Necesitamos pasar más horas en el museo para aprender a ver. Las salas abarrotadas de pintura esconden lo que somos desde hace siglos y no queremos mirar. Obras de arte ocultas tras montañas de prejuicios, que evitan daños colaterales en quienes temen por su seguridad moral. Los museos son bombas contra la conducta dominante, trampas anti tabúes desarticuladas por la ignorancia. El Museo del Prado ha dado un paso importante para hacer aflorar una verdad silenciada: la homosexualidad en sus colecciones.
El director del Prado explica que este es un museo incluyente y no excluyente. Está hecho para todos. Hoy es más “Nacional” que nunca
Entre los miles de cuadros que se exponen hay ventanas que se mantenían cerradas hasta hoy, cegadas a un paisaje que airea la definición de lo que los elementos más rancios de la sociedad han tratado de imponer como “normalidad”. Las manzanas y las peras se relacionan desde hace siglos como han podido, en libertad si respetan un amor heterosexual, perseguidas si pretenden uno homosexual. El Museo del Prado inaugura un recorrido con 30 obras -siempre expuestas en la colección permanente y a la vista de todos-, “en el que se invita a contemplar la realidad histórica de las relaciones sentimentales entre personas del mismo sexo”.
El Prado sale del armario sin decir “homosexual”. “La palabra homosexual aparece a finales del XIX y nuestras colecciones acaban ahí. Así que nosotros no la podemos utilizar, porque sería un anacronismo. Nuestra voluntad siempre es respetar el criterio científico e histórico”, ha explicado a la prensa Carlos G. Navarro, comisario de la muestra (activa hasta el 10 de septiembre) junto a Álvaro Perdices. No hay ni rastro de la palabra prohibida: La mirada del otro. Escenarios para la diferencia es el título de la muestra.
Maricón sí. Porque lo utilizó Goya en el dibujo que cierra este fascinante recorrido: “El Maricón de la tía Gila” (1808-1814), del Álbum C. Maricón con mayúscula. “La mayúscula se refiere no tanto a la condición de homosexual del susodicho, que también, como a su apodo, obtenido por serlo. Y a la imagen del personaje es suficientemente reveladora. La corrección política ha relegado en nuestros días esta palabra a un uso grosero y homófobo. Quizá por ello este dibujo es incómodo en la bibliografía de Goya”, apunta el especialista José Manuel Matilla en el pequeño catálogo.
Incluyendo lo normal
Perdices explica que el itinerario organiza la narración museográfica de otra manera: a partir de pequeños fragmentos que son subrayados con unas cartelas especiales, con una luz que las hacen brillar para revelar el significado oculto en la lectura tradicional. “Hemos querido utilizar las obras que están colgadas en la colección permanente y hacerlo en la colección permanente: lo que no podíamos era desarmarizar, perdón por la expresión, para luego volver a armarizar”. De esta manera han garantizado la lectura incluyente y no excluyente. “El arte”, dice Perdices, “reside en el lugar de las dudas”.
Esa es la línea que ha querido reforzar el director del Museo del Prado: “Este es un museo incluyente y no excluyente. Está hecho para todos. Hoy es más “Nacional” que nunca, un término que no suelo utilizar. Y lo hacemos desde la más absoluta normalidad, mostrando artistas que no siguieron la sexualidad normativa”, asegura Miguel Falomir.
Las obras homosexuales, con perdón por el anacronismo, ya estaban ahí, pero han añadido información “que suma y enriquece la lectura de las obras”. ¿Y no teme las críticas de las asociaciones y del lado más conservador de la sociedad? “Es un museo Nacional, si nos critican va en el sueldo”, resuelve bravo el director del Prado. El World Pride de Madrid (del 23 de junio al 2 de julio) también ha ayudado a potenciar esta lectura, que llega con una década de retraso contra el discurso de las manzanas y las peras.
“La pintura es una poesía muda y la poesía, una pintura ciega”, escribió Leonardo Da Vinci, uno de los artistas perseguidos por su tendencia sexual, que ahora es reivindicado por haber sido cegado en un aspecto vital que determinó su obra artística, como explican los comisarios. Sandro Botticelli es otro de los artistas reprimidos.
Descubrir la verdad
Los dos historiadores han decidido enfrentarse al mayor rodillo del silencio: la Historia del Arte, empeñada en ocultar una verdad evidente bajo las capas de citas y argumentos que esquivan los asuntos que trascienden el pigmento, pero lo determinan. Tan a la vista y tan ciegos, como la versión de La Gioconda ocultada bajo un fondo negro con nocturnidad y alevosía y que convirtió a esta dama renacentista en una mujer de origen flamenco. Hasta que se descubrió la verdad.
La nueva verdad que potencia el Prado cuenta el museo desde una perspectiva distinta, tan científica como las influencias y las composiciones: “Este itinerario nos ofrece la posibilidad de engrandecer la mirada. No quisimos configurar uno con obras autocomplacientes con el amor homosexual. Nuestra idea era preguntar a las colecciones del museo cómo era el amor no normativo”, explica Carlos G. Navarro.
El recorrido se divide en cuatro capítulos, que evidencian la necesidad de diversidad y libertad: Amistades peligrosas, Perseguir los deseos, Engañosas apariencias y Amar como los dioses. El viaje a la homosexualidad del Prado arranca con la escultura clásica y algunas parejas de amantes, como Antínoo y Adriano. De ahí pasa a los artistas que debieron sentarse ante un tribunal que condenó su vida privada: Botticelli, Leonardo, Benvenuto Cellini, Guido Reni o Caravaggio. Los cuerpos que no se ajustan al ideal son los siguientes protagonistas. Seres que fueron considerados de moral desviada, como La figura de Hermafrodito.
Una mirada sincera
Pero fue la recuperación de la mitología la más fecunda vía de expresión de la diversidad sexual en tiempos de censura. Zeus, Júpiter, Aquiles y Hércules aparecen travestidos. Y Goya. “Su genio supo entender, desde la lucidez moderna, la tragedia muda a la que le condenaban sus diferencias, y con ella arranca una reflexión sobre la condición humana propia de la perspectiva de nuestro tiempo”, explican. El broche lo pone la pintora Rosa Bonheur, con el cuadro titulado El Cid, una cabeza de león africano. “Su personalidad irreductible la llevó a luchar por ofrecer al mundo la imagen más sincera de sí misma”.
Todas las obras incluidas están unidas por un hilo narrativo evidente, por una mirada oculta que enfatiza una máxima: puedes sobrevivir a lo que te hagan los otros, pero no a lo que tú les hagas a ellos. Necesitamos pasar más tiempo en el museo porque lo que aprendas dañando a otros te perjudicará más a ti del dolor que causes.