La pistola que no mató a Andy Warhol, pero acabó con su vida
En 1968 Valerie Solanas trató de asesinar al artista con un revolver como éste, que multiplicó en más de 200 imágenes. Esta es la historia de un cuadro que cambió la vida del padre del arte Pop.
28 enero, 2018 02:08La pistola que atentó contra Andy Warhol (1927-1987) cuelga del Caixaforum de Madrid, que en unos días inaugura una muestra del artista, treinta años después de su muerte. La pintó en 1981, siete años antes de morir y trece después del atentado. Es un lienzo de dos metros de alto serigrafiado, con acrílico. Es un calibre 22, con la punta chata. Una pistola gigante, tan grande como un ídolo. Tan inofensiva como un caramelo. Porque el arte Pop no desafía, impacta. Es una pistola, no mata.
Valerie Jean Solansas sí lo intentó con ese revolver. La realidad es mucho más puta que la ficción. Solanas y Warhol se conocieron dos años antes del atentado. Ella aparece en una de las películas de Warhol, I, a man (1968). Aquel 3 de junio de 1968, subió con su víctima en el ascensor y sacó el arma en las instalaciones del estudio del artista, la famosa Factory. Se supone que estaba cabreada porque no quería producirle una obra de teatro que la joven de 28 años había escrito. Además, Warhol dijo haber perdido el guion que le prestó para que leyera la obra y se lo pensara.
Warhol hablaba por teléfono y al colgar, Solanas le disparó dos veces. Pero el tercer disparo atravesó su cuerpo, protegido tras un escritorio. Diparó al padre del Pop, pero después tiró contra el crítico de arte Mario Amaya y lo hirió en la cadera. También trató de acabar a quemarropa con la vida del gerente de Warhol, Fred Hughes, pero el arma se encasquilló.
Escoria machista
Valerie reconoció el atentado, dijo que Warhol planeaba robar su trabajo, la condenaron a tres años de prisión por intento de homicidio, asalto y tenencia ilícita de armas y fue diagnosticada como esquizofrénica. El final de sus días fueron miserables. Warhol no declaró en su contra. Cuando salió de la cárcel mandó cartas amenazadoras a varias personas. Entre ellas, Warhol.
Había escrito el Manifiesto SCUM (Society For Cutting Up Men), en el que defendía el exterminio del hombre para acabar con el sometimiento al patriarcado. La obra fue editada (y muy editada) por Olympia Press, donde Maurice Girodias hizo un destrozo tal de la obra -publicada en 1967-, que Valerie puso en marcha la publicación del original sin tocar, autoeditado. “Scum” también es “escoria”: la autora da a entender -con una paradoja a la inversa- que es el hombre el que siente envidia de la mujer y por eso se ve ridiculizado, por eso desea tomar su posición.
El manifiesto es una queja contra el sexo masculino, una teoría del macho como una “mujer incompleta”. De ahí que el macho sea emocionalmente limitado, egocéntrico e incapaz de relacionarse con nada que no sean sus propias sensaciones físicas. Es decir, el hombre se pasa la vida tratando de llegar a ser de sexo femenino. De este modo superaría su inferioridad. Los hombres tienen envidia de la vagina, por eso han convertido el mundo en una hecatombe humana.
Sin la decencia burguesa
La escritora Vivian Gornik, autora de Apegos feroces (Sexto Piso) explicó del manifiesto SCUM que es “la voz de una criatura del mundo occidental, una criatura de nuestra época, perdida y herida”. “Voz salvaje y desalentadoramente glacial, cruel, sin indulgencia para con el mundo… Una voz situada más allá de la razón y de la decencia burguesa. Desde ese estado de ánimo, Solanas revela los auténticos sentimientos de la feminista, su quintaesencia. Y tales sentimientos están regidos por una rabia atroz. Una rabia que no todas las mujeres se han atrevido a descubrir en su interior, a aprender y a aceptar”.
“El Manifiesto Scum fue considerado como uno de los tratados más escandalosos, violentos y enloquecidos cuando apareció por primera vez en 1968”, ha escrito Avita Ronell, catedrática de la Universidad de Nueva York. “Pero es imposible menospreciar, a pesar de su mordacidad, el manifiesto como si se tratase sencillamente de las palabras de una lesbiana lunática”.
Tras el intento de asesinato, la Organización Nacional de Mujeres desautorizó a Solanas de su agenda, se desvincularon inmediatamente del acto. No querían titulares del tipo: “El feminismo atenta contra Andy Warhol”. Estuvo dos meses en el hospital para salvar sus pulmones, el esófago, bazo, hígado y estómago. Fue tal pesadilla que no quiso volver a pisar uno, ni siquiera a hacerse la cirugía en la vesícula enferma que podría haberle librado de la muerte veinte años después.
Una pesadilla sin cura
Tuvo que usar un corsé quirúrgico de por vida y reconoció, en una entrevista con The New York Times, que desde que le dispararon “todo es una pesadilla para mí”. “No sé de qué va nada. Como si ni siquiera supiera si estoy realmente vivo o morí”. Evitó la muerte, pero aquella pistola acabó con su vida.
Un año después del atentado, Warhol enseñaba a Richard Avedon las cicatrices que le había dejado el intento de acabar con su vida. La sesión con el fotógrafo de moda es escalofriante. Aparece cosido a cicatrices por todo el tórax. Muestra sus heridas y se convierte en una pieza de arte más. Él es su mejor producto. John Warhola. Andy. Había consumado su asesinato, el del arte tal y como lo había entendido la Historia. Warhol nació en la sociedad para nutrirse de ella, ser parte de ella. Es un artista del presente que mete el arte en el supermercado y lo contrario. Todos somos una lata de tomate.
Años después de las fotos de Avedon, hizo la una serie de cuchillos y pistolas, que quería exponer junto a los símbolos del dólar, en la galería de Leo Castelli. En total, hizo más de 200 pistolas de todo tipo. “No hay nada que marque una diferencia visible entre la Brillo Box de Andy Warhol y las cajas de Brillo de los supermercados”, escribió Arthur C Danto, en 1999. “Cualquier cosa podría ser una obra de arte”.
Warhol hizo del arte el pan nuestro de cada día. Y viceversa. Nació para estar estampado en nuestras camisetas, para que lo lleváramos en el pecho, abanderados. Hasta él, si no era sublime, no era arte. Si era una broma, tampoco era arte. Si era televisado, no era arte; si estaba en una tienda, no era arte. Si podía asesinarte, tampoco. Su retórica de lo cotidiano es la celebración más simple del arte, el chute de arquetipos y narcóticos ideal para el salón de tu casa. Incluso si es la pistola de Solanas. Tranquilo, Warhol brinda por la nada, la ausencia de todo, la fiesta de la muerte. En vida.