Máxima expectación, el artista va a hablar. “Cuidado, hace ¡pum!”. “Y suena shhhhhhh”. Indica por dónde va a saltar la cosa. Una mecha roja cruza el suelo sobre el que ha apoyado un lienzo con la figura de un sol, un león y la pólvora esparcida. Va a poner otro lienzo encima y hará un emparedado de arte contemporáneo o lo que sea. El estallido de la pólvora quemará las zonas que no estén cubiertas y aparecerá la silueta de lo tapado. Un león y un sol.
Lo primero que llama la atención es el empeño con el que coloca a los cámaras de las televisiones que abarrotan la sala principal del derrumbado Salón de Reinos, la futura nueva sede del Museo del Prado. Pide que se arrimen a la esquina, porque desde ahí tendrán mejor tiro. “La foto mal, el vídeo bien, que va a ser muy rápido. Y si lo hacéis con la foto deben ser disparos chic chic chic”, indica el artista. Lleva una semana trabajando en el espacio arruinado, pendiente del inicio de la reforma de Norman Foster, ayudado por un grupo de estudiantes de bellas artes y un séquito de mujeres a su alrededor, que funcionan como concubinas. “Sudor”, y le secan. Cuentan los estudiantes a este periódico.
En estos días ha hecho un tríptico mural de lienzos, que descansan en el suelo. Es un paisaje de Toledo, es que le gusta mucho El Greco. Y su luz. Lo repite varias veces, muchas. Y una de sus ayudantes coloca y ordena las impresiones de varios cuadros del artista griego sobre la mesa del improvisado estudio. Es la demostración de que le gusta -mucho- El Greco. Por aquí ya han pasado los patronos del museo, en comitiva, para interesarse por lo que hace allí el pintor o pirotécnico o piropintor.
Cai Guo-Qiang (China, 1957) sigue repartiendo los granos de pólvora de diferentes colores sobre la tela. Y una de sus ayudantes le acerca una impresión de uno de los leones del Greco que debe representar, porque le gusta mucho el artista de Toledo. Se lo muestra, él lo mira y reparte la pólvora en la tela. Ya casi está preparado todo. Al cuadro lo llamará Alquimista. Porque “China inventó la pólvora, que también es resultado de una reacción química”… y formará parte de la exposición El espíritu de la pintura, que se abrirá el próximo 23 de octubre y que promete convertirse en una de las citas más cuestionables del año.
El artista no tiene galería, no tiene representante en el mercado, trabaja con acciones de cara a la galería, como el espectáculo montado en la inauguración y cierre de los Juegos Olímpicos de Beijing, donde se convirtió en estrella. Y así, mientras su fama crece, su trabajo se hace más y más inocuo, más artificio que fuego. Pura nube de pólvora quemada por el Calatrava de los lienzos. Trabaja para los museos de todo el mundo, ante cientos de personas que apuntan con sus smartphones y jalean la explosión de la pólvora. “¡OoooooohH!”. El traje nuevo del emperador reluce.
Es un artista muy bueno para China y malo para todo lo demás. Porque al salir de China con sus juegos de artificio, representa la imagen de un país tolerante, abierto, libre, lleno de luz y de color, injustamente criticado por artistas como Ai Weiwei.
Ya está casi. Enciende la mecha y “¡PUM!”, una nube de humo asciende al techo. Levanta el primer lienzo, luego muestra el otro. Y ahí está, el león y el sol. Tachán.