“Este debe ser el primer día de nuestra revolución para rescatar a nuestro amado país del odio, el racismo y la intolerancia. No te lamentes, organízate”. El comentario acompaña a la foto de Robert Mapplethorpe, con la bandera de EEUU raída. Esto lo escribió en su perfil de Instagram Nancy Spector, la directora artística y conservadora jefe del Museo Guggenheim de Nueva York, y desde hace un día protagonista del mayor corte de mangas del mundo del arte al presidente Donald Trump.
El Washington Post ha hecho público la respuesta de la historiadora del arte a un correo electrónico de la Casa Blanca pidiendo el préstamo de un paisaje nevado de Van Gogh, para decorar la sala de estar del matrimonio. “La pintura tiene prohibido viajar. Sólo lo hace en las ocasiones más especiales”, contestó Spector, dejando claro que la Casa Blanca de Trump no lo era. A cambio, ofreció el inodoro bañado en 18 quilates que el suizo Maurizio Cattellan había hecho en 2015.
Es una pieza de lujo: se calcula que el coste de producción ronda el millón de dólares. “Como todas las obras más complejas de Cattelan, esta escultura está cargada de posibles significados”, escribió Spector en el blog del Guggenheim mientras la obra que habían costeado estuvo expuesta en el museo. Un año de uso constante y una fila inagotable de visitantes que querían pasar de lo abstracto a lo concreto, del arte a la naturaleza. Más de 100.000 personas pasaron por el trono dorado mientras estuvo expuesto. Era una acción escultórica y un vigilante de seguridad velaba por el váter. Cada quince minutos acudía un equipo de limpieza a dejar aquello como los chorros...
Opulencia y codicia
El inodoro, explica la subdirectora del Guggenheim, es una metáfora de los excesos de la opulencia. También podría serlo de la codicia y ambas serían características propias del actual presidente de los EEUU. Es un inodoro para todos, porque ni la opulencia ni la codicia distingue hombre de mujer. “La ecuación entre el excremento y el arte ha sido minada por pensadores neomarxistas que cuestionan la relación entre trabajo y valor”, dice Spector. “Ampliando esta perspectiva económica, también existe la división, cada vez mayor en nuestro país, entre los ricos y los pobres, que amenaza la propia estabilidad de nuestra cultura”.
Nancy Spector no oculta cuáles son sus ideales políticos, ni esconde las críticas a la sociedad en la que vivimos. El arte no es una tienda de caramelos y las instituciones no velan un aparato de corrección política. Digamos que la diplomacia de Spector se esconde (y esfuma) en su ironía: “Por supuesto, es extraordinariamente valiosa y algo frágil, pero daríamos todas las instrucciones para su instalación y cuidado”, escribe a la Casa Blanca sobre America, la obra de Cattelan (¿se imaginan las hordas ante un retrete "España"?). Ella quería rematar lo que había empezado el artista.
Además, el Van Gogh no podía ser, porque viaja camino de la sede bilbaína de la franquicia. Habrá que ir a conocer la única pintura que ha deseado Trump. Tras su primera experiencia artística cuesta creer que repita.
Apoteosis escatológico
La obra de Cattelan es la apoteosis de la riqueza, sin pedestal y en un cuartucho. Se instaló en un humilde baño del piso quinto del edificio, no en una galería de arte. Popularizó la riqueza y Spector escribió en el blog durante su exposición, que la llegada de Trump resonó fuerte en ese pequeño aseo.
Cuando Cattelan propuso hacer la escultura, Trump acababa de anunciar su candidatura a al presidencia. “Era inconcebible que en ese momento este magnate de los negocios, el de la torre dorada del mismo nombre, pudiera llegar a la Casa Blanca”, escribe la directora artística. Cuando la escultura se expuso, Trump llevaba en el trono presidencial 238 días. “Un periodo marcado por el escándalo y definido por el retroceso deliberado de innumerables libertades civiles, además de la negación del cambio climático que pone en peligro a nuestro planeta”, añade.
Con mucho sarcasmo explica que Trump es sinónimo de baños de oro, no porque se demostrara en el Guggenheim, sino en otra exposición en el centro de Manhattan, titulada “Biblioteca del Twitter presidencial de Donald J Trump”, comisariada por Trevor Noah. Junto a las tormentas de tuits enmarcados, los visitantes, cuenta Spector, fueron invitados a una “gira” por el Despacho Oval. Podían ponerse una peluca de Trump y posar en un inodoro dorado, aunque falso.
Si Trump no ha hecho América grande, el retrete de Cattelan ha hecho a América un poco más sublime. Porque es cómica y crítica, porque se revuelve contra lo que ocurre y plantea la posibilidad de que te cagues en América, como el titular de un artículo en el New York Post.
Una larga trayectoria
Spector trabaja en el Guggenheim desde hacía 29 años hasta que lo abandonó para convertirse en la subdirectora del Museo de Brooklyn. Sólo estuvo un año. Regresó al Guggenheim cuando le ofrecieron la dirección artística, en febrero de 2017. Aceptó y se convirtió en la primera mujer en responsabilizarse de este cargo, que le obliga a estar al tanto de todas las actividades curatoriales de los museos Guggenheim de todo el mundo.
Ha sido comisaria de exposiciones decisivas en la historia del arte contemporáneo, como la montada a partir del trabajo de Matthew Barney, con el título Cremaster Cycle. Otra dedicada a Maurizio Cattelan, Richard Prince, Louise Bourgeois y a Fischli/Weiss. Tiene dos hijas y se toma un día a la semana para ir a ver arte. Tiene buena memoria visual, pero hace fotos a todas las piezas que encuentra cuando va de galerías. Tampoco se olvida de su libreta par sus ideas. Ha creado el canal YoutubePlay del Guggenheim. Cree que vivimos en un momento emocionante porque avanzamos hacia el feminismo. Y, por cierto, acaba de bloquear su cuenta pública de Instagram.
Para Spector los museos deben ser lugares de contemplación y de belleza, pero también necesitan comprometerse con los asuntos de la actualidad, el debate y el diálogo. Cuenta que las instituciones dedicadas al arte contemporáneo deben ser lugares donde el poder de lo poético y el poder de la metáfora puedan usarse para referirse a asuntos urgentes de nuestro mundo. Su objetivo es ampliar la noción de un museo de arte como depósito de objetos únicos y estéticos. Prefiere pensar en un entorno dinámico y multidisciplinar, “capaz de provocar un cambio social real”.