Hay una mujer que está en los cuadros de todos ellos. Es la protagonista absoluta de la visión de los artistas que marcarán el siglo, los que cambiarán la historia del arte, de quienes hablarán los manuales y los renglones de las hazañas. La pintura se transforma con una sensibilidad inédita que da por muerta la tradicional manera de acercarse a mirar la realidad y ella está ahí. Siempre está ahí, durante tres décadas, en los retratos de Picasso, en los de Giacometti, en los de Derain y en los de Francis Bacon.
Es el rostro que resume el final de una época, que inspira el origen de un mundo nuevo, se presenta como la mujer que acaba de nacer, apadrinada por la pintura del futuro. Es la modelo más famosa de la historia de las vanguardias y la pintora invisible.
Treinta años en los cuadros de ellos han bastado para hacerla desaparecer de cualquier referencia historiográfica. Es su condena y todavía la arrastra: acaba de inaugurarse una exposición en la Fundación Mapfre de Madrid, una sin pies ni cabeza, dedicada a los supuestos vínculos artísticos entre Derain, Giacometti y Balthus. Isabel es un rostro sin rastro.
Su musa, sumisa
Al fondo de la sala. Enredada entre líneas que cruzan de arriba abajo, de lado a lado, asoma Isabel. Tiene 37 años y está atrapada en la jaula rayada de Alberto Giacometti, como una metáfora de lo que hace la historia del arte con ella: su lugar en los manuales y las exposiciones es ese, el de la modelo y la musa. Un objeto de deseo. Han borrado todo lo demás, lo que es. Lo que hizo.
En la exposición aparece hasta en cuatro ocasiones, gracias a que los hombres admiraron y pintaron su rostro. Pero de su obra, nada. Está de cuerpo presente, pero sin molestar, sin cuestionar, sin contrastar. Sólo posa. La comisaria de la exposición ha decidido que su papel de musa -su musa, sumisa- es más relevante que sus investigaciones pictóricas.
Como si fuera un fantasma que atravesó el siglo XX, como si sólo hubiese existido gracias a ellos. Cultivada, pero menos que ellos. Artista, pero no tanto como ellos. Trabajadora, pero sin demasiado éxito como para aplastar a sus hombres. Su feminidad es lo único que cuenta. Ese cuadro al fondo de la exposición es un grito de advertencia, es la prueba que hace saltar las alarmas de cómo se ha construido el relato del arte -a imagen y semejanza de los deseos de ellos- en el último siglo y medio.
En el cuadro de Giacometti tiene 37 años, pero no se la distingue. Es un retrato de ella o no. Este lienzo se conserva en el Museo d'Orsay y merece la pena acercarse a verlo porque parece anticipar lo que los anales masculinizados de la Historia le tienen reservado: apenas es un esbozo de alguien, un ser anónimo. La muestran como el atrezzo de los lienzos de sus amigos pintores. Gris ectoplasma, pero no se detienen a averiguar quién fue, qué hizo, qué pensaba, por qué se sintieron atraídos a retratarla… esas atenciones habituales en ellos.
Sin noticias de ella
Cuando llegó a París tenía 22 años y no abandonaría la ciudad hasta la entrada de los nazis en la ciudad, seis años después. Fue espía durante la Segunda Guerra Mundial y testigo del Golpe de Estado militar que provocó la Guerra Civil española. Ella estaba allí, en todas las salsas. Escribió una autobiografía que no llegó a publicar nunca (aunque terminó aflorando). Era un intento de rescatarse a sí misma, una manera de dejar huella.
Nació en 1912, en el East End de Londres, pero se crió en Liverpool. Su familia se quedó si un centavo tras la temprana muerte de su padre, marinero. Isabel ganó una beca para la escuela de arte de la Royal Academy, pero sólo pudo estar seis meses, así que su formación la remató en el taller del escultor Jacob Epstein, donde se adoraba a Rodin.
El primer retrato de Isabel está firmado en 1933. Es un busto esculpido en bronce, hecho por su maestro, en Londres. Ya en París, en 1935, el marchante Pierre Colle le sugirió que visitará al viejo Derain, que quedó cautivado por ella e inició al día siguiente una serie de seis retratos suyos. Le ofreció un rincón en su estudio para que pintara, aunque la cosa no funcionó. A pesar de todo, Isabel recuerda que enseguida se hicieron amigos. “Una amistad que sobrevivió a la guerra y a nuestra larga separación”, anota en sus cuadernos. En 1936 la pinta Picasso, pero el cuadro se halla en paradero desconocido.
