Presos de la política. Por si quedaba algún ingenuo entre el público, hoy habrá visto la luz, o mejor, las tinieblas: la santa Inquisición está de moda en el PP. Es tiempo de cortar por lo sano, del puñetazo en la mesa-por-mis-cojones, de volver a los gloriosos años de la censura. Después de 40 años de fiesta democrática se acabó la jarana, ha llegado la hora de no pedir perdón, como dice Marta Sánchez.
La España que no pide perdón retira de circulación lo que no es como ellos, lo que no piensa como ellos, lo que no actúa como ellos, lo que no dice lo que ellos, lo que no viste como ellos, lo que no huele como ellos, lo que no es una manzana o una pera, lo que no se pone al servicio de sus santas tropelías. ¿Una canción para el himno en el Teatro de la Zarzuela? Bien, aplausos. ¿Unas fotos pixeladas de un artista consagrado, que quiso abrir el debate sobre la persecución y encarcelamiento de ciudadanos que tratan de defender sus ideas? Mal, censurado.
Lo hemos denunciado hace mucho tiempo: en ARCO no hay libertad de expresión. Las galerías son presionadas por la dirección para controlar el grito de las fieras, de los vándalos, de los antisistema. “Me los traen amansados de casa”. No quieren tinglaos que atraigan a la opinión pública, sólo gente de pasta con ganas de darse un capricho. Para aclararlo de una vez por todas, ARCO prefiere a Borja Thyssen que a Santiago Sierra.
Mamporreros y sometidos
Y gracias a la España que no pide perdón ni permiso, vuelve a triunfar el arte, porque la pieza mural de Santiago Sierra necesitaba de la intervención previsible y mamporrera de dos personajes de charanga y pandereta, como Clemente González Soler y Tatxo Benet, para salir triunfante del drama titulado: Muerte y resurrección en ARCO.
Gracias a la cacicada del presidente de IFEMA, que no ha dimitido porque ha sido apoyado por Cristina Cifuentes en su decisión de censura (no así por Manuela Carmena y la Fundación Montemadrid), ARCO es hoy noticia en The New York Times. Por fin, casi cuarenta años de feria y ya han trascendido las fronteras.
La España que no pide perdón
Don Clemente tampoco ha querido dar la cara, no ha atendido a la prensa, ni a las peticiones de entrevista. La España que no pide perdón, tampoco da explicaciones. Simplemente, actúa. Este empresario dedicado al aluminio toda su vida, que honrará a la imagen de Forges por ser la viva imagen de sus mastuerzos poderosos, poco habituado a los museos y sin capacidad -al parecer- para comprender la sensibilidad artística provocadora, ahora se dedica a gestionar las paredes de las naves de Ifema.
Y lo que es peor, es un ser sin nociones democráticas, al que habría que presentarle la Constitución aprobada hace 40 años. Porque ha decidido secuestrar la libertad de expresión de un artista español y con ella encarcelar al resto de la población de este país.
Trogloditas al volante
El hombre del aluminio en España ha cometido un atentado contra todos los españoles -estén a favor o en contra de la opinión Santiago Sierra- al extralimitarse en sus funciones. Sólo una infracción del Código Penal podría haberle dado vela en este entierro. Pero ya en el colmo del berlanguismo, Clemente Soler ha esgrimido, en la Junta de Gobierno convocada de urgencia por su negligente decisión, que lo hizo “para salvaguardar la imagen de la Marca España”, tal y como ha podido saber este periódico. El titular del New York Times ofrece la medida del coeficiente intelectual de don Clemente.
No sólo no ha salvaguardado la Marca España, sino que la ha retratado. Gracias al Señor del Aluminio sabemos que la Marca España es una pared en blanco en una feria de arte contemporáneo. Es el grito mudo de la censura. Es un señor antediluviano al frente de una empresa pública saltándose los Derechos Humanos de los ciudadanos. La Marca España es eso, la Huella de la Intolerancia.
Las aptitudes para la gestión del Hombre de Aluminio son tan evidentes que ha multiplicado la atención sobre la obra censurada (y una pared en blanco), mientras aludía que la retiraba para no desviar la atención de la Feria. Es de Primero de Censura, se llama Efecto Streisand y cualquiera que haya salido del Cuaternario lo conoce.
Clemente Soler no parece entender de justicia, de derechos, ni de arte, aunque ha ayudado a elevar a los cielos del martirio a Santiago Sierra, más mito, si cabe. De hecho, el ingeniero Clemente ha jugado un papel decisivo al confirmar la denuncia contra la persecución de la libertad de expresión que lanzaba Sierra en su mural. El arte contemporáneo no olvidará su aportación.
Tampoco Helga de Alvear, la galerista que por fin ha vendido una pieza De Santiago Sierra, y por 80.000 euros. Son los beneficios de la cobardía y el silencio de una mujer que se dice “una simple galerista que quiere volver el año que viene”. Ha reconocido a la prensa que no vende nunca nada de lo que produce el artista español con más prestigio.
Nadie quiere su arte político en el salón de su casa y ARCO es eso, un IKEA, un Casa Decor petulante. Por eso ella no cerró el stand, ni se llevó a sus artistas a casa tras la propuesta de censura. Ella consintió y reemplazó la pared de Sierra con obra del analgésico Thomas Ruff. No hay más preguntas, señoría.
El que faltaba
Helga de Alvear ha consentido la retirada y censura de lo de Sierra y le ha valido para atraer los caprichos indepes de Tatxo Benet, uno de esos empresarios hechos a sí mismos y a las papillas de politicos como Papá Zapatero. Benet junto con su socio, Jaume Roures, representa a la otra España que no representa don Clemente, la que aprovecha la Constitución para jincárselo todo. Tatxo vio la oportunidad de erigirse protomártir, gracias a la torpeza de don Clemente, y ha comprado la pieza afortunada para mostrársela a todo el mundo. Entre los dos extremos del independentismo, el arte magreado.
Ya saben que entre los 25 rostros pixelados incluidos por el artista, uno es el de Oriol Junqueras. Por cierto, rostros pixelados ¡censurados! Gracias a IFEMA y ARCO el mundo sabe lo que es Marca España: una banda de trogloditas que solos no pueden, pero con dictador sí.