Ni un paso atrás. Es el lema de aquellos que conquistan a toda costa las cimas del confort. Ni un paso atrás también es el lema de quienes no quieren ni tocarlo. Giorgio de Chirico (Grecia, 1888-Italia, 1978) era de los codiciosos y con ochenta años -en los años setenta- decidió volver al pasado a toda prisa, para recuperar la identidad que más beneficios le habían reportado, la del pintor metafísico. Pero ya era demasiado tarde. La obra que en los años diez, veinte y treinta era inquietante, enigmática, profunda y oscura, en los setenta se hizo blanda, anecdótica y ligera. Casi un chiste.
El De Chirico más valorado, encontró asuntos nuevos como el maniquí y la plaza. Seres silenciosos en espacios vacíos al atardecer. La influencia de aquellas vistas traspasó generaciones y fronteras, hizo de la visión metafísica el antecedente de los surrealistas. Estos lo eligieron como el padre inspirador de su movimiento, por crear un mundo tan cercano al soñado. Son las visiones del enigma de la existencia. Pero entonces, en los años cuarenta se acabó.
Giorgio de Chirico acabó con Giorgio de Chirico cuando se dedicó a retroceder en sus propios avances y a escupir a los vanguardistas. Sobre todo a Picasso. Rebobinó tanto que llegó hasta el Renacimiento y al arte “puro” contra la degeneración del experimento artístico. Y De Chirico se echó a perder. El gran visionario se convirtió en el gran reaccionario, para quien el verdadero clasicismo, basado en el método y las verdaderas leyes de la geometría, era más importante que el futuro. La modernidad debería ser clásica o no ser.
Liberar el arte
Ese nuevo artista, inspirado en los maestros antiguos, acusa a los artistas contemporáneos de carecer de oficio y formación histórico-artística, mientras trata de que Mussolini le regale alguna academia de nueva creación para “liberar el arte italiano del yugo de París” y así “devolver a la pintura las cualidades perdidas”. Pero el dictador fascista le ignora.
No fue un adepto al régimen como Mario Sironi, simplemente quería medrar. No se alistó al fascismo y si salió de la torre metafísica que él mismo se había construido, fue para dedicarse a hacer bodegones, estudios de la naturaleza y escenas mitológicas abominables, sin ningún tipo de enigma y con notables descuidos técnicos. Hay pruebas de todo ello. En la exposición que acaba de inaugurar el CaixaForum de Madrid, titulada Sueño o realidad, apenas hay ejemplos de las primeras décadas.
Sin embargo, hay una pintura que abre el camino al nuevo De Chirico: El picador, de 1933, cuya terrible presencia adelanta la figura humana acartonada en paisajes relamidos. La exposición se nutre, sobre todo, de ejemplos de los años cincuenta en adelante. El picador interrumpe la evolución de la metafísica y la somete a un costumbrismo insoportable, que termina rebajando con leyendas y elementos históricos.
Adiós a la originalidad
“A lo largo de los años cuarenta y cincuenta, inspirado por los grandes maestros de la Antigüedad, De Chirico se concentró en la búsqueda técnica “de la bella materia pictórica” y elaboró temas neobarrocos. De Chirico persiguió hasta el final y con una coherencia extrema aquel oficio hecho de tradición y dominio de la técnica”, cuentan las comisarias Mariastella Margozzi y Katherine Robinson. Y aparecen los caballeros, los castillos, los paisajes antiguos, una retahíla de asuntos petrificados en la decadencia misma de la pintura.
“Su poderosísima originalidad radicaba, entre otras razones, en haber propuesto una vuelta al clasicismo, al mismo tiempo que revisaba críticamente el concepto mismo de lo clásico”, escribe la historiadora María Dolores Jiménez-Blanco, en el catálogo de la exposición para hablar -halagar- de su inexplicable retorno al orden.
Y cuando trata de volver a su primera pintura, ya es demasiado tarde. Como apunta el historiador Maurizio Calvesi: “Entre la primera metafísica y la nueva hay la misma diferencia que entre un milagro y un juego de manos en que el misterio, que sólo es simulado, no inquieta al espectador”.