Para ser un Franco a punto de morirse, tiene muy buen aspecto. Es el retrato de un ciudadano más. Uno cualquiera, un hombre del pueblo, un abuelo de paz bien conservado (en una nevera de refrescos). Cándido. Está desplumado de su gala militar, en lucido apogeo civil. Nadie podría imaginarse que el hombre que aparece en esa imagen ha sido azote de las libertades de un país, un fiero represor que mantuvo amenazado con la muerte a un país durante cuatro décadas. Ese abuelo no es el ejecutor de la libertad española.
Es un retrato del artista Harvey Simpson (1916-1973). Está hecho tres años antes de la muerte del pequeño general rebelde y es inquietante. Colores pastel, expresión adorable de pensionista que acaba de ganar al dominó a sus compañeros del centro de mayores. Ese mismo año, en 1972, Simpson recibe el encargo de hacer la imagen de portada que el TIME dedicará al presidente de la URSS, Leonidas Brézhnev. Éste ya es bastante menos amable, en tonos muchos más violentos y con una mirada desafiante. En manos de Simpson, Brézhnev da mal rollo y a Franco dan ganas de achucharlo.
No es el único retrato, aunque pueda sorprenderles, que la National Portrait Gallery (en el Instituto Smithsonian de Washington) tiene del dictador. En los almacenes de una de las instituciones más prestigiosas del país, donde yacen los retratos de las grandes personalidades políticas de los Estados Unidos, hay cinco imágenes del personaje (que resumen su trayectoria histórica). Estas forman parte de los casi cuarenta retratos de 20 personajes de la Historia española que se conservan en los fondos ocultos de la Galería Nacional del Retrato.
Folclore patrio
Sólo Franco se repite. No hay ninguna imagen de Juan Carlos I a solas, sin la sombra del dictador que le dio permiso para instaurarse como Jefe del Estado. Tampoco están los presidentes de la democracia, salvo Adolfo Suárez, que tiene un par. La maquinaria de la ilustración política se paró ahí, en él. Como dato folclórico: hay uno de Santiago Calatrava y otro de Plácido Domingo.
Los cinco retratos que duermen en algún lugar de los almacenes, y lejos de la Fundación Francisco Franco, fueron un regalo de la revista TIME, en 1978. La National Portrait Gallery cuenta con más de 2.000 retratos de artistas realizados para la publicación. La cabecera encargaba y publicaba retratos de los líderes mundiales, para dibujar el contexto internacional. Los autores se desprendían de sus originales y, con los años, fueron entregados al museo para que los conservara. El fondo depositado abarca trabajos desde los años treinta a los ochenta del siglo XX.
Oculto para siempre
“El museo no ha expuesto nunca los retratos de Franco y no planea hacerlo”, explica a este periódico Brandon Fortune, conservador jefe de la institución. Castigado sin ver la luz pública. “Los retratos de Franco forman parte de la colección especial compuesta por la donación de la revista TIME. La colección expuesta permanentemente en la National Portrait Gallery está enfocada, principalmente, a retratos de estadounidenses que han tenido un impacto significativo en la historia, la cultura y el desarrollo de los EEUU”, añade.
Hace unas semanas los Obama presentaron en el museo sus polémicos retratos, con los que serán recordados junto con los otros 43 presidentes del país. Hablamos del Sancta Sanctorum del Status Quo, el lugar donde las paredes sólo hacen hueco a la historia del arte al servicio de la historia de la política. Sin excusas, con descaro. No hay otro lugar igual en el planeta.
Aquí, en el templo de la representación del poder mundial, descansa el dictador, multiplicado por la cara. Aquí, junto a todos esos retratos que se alzan como defensores del poder y la respetabilidad, junto a los mayores líderes democráticos, el infatigable luchador contra la justicia y la igualdad. El rostro del destructor de la libertad española, figura junto con la cara del honor de la endogamia y el ensimismamiento del poder.
Dioses civiles
La National Portrait Gallery no tiene reyes como el Museo del Prado, pero también endiosa a sus protagonistas, mejorados por el arte como instrumento de acción política, envueltos por la cultura de corte y el gesto soberbio. Dan ganas de estampar en la pechera de una camiseta al Franco pop de Simpson. Esa es la prueba a la que todo icono pop debe someterse para contrastar su autenticidad. Haría más daño una nube de azúcar que este icono encorbatado, capaz de salir a la calle con pancarta y megáfono para pedir una pensión digna.
Este Franco modificado es un eslogan para el mundo, difundido desde la revista semanal de referencia en todo el mundo, que una semana antes de la muerte del dictador presenta una portada avisando del traspaso del poder al monarca. La ilustración de Simpson es la viva imagen de la identidad nacional y la prosperidad económica que perseguía el régimen. Como curiosidad, el número anterior al de la pareja española, TIME señala la nueva sensación del rock: Bruce Springsteen.
“Es un artista que podría hacer cualquier cosa”, así describió el editor de TIME a Ralph Ingersoll. Hablaba de Ernest Hamlin Baker, autor del retrato más franquista de todos los que conserva la National Portrait Gallery. Aparece con la boina roja, disfrazado de “requeté”. Su rostro de perfil se recorta sobre un mapa de la Península Ibérica. Ya no es el plácido abuelito de Simpson, aquí es un hombre de guerra.
Ernest Hamlin lo pintó en 1943, en plena represión franquista y Segunda Guerra Mundial, tres años antes se había reunido con Hitler en Hendaya y el proceso de fascistización del país parecía detenerse ante el riesgo de invasión aliada. Y a pesar de ello, el siete de diciembre de 1942, pronunció un discurso de alto voltaje fascista: Se engañan, por lo tanto, quienes sueñan con el establecimiento en el Occidente europeo de sistemas demoliberales”.
Siete años después de este retrato, Ernest Hamlin Baker vuelve a hacer otro retrato del dictador. Ha engordado y la única referencia de Franco es el símbolo del dólar. España ha desaparecido de su horizonte. Es el final del aislamiento y la consolidación del régimen, al que ayuda la guerra de Corea, primer enfrentamiento de la Guerra Fría. Franco se apresura a enviar una nota al gobierno norteamericano: “España desearía ayudar a EEUU a detener el comunismo enviando fuerzas a Corea”. El gobierno norteamericano no tardó en responde con un “gracias” y un crédito de 62,5 millones de dólares. Y la ONU revocó la condena de 1946 contra el régimen franquista.
En 1975, Robert Heindel es el artista encargado de ilustrar la Transición para el TIME, con una extraña imagen en la que Franco y Juan Carlos I forman parte del mismo ¿útero? Dos años después, Daniel Maffia incluye a Adolfo Suárez en la ecuación del TIME. La democracia se ha instaurado y Suárez aparece en primer término, enfundado en un traje sin las galas militares que portan sus acompañantes. Lejos, un cuadro del viejo dictador. Entre ambos, el monarca. Es un retrato efectivo, perfecto para el político español y sus sirvientes, aficionados como son a los réditos que ofrece la cultura. La buena cultura, la que tiene el don de multiplicar el valor de quien la protagoniza.