“Os preguntaréis qué hace aquí la Iglesia”. Timothy Dolan es el cardenal de Nueva York y se dirige a la prensa. Antes se ha fotografiado con Donnatella Versace. Acude a la presentación de la gala del Metropolitan Museum (MET), antesala de la exposición que se inaugura este jueves, dedicada a la influencia de la moda católica en la moda popular. Cruces, pedrería, dorados, bordados… dos mundos ricos unidos por la industria del lujo. Y a pesar de ello, hasta el momento, entre ambos las relaciones han sido tirantes y polémicas.
Pero toca hacer las paces. El Vaticano ha prestado para la muestra unas cuarenta piezas que no habían abandonado nunca la sacristía de la Capilla Sixtina para dar contexto histórico a la inspiración de Yves Saint Laurent, Gaultier, Lacroix, Balenciaga o Galliano, que hace dieciocho años creó el vestido ceremonial para el primer Papa feminizado , lejos de la pesada carga del rodillo masculinizador. No es casual, claro, que este sea el diseño elegido por el centro como imagen para difundir la exposición Heavenly Bodies. Eso sí, el préstamo llega con una condición: que los objetos sagrados no se mezclen en la misma sala con los objetos profanos.
La moda ha utilizado a la Iglesia como tabú y como inspiración, haciendo de lo sagrado lo más profano al traducir una estética para ellos en algo para ellas. Al ser la Iglesia la única capa social que se ha negado a mancharse con la moda, la moda se ha manchado con la Iglesia echando abajo el muro de la intransigencia. Estos cuerpos celestiales se han empeñado en ser cuerpos antagónicos, que celebran la vida y el lujo desde lugares opuestos.
La moda explora los límites del deseo, el sexo y el fetichismo. A dios gracias. La Iglesia, no: “La razón para estar aquí es que la Iglesia y la imaginación católica tienen que ver con tres cosas: verdad, bondad y belleza”. El cardenal Timothy Dolan argumenta el motivo de esta relación esporádica en el MET. La opulencia siempre ha sido marca de la casa de ambos universos. De hecho, el catolicismo es una religión sensual muy vinculada a las artes plásticas y decorativas., porque “el arte, la poesía, la música, la liturgia y, sí, incluso la moda, son para dar gracias a dios por el don de la belleza”.
El pasado febrero se firmó la Santa Alianza: Donatella Versace y Anna Wintour (editora del Vogue, patrocinadora de la exposición) aterrizaron en Roma para reunirse con el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo de Cultura de la Iglesia Católica, para rematar la operación del MET y el préstamo de objetos litúrgicos. Allí, el comisario de la exposición, Andrew Bolton, puso énfasis en lo superlativo: “Será la exposición más ambiciosa que la institución haya realizado jamás”. Era la décima ocasión en la que Bolton se reunía con los responsables vaticanos para seleccionar las piezas, entre ellas la tiara papal que comprende 18.000 diamantes, rubíes, zafiros y esmeraldas, que la reina Isabel II regaló al Papa Pio IX, para que la disfrutara en la Navidad de 1854.
En busca del récord
El MET coincidirá en hinchar el fenómeno, dado que la última vez que el Vaticano prestó piezas al museo neoyorquino fue para la exposición The Vatican Collections, de 1983, que se convirtió en la tercera muestra más vista en los 148 años de historia de la institución. Además, estos cuerpos celestiales se prolongarán seis meses en lugar de los tres habituales, así que todo apunta a un récord sagrado.
Bolton también reconoció la moda como algo poco vinculado a lo divino, pero con paralelismos muy curiosos entre religión y moda, como las “cualidades ceremoniales de un desfile de moda y un oficio religioso”. Hay un motivo menos metafórico para acabar con la guerra fría entre estos dos mundos paralelos y tiene que ver con el sentido aperturista que la propaganda del Papa Francisco quiere darle a su Iglesia, que incluso dice replantearse la entrada de la mujer en el sacerdocio (y se abre a la comunidad LGTBQ y a la planificación familiar). No sólo ha permitido el préstamo de las piezas -segregadas de la moda-, sino que ha dado el visto bueno a la cumbre de las vanidades: la alfombra roja de la gala que precede a la exposición. La noche más importante para la moda fue la más importante para la Iglesia.
Un Papa del pueblo
Que Rihanna se haya vestido como prefiguración de Francisco es la perfecta imagen para los nuevos tiempos. La reina del pop y el pope de la Iglesia en una foto es impagable, ni todo el oro del Vaticano podría hacer frente a la mejor campaña de transformación del catolicismo, con serias necesidades de ampliar su público. La moda ya no es crítica con la Iglesia, ya no hay mofa, ni siquiera provocación, ya es pura propaganda: Rihanna es la primera mujer Papa con el beneplácito del Vaticano.
Asociarse a la moda es la operación de blanqueamiento progresista más inteligente de todas, capaz de hacer olvidar por unos instantes la pedofilia. Y mientras esto ocurría, Madonna miraba desde lejos. Porque ella fue en los ochenta el azote pop del catolicismo, poniéndose el nombre de la virgen, quemando cruces y cantando Like a virgin y Like a prayer, sin esperar el reconocimiento de nadie, y menos de su santísima santidad. Porque ella, con sus críticas, también ha hecho que hoy, en el trono, haya un Papa del pueblo.