Dando por buena la máxima que dice que es la publicidad la que hace la buena poesía porque vende, el ayuntamiento de Manuela Carmena está dispuesto a firmar en cuatro años una carrera poética que ni Gallardón ni Ana Botella, también sufridores del mal de hortera caníbal. La alcaldesa y su sobrino se ponen de los nervios si no tienen las calles llenas de cascajos, gallinejas y entresijos turísticos. Que si los casos de soldados de Star Wars, luego los trastos de las películas de Harry Potter y, ahora, esto. Eso. Ello. Oye.
Las pesadillas con las calles de Madrid vacías de todo lo que no sea Madrid y sus vecinos debe ser una pesadilla propia del despacho. Son horteras estos alcaldes porque abaratan lo que tocan, porque no protegen lo que tienen, porque necesitan ver la ciudad hecha parque temático. Si no es con unas vacas pintarrajeadas, son unas meninas deformes, o sea, mininas. Si a una menina de Velázquez le quitas todos los atributos que le convierten en menina, te queda esto. Son la colza del arte, un repelente del buen gusto que lo llena todo de selfies.
El Ayuntamiento dice que los ochenta mojones con los que han ocupado la ciudad representan el buen gusto por la moda y -ojo que aquí viene lo mejor- acerca el arte a los ciudadanos. Cosa harto imposible, claro, dado que semejantes engendros no entrarían ni con un máster de los de Cifuentes. Con estas monstruosidades de fibra de vidrio, que colman el esperanto hortera de la España más paleta, entregada a la industria cultural del entretenimiento turístico, ya podemos decir que una iniciativa política denigra tanto el espacio público como una pintada chunga en un conjunto histórico.
Viejas ideas, nueva política
Entender la ciudad como un gran plató para anuncios disfrazados de poesía era marca de la vieja política, que recicla la nueva y abren lo público a los intereses y los beneficios de marcas y a los caprichos de vendedores de humo profesionales. Los monigotes plantados por artistas de la talla de Blanca Cuesta (esposa de Borja Thyssen), Enrique Ponce, Jordi Mollá y Carlos Baute es justamente lo que necesitaba la ciudad para conseguir esa distinción de Patrimonio Mundial de la UNESCO para el eje del Prado y el Retiro, que Carmena ha hecho suya pero -también- es idea de Botella. La ciudad no tiene ningún lugar declarado como tal y no extraña si tenemos en cuenta que es el único Ayuntamiento de España que no tiene departamento de arqueología.
Carmena ha dicho a la prensa que está muy “orgullosa” de estas “damas de la belleza”, que forman parte de la orquesta de Madrid y que con ellas vamos a redescubrir las joyas de la ciudad. Porque ella siempre ha creído que “nuestro Velázquez tenía que estar más en la calle”, o sea, menos en el Museo del Prado. “Tenemos que sacar a Velázquez a la calle”, dice. Y oye, a favor, pero ¿podría indicarme dónde hay algún rastro del pintor en esta parada mostrenca?
El culpable de la chufla
Lo explica inmediatamente el chamán de todo este embolado, un tal Antonio Azzato, que ha contactado con toreros, cantantes, modelos y actores para inundar las calles de la ciudad de modernidad, elegancia, creatividad, libertad y toda esa retórica de la estafa. Este señor dice que no siente estar utilizando a Velázquez, que al contrario es Velázquez el que le utiliza a él “como un transmisor de lo que él quiere comunicar”. ¿Entienden? Él no es culpable de la charanga esta, que es el propio Velázquez.
Dice, también -prepárense que va a demostrar por qué Velázquez lo ha elegido a él-, que el genio barroco dejó un secreto misterioso en el cuadro y que no fue por casualidad. “Porque no creo en las casualidades, todo en esta vida es causa y efecto”. Ajá. Los propietarios de la explotación de la imagen mítica, el Museo del Prado, no se han atrevido ni a venderla estampada en camisetas, pero este señor, interiorista y Máster en Dirección comercial y marketing en el Instituto de Empresa de Madrid, les ha metido una chilena en nombre de la especulación (con la excusa de que las mininas se subastarán para ONG’s). No en vano define Madrid como “una ciudad multicultural que te permite hacer de todo”. De todo.
Todo por la pasta
O casi de todo: la prioridad en la ciudad de Carmena y Cueto es hacer turismo a partir del consumo cultural, es convertir a Velázquez, en este caso, en un recreo turístico que se compra y se vende en un espacio público, pero ¿qué ocurre cuando todo es espacio turístico y mercancía? Que la cultura, Velázquez o quien sea, se convierte en una boiserie de ese espacio llamado antiguamente ciudad. Que todos, los madrileños también, han sido turistificados. También la cultura, legitimada sólo por el ser turista.
“Sacar la cultura a la calle” en estos términos sólo quiere decir una cosa: show me the money. Las mininas de Azzacato son las esfinges de un acto impuesto por la clase hegemónica con el pretexto del negocio de servicios y bienes aportados por la falsa ilusión de una ciudad entretenida, en constante novedad. Mientras, el patrimonio histórico y su conservación ya si eso.