El presente compromete a los museos y a los pintores del pasado, donde no se puede prestar atención al arte con una mirada inerte. La pintura exige la ruptura de las barreras entre arte y política, para que el cuadro y el espectador salgan de su ensimismamiento: el arte es necesario para que el hombre conozca y cambie el mundo. Lo intentó <strong>Théodore Géricault</strong>, en 1819, con esta <em>Balsa de la Medusa </em>(del Louvre), inspirada en el naufragio y muerte de 149 colonos franceses en busca de una oportunidad en Senegal. El pintor francés hizo de la denuncia un grito inevitable de cuatro metros de alto y siete de largo. La nave destrozada y semihundida, con 15 supervivientes a la deriva durante 13 días en el mar, interpela a las tragedias del Mediterráneo de hoy… incapaces de cumplir con lo firmado y reubicar a los 160.000 migrantes que solicitaron asilo hace años y deben tenerlo antes de septiembre.