Pedro Almodóvar es, desde el estreno de La ley del deseo, en 1987, el mejor souvenir español. Con perdón. Aunque la idea amargue a Carlos Espinosa de los Monteros, el cineasta ha construido una imagen folclórica de este país al margen del señor Marca España. Esto es, por un lado tenemos la tapa y la pandereta, lo faralaes y lo Benidorm, y por otro lo Pedro Almodóvar. Las dos Españas irreconciliables: una adora a Felipe II y la otra a Carmen Maura.
Se lo dijo Susan Sontag una noche de hace años, la escena de la manguera que riega a la actriz es dominio público de la memoria colectiva de aquí y de afuera. “Lo mismo que la escena de Marilyn y la falda”, le dijo la filósofa, cuenta. La Marca Almodóvar ha hecho de España su reflejo: melodrama, Barroco y celebración de lo físico, “por mucho que sufran los personajes”.
Después de tres décadas amasando la nueva imagen de España, podemos comprender que ha contraprogramado con ironía al souvenir más conservador de tapete y puntilla. Almodóvar adora el folclore y lo homenajea en cada una de sus películas, pero rebaja la intensidad patriotera con golpes de sarcasmo. La minipimer del pop. Por eso es irreconciliable con la Otra España, porque no cree en la castidad de los símbolos.
Contra el tedio
Ahora, por primera vez, podemos viajar al centro de la inspiración almodovariana. En la Fresh Gallery de Madrid, el cineasta se viste de fotógrafo y expone 70 imágenes de su intimidad, nuestro souvenir. “Huyendo del tedio de la última Semana Santa cogí un vaso de cristal, puse dentro una flor y le hice una foto, y el tedio cedió ante una inesperada emoción”, así lo explica el propio artista. Una revelación antitradicionalista que le permitió romper con las procesiones y las saetas y centrarse en sus colores, sus texturas, su cocina y la luz natural.
Ahí está todo, en esas setenta imágenes (que tienen un precio cada una de 1.000 a 1.500 euros y cuyos beneficios va para la Fundación Mensajeros de la Paz). En la textura de la pintura de las paredes de su casa, mucho más templadas de lo que podríamos imaginar y atiborradas de enchufes. “Paralizado, fascinado”, cuenta. La revelación pop era imparable: las naturalezas muertas y las vivas se enredaban en los bodegones que compuso sobre la encimera de su cocina, en la terraza, en su intimidad. Y que fotografió con su Iphone.
“No utilicé nunca trípode, actuaba a salto de mata y con auténtico desenfreno. No sé si este frenesí era debido a la inspiración o a mi innata ansiedad”, cuenta.
'Spain is different'
Granadas, ajos, manzanas ácidas, rosas marchitas, pimientos y tomates, con jarrones y figuras de Jeff Koons y Giorgio de Chirico. En sus películas, Almodóvar es como en su intimidad. Aunque en sus filmes es más asimétrico que en sus bodegones. En los sueños decorativos de Pedro el arte debía dejar de ser arte para ser vida, nada más: si el ser humano mejoraba su entorno acabaría mejorando él mismo.
Paralizado y fascinado empezó a componer esa España diferente al Spain is different. “Y la ansiedad propia de esas fechas se convirtió en frenesí. Pensé en Antonio López y sus amigos pintores del hiperrealismo madrileño de los años cincuenta y durante los meses siguientes me dediqué con la misma urgencia del primer día a probar objetos, frutas, floreros sobre la encimera de la cocina”. Si hay un género propio en la historia de la pintura patria es ese, el bodegón, por donde colar los símbolos de las virtudes y los pecados, de la decoración y la identidad cultural.
Bodegón, viva lo español
Y no faltó ni uno a la cita con la españolidad: Goya, Juan Fernández 'el labrador', Sánchez Cotán, Luis Meléndez, Zurbarán, Velázquez, Dalí, Picasso, Miró, Juan Gris, Antonio López y, ahora, Pedro. Ya no hay embutidos, ni loza fina o metal. Son materiales nuevos, brillantes y transparentes, y ha sacado los cacharros de la sombra. Ha fulminado el drama y lo ha cambiado por la celebración. Hay una botella de orujo de hierbas, recién sacada del restaurante, brillante. La luz lo empapa todo. Hay un título: Bodegón para monjas de clausura, con una rosa blanca que se muere. Lo mejor de su nueva España es que es autobiográfica y, treinta años después, de todos.
La cultura es un proceso social en constante revisión, que altera la identidad de un pueblo. Incluso el español. Imaginen un gran supermercado y los pasillos a rebosar de los productos que definen emocionalmente a sus clientes. Esto es el patrimonio cultural, un supermercado con una oferta variada y en continuo recambio. Almodóvar forma parte de los reponedores.