelectual y emocional “que ella ligó a la medición cuántica y electrodinámica del tiempo”.
Entre las anotaciones científicas sobre las ondas electromagnéticas, una referencia bibliográfica: Dune, la novela de ciencia ficción de Frank Herbert, en la que la energía se libera mediante el uso de sustancias psicoactivas tales como la “melange”.
En 1966, el psicólogo y escritor Timothy Leary anunció la formación de una religión psicodélica bajo el lema “Tune in, turn on, drop out” [Enchúfate, sintoniza y déjate llevar]. Dos años después, Leary reivindicaba las drogas como agente de cambio de una inminente revolución social y cultural. Lozano era afín a la nueva corriente y le pone un nombre: “cerebellion”. La revolución del interior. Para Lee Lozano no podía haber una revolución artística al margen “de una revolución científica, de una revolución política, de una revolución educativa, de una revolución de las drogas, de una revolución sexual o de una revolución personal”.
La verdad vibra
“La duración de las sesiones de pintura es inversamente proporcional a la longitud de onda”, anota Lozano sobre las Wave Series. Cada lienzo de algodón representa una longitud de onda diferente y los pinta con distinto color: conforme se acorta la longitud de onda, el color tiende a volverse mortecino. Es un concierto emocional: “La verdad vibra como en la mecánica cuántica”, “las palabras vibran con los significados, como en la mecánica cuántica”. La pintura vibra sobre el lienzo, incapaz de retenerla.
Quiero superar el hábito de la dependencia emocional del amor. Quiero empezar a confiar más en mí misma y en los demás
Para Lozano “las emociones también son hábitos”. “Quiero superar el hábito de la dependencia emocional del amor. Quiero empezar a confiar más en mí misma y en los demás”. 5 de abril de 1970. “Quiero convencerme realmente de que yo tengo poder y cumplir mi propio destino”. Y en 1972 lo dejó todo y desapareció. Agotada y frustrada. “¿Qué es lo que quiero hacer? ¿Estudiar libros para tener un arma que pueda utilizar cuando participe en el mundo? ¿O buscar nuevos sistemas de conocimiento, inventar otras maneras de aprender por mis propios medios?”. Nunca más volvió a exponer.