El canon estético occidental ha vuelto a desplegar su artillería pesada y ha moldeado a su gusto a Beyoncé, ignorando a la artista real, su belleza racial, su carácter y su poderío genuino. Es curiosa la mirada. La rueda no para, y, del mismo modo en el que la norma patriarcal -hija de la tradición- decidió una vez -siempre- que el ser humano triunfador es hombre, heterosexual, blanco y de mediana edad, ahora una artista de la talla de la madre de Lemonade se ha visto templada, neutralizada y convertida en una hembra mucho más parecida a Shakira que a sí misma en el Museo Madame Tussauds de Nueva York.
Ninguno de sus adeptos llegó a ver a Beyoncé en aquella exposición de figuras de cera. La mujer que se erguía junto al nombre de la artista lucía una melena menos poblada, rubísima y de rizo suave, ojos más pequeños y levemente achinados, boquita de piñón -extrañando el labio grueso de la estrella-, una figura visiblemente más estrecha -como si sus caderas hubiesen sido aplacadas por una apisonadora- y un color de piel más claro. Toda una Barbie europea. “Es demasiado blanca”, clamaban sus fans en redes sociales. Y se formó el zafarrancho. Tanto que, como ha informado The New York Times, la institución cultural ha decidido retirarla.
"Nuestro talentoso equipo de escultores se esfuerza mucho para asegurarse de que todas nuestras figuras de cera estén pintadas con precisión y se parezcan a la celebridad que representan", han explicado los responsables. El museo, temeroso por el revuelo, también ha asegurado que la iluminación combinada con los flashes de la fotografías puede “distorsionar” el color de las estatuas de cera, “algo que sus creadores no pueden prever en el momento de realizarlas”.
La estética racista
Pero lo cierto es que no dejaba de ser insólito que aquella enjuta mujer de rostro, cuello y pecho pálido -además de menos voluptuoso- emblanqueciese aún más en los muslos, bajo el pantalón brillante y corto: ¿cómo es eso de vestir unas medias de rejilla y tener las piernas más claras que el resto del cuerpo?
La lente racista no sólo aprieta, también ahoga. Son conocidas las intervenciones de modelos como Naomi Campbell criticando la discriminación que sufren las profesionales que pertenecen a minorías étnicas -un ejemplo de su campo: sólo el 15% de las mujeres que desfilan en la semana de la moda de Nueva York son negras o asiáticas-. La propia Beyoncé contó que, cuando empezó con Destiny’s Child, “las firmas de lujo no querían vestir a cuatro chicas de campo, negras y con curvas”.
La propia Beyoncé contó que, cuando empezó con Destiny’s Child, “las firmas de lujo no querían vestir a cuatro chicas de campo, negras y con curvas”
“A mi madre le negaron vestidos en cada showroom de Nueva York. Pero, igual que mi abuela, utilizó su talento y creatividad para conseguir el sueño de sus hijos. Mi madre y mi tío nos hicieron nuestros primeros vestidos, cosiendo uno por uno cientos de cristales y perlas. Cuando vestía esa ropa me sentía como Khaleesi. Sentía que llevaba una armadura y era mucho más profundo que cualquier etiqueta de marca”, relató.
Subrayable la publicación en julio del año pasado de su potente alegato para denunciar las muertes de ciudadanos negros a manos de policías en EEUU: “Que dejen de matarnos”, pidió. Es obvio que hay que seguir peleando, porque, a la primera de cambio, nuestro eje universal transversalmente racista, patriarcal, clasista, homofóbico, gordofóbico y gerontofóbico intentará reducirnos a fuerza de Photoshop, volvernos adolescentes eternos o adultos amilanados e infelices. Como decían en Pequeña Miss Sushine (Johathan Dayton y Valerie Faris, 2006): “La vida es un puto concurso de belleza detrás de otro”.