La National Portrait Gallery del Museo Smithsonian acaba de colgar los retratos de Barack y Michelle Obama, pintados por Kehinde Wiley (Los Ángeles, 1977) y Amy Sherald (Georgia, 1973), dos artistas afroamericanos. Son los dos primeros retratos de negros hechos por negros, con ancestros africanos, entre los otros 43 presidentes blancos que han guiado a los EEUU. El aforo del sancta sanctorun del establishment político ha rechinado mientras la alcayata se hundía en las paredes del corazón tan blanco del museo al colgar al presidente número 44.
Algunos de los allí representados, como George Washington y Thomas Jefferson, eran esclavistas y los tatarabuelos de Michelle fueron esclavos. Andrew Johnson pasará como el tipo más racista de la historia del país, empeñado en preservar al sur como el país del hombre blanco y en acabar con los intentos del Congreso para ampliar los derechos de la población negra. James Buchanan y John Tyler fueron otros presidentes que negaron la integridad racial de los EEUU con políticas de discriminación.
La entrada de Obama en el salón de los Grandes Hombres Blancos es también un chillido plástico gracias a la labor de Wiley, responsable de retratar a la población negra tan descarada como sus ropas, estampados y tejidos que utiliza para los fondos. El fondo neutro desaparece y se chonifica una presencia estridente. Renuncia a la tradición más sobria gracias al kitsch. A Obama lo ha colocado en una tupida pared floral y devora su presencia.
Fuerza las fronteras entre verdad y ficción hasta hacer de lo cursi una metáfora de su identidad: los lirios azules son en honor del lugar de nacimiento de su padre, Kenia. Los jazmines son por Hawai, lugar de nacimiento de Obama. Los crisantemos es la flor oficial de Chicago, ciudad donde arrancó la carrera política de los Obama.
Un hombre del pueblo y una estrella pop
El ex presidente mira al espectador y parece atenderlo. Ni está repanchingado en la silla -no ha llegado a dormirse en los laureles-, ni anda metido en las musarañas del político de élite. Es un hombre del pueblo. Es un hombre de acción, ha sacado a las tropas estadounidenses de afganistán e Irak, ha logrado la independencia energética del país. Y parece seguir en activo.
La visión presidencial no lleva corbata, por supuesto, pero sí traje oscuro y camisa blanca. El rasgo más serio del presidente que no cerró Guantánamo ni castigó a los causantes de la crisis financiera es la silla
Cruza sus brazos sobre sus piernas, como si fuera a actuar de inmediato, como el jugador de baloncesto que espera a que el entrenador le dé la orden de entrar en el campo. La visión presidencial no lleva corbata, por supuesto, pero sí traje oscuro y camisa blanca. El rasgo más serio del presidente que no cerró Guantánamo ni castigó a los causantes de la crisis financiera es la silla. Similar a la utilizada para el retrato de George Washington.
Wiley ha pintado a LL Cool J como lo habría hecho John Singer Sargent, a Ice T como al Napoleón de J. L. David. Ha hecho de los jóvenes afroamericanos santos para una vidriera catedralicia. Es un experto enreventar las tradiciones, en salirse del tiesto: “Es algo que tratamos de hacer siempre los artistas: tirar el pasado, matar al padre y crear lo nuevo. Este es el deseo de deshacerse de las viejas reglas”, explicó en una entrevista con la publicación Interview.
Por todo, es uno de los mejores retratos de la galería de los hombres más poderosos de la historia estadounidense, que abrió al público en 1968. La colección de primera dama está incompleta y se inauguró en 2006.
El retrato de Michelle es el de una estrella pop. Amy Sherald ha hecho algo tan realista como abstraído de la realidad. Es directo y exclamativo. Está sentada contra un fondo de color azul claro casi piscina, con un amplio vestido de colores y diseño (de Michelle Smith) de claras referencias africanas. La primera dama no es tan política como popular. Es una Beyoncé de las altas esferas.