Isabel a miles
Se casó tres veces (con el periodista Sefton Delmer, y los compositores Constant Lambert y Alan Rawsthorne) y fue Isabel Nicholas, Isabel Delmer, Isabel Lambert e Isabel Rawsthorne. Pero es imposible saber cuál de todas era ella. Sus amigos y amantes pintores tampoco ayudaron a descubrir quién fue realmente Isabel. Para Derain era unos enormes ojos rasgados, Giacometti trascendió su físico y sus ángulos faciales fueron la obsesión de Bacon.
Cada uno la miró y la vio a su manera, pero no la descifró nadie. Fue mucho más que una cara, pero para encontrar a Isabel en la historia hay que buscar en las biografías de ellos. Según James Lord, el biógrafo de Giacometti, era "alta, ágil, magníficamente proporcionada" y "se movía con la agilidad de un depredador felino”. Por supuesto, sin referencias a sus cualidades plásticas.
“Era algo exótico, que sugería orígenes oscuros, era visible en su boca llena, pómulos altos y ojos oblicuos y de párpados pesados, de los que brotaba una mirada de excepcional, aunque remota, intensidad”. Su relato continúa aludiendo a “una exuberancia pródiga, una feroz confianza animal en su derecho a hacer lo que quisiera”. No es que sea soberana de su propia vida, es que es un animal indomable.
Editó la revista Il Mondo Libero. Encontró a Francis Bacon y Lucian Freud en el Reino Unido, en 1944. Compartía trabajo con Dylan Thomas, fue amiga de Ian Fleming. A su vuelta a París, en 1945, volvió a unirse con Giacometti. Vivieron juntos, pero nunca se casaron. Fue amiga de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, y novia de Georges Bataille. Todo suena a picadillo de salsarosa, a una intensa vida de quien no han quedado más que referencias bibliográficas de rebote. Ni un estudio dedicado a su carrera.
El amor por la belleza
Veinte años después de su muerte, el Reino Unido inauguró su primera exposición individual. La Tate ha adquirido obra suya en 2014. Sólo hace cuatro años. Son pinturas protagonizadas por animales. Se dedicó a pintarlos desde pequeña, cuando su padre se los traía. Le gustaban los esqueletos, el retrato del cuerpo, las figuras. Así, Babuino y cría (1964) los límites de las formas se difuminan, pero contrasta el blanco espectral de las criaturas con el fondo oscuro.
“Estoy empezando a comprender lo que me empuja a pintar: el amor a ver y el hecho de que el sujeto elegido crece en belleza, por lo que se vuelve más elusivo”, escribe en sus apuntes biográficos. Las líneas abocetadas de las formas animales están supeditadas a la materia con la que los construye, mucho más expresionistas que realistas. Más inquietantes que inspiradores, que navegan entre la abstracción más desenfrenada y la figuración extraordinaria. Ella llamaba a su peculiar arte figurativo 'Quintessentialism'.
Obsesionados con ella
Bacon sentía una profunda admiración por ella, por su conexión con la vanguardia parisina, por la amistad que iluminó sus vidas hasta el ultimo momento. El inglés pintó al menos 22 retratos de Isabel, incluidos cinco trípticos. Isabel muere en 1971, cinco años después de Giacometti, y unos meses antes de Bacon. Pero seguimos esperándola.
Es una de las artistas británicas más innovadoras del siglo XX, cuya obra todavía permanece oculta. Investigaba lo analítico y lo expresivo, sobre el instante y el movimiento, influencia de la impronta de Giacometti y de la estrecha colaboración con bailarines y bailarinas (como Nureyev, en el Covent Garden), a los que capta con una belleza pálida. La mayor parte de su trabajo se había mantenido en poder de su familia hasta su muerte y fueron expuestas por primera vez en 1997.
Isabel ha sido jibarizada hasta ser apenas una fuente irresistible de inspiración, un tema atractivo para ellos. Pudo ser una belleza inusual o un símbolo de Montmartre y el Soho, fue silenciada y arrinconada a los pies de página. Pero, ¿quién fue Isabel?