Un robot actúa sobre un gran bloque oscuro de alabastro. La orden que tiene es extraer del corazón de la piedra una pamela gigante y extremadamente fina. Apenas dos centímetros de espesor. Tan transparente como delicada. “Vi el ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”, dijo Miguel Ángel Buonarroti ante uno de sus bloques. Ahora es un trabajo de orfebrería tecnológica. “La artesanía se ha hecho siempre con herramientas. En vez de cincel, hoy lo ejecuta un robot. Ejecuta, pero no tiene ideas”, cuenta Fernando Capa, dueño de la fundición Capa. Cuando su robot extraiga la pamela de ahí adentro, alguien de su equipo firmará la pieza: Manolo Valdés.
Los tiempos cambian y la tarea del escultor ya no es descubrir la estatua en el interior del bloque de piedra. En dos días la pieza estará lista para rematar los detalles a mano. Junto a los hangares en los que trabajan más de sesenta personas están los almacenes de la galería Marlborough y el taller español de Valdés, que reside en Nueva York desde hace años. Un par de operarios pulen una cabeza gigante dorada. Otros dos rematan un enredo de hierros, que coronará otra cabeza. No es una maraña, como la que emerge de la famosa Dama del Manzanares, en lo más alto del Parque Lineal de Madrid.
Producción imparable
La fundición produce cerca de 10.000 piezas al año, en su mayoría reproducciones. El negocio arrancó con su padre en los años cincuenta y es la empresa líder en España. El 96% de su facturación es con clientes extranjeros, asegura Fernando, con el que recorremos todas las técnicas escultóricas que se ejecutan aquí. En un momento nos cruzamos con Antonio López, que no ha parado en todo el día. A él no le interesan las impresoras 3D con las que Capa realiza el forrado macramé que cubre parte del interior de las tiendas Loewe de todo el mundo o la celosía de tres kilómetros para una casa de Qatar.
El pintor realista y autor del retrato de la familia real de Juan Carlos I actúa sobre un paisaje escultórico sobre bronce de tamaño salón, una escala menor de lo que se maneja en estas naves. A la entrada, junto a varias cabezas espectaculares de Valdés, llama la atención un caballo de bronce negro de unos diez metros de altura y 3.500 kilos, de Santiago Botero. El artista no ha pasado por aquí. Ha mandado su maqueta y no quiere fallos. Vendrá a recogerlo en los próximos días. Cristina Iglesias realizó en esta fundición la famosa puerta-bosque del Museo del Prado, Fernando cuenta que el coste de la producción de las piezas que ejecutan supone el 3% del precio en el que se venden en el mercado.
Todo para el artista
El padre de Fernando era escultor y le dijo a su hijo que para entender a los artistas debería aprender su lenguaje. Y estudió Bellas Artes. Es el único escultor en la empresa, el resto de trabajadores rematan un trabajo más industrial que artístico. Hay ingenieros, comerciales, arquitectos, diseñadores, metalistas… Son los ejecutores.
La fundición aglutina muchos oficios y mucha actividad. “Es un equipo multidisciplinar que presta apoyo al artista. Le ponemos soluciones, le ofrecemos “proyectos llave en mano”, con un solo interlocutor”, cuenta. Cuando acabe este recorrido recibirá al artista Marc Quinn (Londres, 1964), que formó parte del grupo de los Young British Artist. Está interesado en conocer la fundición para poner en sus manos esos cuerpos imperfectos y conflictos sexuales que retrata.
Pero la prestigiosa empresa de Fernando Capa ha aparecido en el informe de la Abogacía de la Generalitat Valenciana, que ha pedido al juez del caso IVAM que investigue a José Luis Rueda, hijo adoptivo del escultor Gerardo Rueda, por los delitos de malversación, prevaricación y falsedad. Pide que se fije una fianza de 4,1 millones de euros para él, para la exdirectora del museo Consuelo Ciscar y el exsubdirector económico Juan Carlos Lledó.
