Júpiter quería acostarse con la ninfa Calisto y para engañarla tomó las facciones de Diana. Calisto era una de las más bellas del séquito de la diosa de la caza y cuando queda embarazada por el dios tramposo, trata de ocultar su estado a Diana, que mantenía su celibato y lo exigía a sus acompañantes. Júpiter convirtió a su amante en osa para evitar el castigo, pero Diana descubrió el engaño y la abatió a flechazos. A su muerte, el señor del Olimpo la colocó en el cielo, entre las constelaciones. Es así como Calisto se convirtió en la Osa Mayor.
El comisario comenta que la Iglesia católica no tiene problemas con la transexualidad si no hay relaciones sexuales, porque lo que les molesta es la orientación sexual
El artista francés Jean-Baptiste Marie Pierre pintó la escena transexual en 1745 y va a cumplir casi dos siglos colgada en el Museo del Prado, a la vista del público. Ahora forma parte de la narración más interesante que se puede visitar entre los museos madrileños: la exposición temporal TRANS, en el Museo de América, donde se muestra cómo la presencia de personas transexuales es universal y habitual en las representaciones antropológicas y artísticas desde el año 500 antes de Cristo. Como esa pequeña figura tallada de la cultura Jama Coaque (Ecuador), con atributos femeninos y un taparrabos, que recibe a los visitantes junto a otra de la cultura Moche (vestida como hombre, pero con vagina).
“No somos capaces de verbalizarlo”, comenta Andrés Gutiérrez, comisario de la exposición a este periódico. “Nuestra sociedad no quiere hablar de esto. De hecho, hay varios socios de los Amigos del Museo de América que se han dado de baja tras la inauguración. Con esta exposición queremos romper con esos miedos y mostrar con naturalidad cómo hemos convivido todos desde hace siglos”. El arte que molesta rompe con los genitales asignados y propone una defensa del sexo elegido, mientras distingue entre identidad de género y orientación sexual.
Y llegaron los españoles
Es una realidad que no puede negarse y para demostrarlo rastrean las huellas transexuales hasta el mundo prehispánico, donde se vivió con naturalidad la figura humana con atributos de ambos géneros o géneros alterados por elección. “Hasta la llegada de los españoles y la cultura católica”, apunta. “En el siglo XVI los españoles se escandalizaban con estas personas que estaban integradas en sus sociedades y terminaron desplazadas y marginadas. La mayor persecución cristiana fue contra los hombres, a los que no se les permitió ser mujeres. Con las mujeres que se transformaron en hombres hubo algo más de tolerancia, siempre y cuando no tuvieran relaciones sexuales”.
Esa es la historia de Catalina de Erauso (1585-1650), la “monja alférez”, nacida mujer convertida en hombre que abandona el convento a los 15 años para ser soldado en las tropas que parten a la llamada de Indias. Luchó contra los mapuches en Chile y asesinó en Concepción al auditor general de la ciudad. Fue encerrada y liberada. Al salir asesinó a su hermano. Siguió matando y volvió a ser arrestada en Perú. Libró la pena capital declarándose mujer. Unas matronas confirmaron su sexualidad asignada y su virginidad. Este último hecho le sirvió para recibir el perdón de Felipe IV y del papa Urbano VIII.
“La Iglesia no tiene problemas con la transexualidad si no hay relaciones sexuales”, comenta el comisario. “Lo que les molesta es la orientación sexual”. Pero sólo entre nosotros, porque con la intersexualidad divina (como Júpiter) no tienen ningún problema para reconocerla. “Con los seres espirituales como los arcángeles tampoco parecen tener inconveniente”. Señala uno que ha sido incluido en el recorrido. Gesto muy femenino, atributos masculinos, ropa guerrera con encaje, sin sexo y pintado para colgar de una iglesia.
Contra ese rodillo que clasifica a su libre albedrío y arrincona las identidades alternativas a la norma, el arte se dedica a destruir las pautas marcadas
Los estereotipos son buenos para el consenso. Gracias a ellos nadie puede saltarse las normas morales que regulan los comportamientos en las sociedades y todos se mantienen en sus casillas. Contra ese rodillo que clasifica a su libre albedrío y arrincona las identidades alternativas a la norma, el arte se dedica a destruir las pautas marcadas.
Y ahora también, la museografía y la arqueología. Comenta Andrés Gutiérrez la ardua tarea de revisar las colecciones desde cero, en busca de figuras antropomorfas clasificadas originariamente como mujeres u hombres, a pesar de sus evidentes dotes transexuales. De las 12.000 piezas arqueológicas de la colección del museo, han aparecido cuatro que han catalogado de nuevo. Una minoría vinculada al origen de las colecciones: quien mandaba obra de arte a España era el obispo del virreinato de Perú.
Contra los estereotipos
“Nuestras clasificaciones se basan en estereotipos. Antes de los nuestros hubo otros, por ejemplo, el murciélago era catalogado como pájaro y no como un mamífero. En La celestina así aparece. Nuestra cultura prioriza los genitales para distinguir al ser humano, pero otras culturas se basan en otras. Por ejemplo, en Siberia hay 7 identidades sexuales”. ¿Cuántas tenemos nosotros? “Cinco. Masculino y femenino cis, masculino y femenino trans y andrógino”.
Nahdle (entre los Navajo), Tida-Weena (entre los Wuarao en Venezuela), Lahamana (entre los indios Pueblo de EEUU), son sólo algunas formas con las que se llamaron a las mujeres trans desde hace siglos. Los Nawiki era como se denominaban a los hombres trans, en el Norte de México. Hay una parte dedicada a We'Wha, la mujer indígena trans más conocida a finales del siglo XIX. Artesana. “Si la mujer no ha tenido presencia en los museos, imagina la mujer trans”.
Otra de las paradas imprescindibles es la de la vida de Mademoiselle Chevalier D'Eon, espía francés de la corte rusa, la mejor espadachín de la época. Junto a su retrato fotográfico aparece un retrato pictórico y una escena en la que aparece el caballero D'Eon, vestido de mujer, en pleno duelo de espadas contra un noble francés mulato. El espléndido relato acaba con la persecución del transgénero por las sociedades más represoras: “Han sido normales siempre. No se trata de normalizar nada ahora. Ese ha sido el gran tabú hasta el momento”. Los museos son capaces de romper con las clasificaciones y los silencios del género (más allá del masculino o femenino), con las palabras prohibidas y los pecados en conserva.