“Me aburre lo pretencioso, el arte conceptual que es vacío, los clichés artísticos y el postureo del arte contemporáneo”. Con ustedes José Salguero (Madrid, 1985), artista. Sarcástico. Puro ácido. Violencia, sexualidad, ideologías religiosas y políticas y conflictos de identidad son su hábitat natural.
Le gusta el arte y los artistas atrevidos, los que no tienen miedo a opinar, los que asumen que molestarán por hacerlo libremente. Su materia prima está en la calle, en la opinión púbica, en la opinión publicada, en los estados alterados de esta sociedad con sobredosis de hipocresía. “Mi objetivo fundamental es comunicar”, dice a este periódico. Representa al artista educado para interferir los mensajes de los medios de comunicación de masas.
Comunicar es comprometer, y “todo artista tiene un compromiso con su obra, aunque esto comprometa el arte”. El arte como un vaso comunicador de mensajes disfrazados con iconos populares, que esconden una trampa. Las apariencias engañan, las apariencias matan. Y Salguero las usa para hacer de lo obvio, lo inesperado. Incluso para cambiarle el significado: un oso amoroso es un antidisturbios, Bob Esponja es Bob Speed, Barbie es Miss Alienación y la cerdita Peggy es vegana.
“Me gusta repensar los cánones, proponer casos hipotéticos hilarantes”, y los transmuta. Dice que le atrae la idea de ofrecer otra realidad, “enriqueciéndola, creando resultados antagónicos y paradójicos”. Y eso es posible gracias a la ironía. Arte como un juego que explota en algo mucho más serio: el recreo que se amarga. “Es algo que realmente me divierte. En ocasiones descubro alguna buena combinación por azar y suelto una carcajada”.
Todo por la ironía
Por eso reconoce que la ironía tiene un carácter capital en su trabajo. “Porque es un recurso literario-artístico súper eficaz para tratar cualquier problema. Si se maneja sutilmente es un arma letal. Pero hay que tener precaución: es fácil caer en el cinismo”. Las imágenes que generan están amarradas con fuerza a la actualidad y aunque no se refieran a noticias, éstas acaban pegándose a sus cuadros.
Hace unos días, la jornada en la que Trump avisó a Kin Jong-un que él tiene el botón del arma nuclear más gordo que el tuyo parecía inevitable recordar su pieza en la que el gato cósmico Doraemon sostiene una bomba y da órdenes a un ejército asiático. “En toda broma hay una verdad y afronto todas las desgracias con una chanza. Sólo tienes que leer los títulos de mis obras... Soy un adicto a los juegos de palabras”, cuenta. El de Doraemon es Somewhere in Asia.
A ojos de este pintor, la vida es una tragicomedia. Y la pintura es la manera de darle la vuelta a la realidad para convertirla en otra cosa. “La pintura es una apuesta por nuestro carácter más humano frente a lo digital”, dice. “El humano empatiza con el trabajo artesanal y rechaza lo mecánico. Empatiza porque la pintura es cálida, cercana, la puedes tocar, expandir, moldear, es única, es error, es irrepetible”.
Un buen compañero
En el fondo, su obra es una bomba romántica. Porque quienes se sienten atraídos se identifican con ella. Es el peligro del arte contemporáneo con pimienta, que es adorado por su parroquia, pero no trasciende a sus detractores. El arte no es poder, sino consuelo. Ni siquiera puede salvar al ser humano, pero ayuda a tragar la angustia y el odio. Tampoco nos engaña: la vida es una putada, pero comparte nuestras dudas y nuestros sentimientos. Es un buen compañero.
Salguero juega con el término sociedad y lo transforma en “saciedad” visualizada para explicar que “la pintura no es el lenguaje más eficaz de comunicación, pero es un arma plástica y versátil que ha demostrado adaptarse a la actualidad”. “Siempre existirá y no necesitamos un colapso de la tecnología para demostrarlo”, añade.
Acercarse tanto a la opinión pública le obliga a nutrirse de los medios de comunicación de masas y a emplear sus iconos. Salguero hace que el arte se traslade al lenguaje popular de estos medios y no al contrario. El riesgo de un arte poco elitista, que bebe y se viste como la publicidad es convertirse en un anuncio.
Arte o publicidad
“El arte y la publicidad siempre han tenido una relación íntima. Han conformado unas sinergias de recursos cuyo máximo exponente fue el Pop Art, desde los años cincuenta. Creo que en la actualidad tienen tanta vinculación por el carácter laboral y comercial”, explica el artista. Reconoce que juega a confundirse con la publicidad, mientras cuela el mensaje bomba. “Mi trabajo bebe de las herramientas de la publicidad. En ocasiones me apropio de ciertos iconos culturales y los reinterpreto”.
¿El arte es una buena cantera de plagio para las agencias de publicidad? “Sí. Por eso hay conocer muy bien tus derechos de autor y estar asesorado legalmente”, responde José Salguero, que en estos momentos tiene tres exposiciones en Barcelona: una colectiva en la Academia de Bellas Artes de Sabadell, en la Galería Alonso Vidal y en Mutuo Galería.
Una propuesta como la suya juega con los límites del arte, con lo incorrecto -no ante los ojos de sus fieles- y contra la hipocresía. No son buenos tiempos para la libertad de expresión y los límites que tratan de imponer al arte. “El totalitarismo está volviendo y pretende aplastar el libre pensamiento y por eso hay que luchar por nuestros derechos constantemente, no podemos acomodarnos”.
A Salguero le llama la atención que "ahora hay menos libertad de expresión con la era digital actual que en los años ochenta”. Y que con “una serie de chistes de humor negro en una red social y puedes ir a la cárcel”. Advierte para quienes creían que el fascismo dormitaba: “El fascismo siempre has estado ahí y aparece cuando la lucha por los derechos civiles se relaja”
Entonces, ¿el arte tiene límites que no puede cruzar? “No, solo tiene límites legales. Pero se pueden cruzar. Un asesinato puede ser artístico, pero debes aceptar las consecuencias...”