¿Auténticas o no?
La Abogacía asegura que la dirección del IVAM adquirió por 3,4 millones de euros varias esculturas de Rueda (1926-1996), “haciéndolas pasar por originales y produciendo así una desviación de los fondos presupuestarios hacia el patrimonio de José Luis Rueda”. El abogado asegura que el hijo adoptivo actuó para dar apariencia de autenticidad a las obras y “apropiarse indebidamente” de fondos públicos.
El informe asegura que entre 2004 y 2006 el museo adquirió las obras mediante dos contratos mixtos de compra-venta y donó una serie de obras. El primero es una compra de 13 esculturas y “todas se confeccionaron con posterioridad a la muerte del autor por la fundición Capa, sin que el autor interviniera para nada en su fabricación”: En el contrato de 2006 figuran siete esculturas como vendidas, todas ellas ejecutadas en Capa. Detalla que el IVAM pagó 512.524 euros a la fundición por la producción de las obras.
La clave está en el IVA
“Un fraude total y absoluto que la principal institución museística de arte contemporáneo de la Comunitat Valenciana exhibiera obras atribuidas a un autor en las que la intervención del artista es inexistente, y que su verdadero creador fuera un tercero que ni siquiera es escultor. Agravando la defraudación en sí, además, esas obras incorporaron la firma del artista”, asegura la Abogacía en un tono casi apocalíptico.
Pero, ¿es ilegal la práctica que describe? A Fernando Capa le tocó ir a declarar a Valencia y le explicó a quien le tomó declaración que esta acusación no tiene futuro de prosperar, “porque no es una falsificación”. Cuenta que la definición la marca el Ministerio de Hacienda: todo creador puede tener hasta ocho reproducciones de su obra. Todas ellas serán consideradas como “originales” y sólo ellas tendrán una aplicación del IVA superreducido. Más allá de ocho, se considera “obra múltiple” y tendrá un IVA normal.
Cada autor es libre de hacer con su obra lo que desee, incluso sus herederos y todo apunta a que José Luis Rueda es el heredero de Gerardo Rueda, a menos que se demuestre lo contrario. Y las esculturas producidas a principios de siglo XX por su heredero son ejemplares de edición originales. Una de ellas se encuentra en el Museo Reina Sofía, bajo el título Gran relieve. Este dato parece que la Abogacía de la Generalitat no lo sabe.
Una práctica histórica
Tampoco debe conocer el hecho de que todos los bronces de Degas están hechos después de la muerte del artista. No dejó hecho ningún bronce, los herederos encontraron sus bailarinas en cera. Lo mismo pasó con los grabados de Goya, que se hicieron hasta en el siglo XX y son originales, porque se hicieron a partir de la plancha original. Todo apunta a que terminará en patinazo de la Abogacía, porque lo normal en el mercado del arte es vender las ediciones cuando aparece comprador, aunque no viva el artista creador. Ni siquiera es necesario respetar el tamaño fielmente, porque así ocurre en casos como Rodin.
Fernando trabajó mano a mano con Gerardo Rueda durante sus últimos tres años de vida, cuando el propio escultor decía estar produciendo su mejor obra. Conoce las manías y los guiños de su trabajo, como los de Manolo Valdés. También los de Tony Cragg (Liverpool, 1949): en este momento un operario pule una de sus piezas multiformes. En el espacio de embalaje sobresale un busto de Franco, es de una de las piezas de Fernando Sánchez Castillo. “Hacemos más reproducciones de obras originales que originales”, apunta Capa. “Un escultor no puede vivir de sacar sólo piezas únicas, porque nadie está dispuesto a pagarla como tal”.
Fernando describe su empresa como un taller del Renacimiento pero de varios artistas. Uno sólo no podría mantenerlo. Y nos apuntamos una frase para el recuerdo: “Es mucho más fácil hacer un coche que una escultura”.