Está desnuda y tendida sobre un canapé moderno, aunque se supone que es una diosa clásica. Venus. La mujer se ofrece a la mirada de quien ha encargado la pintura, el Príncipe de la Paz, Manuel Godoy. Estrena palacio y quiere decorar su estancia más íntima y privada, con una selección de mujeres desnudas, muchas “diosas”. Junto a la maja desnuda que ha hecho Goya para la satisfacción personal del favorito de Carlos IV, figura la Venus del espejo, de Velázquez, y otras dos atribuidas a Tiziano. En la ficha web de la pintura que se exhibe en el Prado, el museo asegura que ella está “mirando al espectador con leve y sugestiva sonrisa”.
La joven muestra “una innegable expresión relajada, sin asomo de rigidez o tensión, lo que impide sostener cualquier sentimiento de temor, asco, repugnancia, rechazo, negativa, desazón, incomodidad”. No se aprecia “signo alguno de violencia, fuerza o brusquedad”. Sólo hay “desinhibición total”, “sin visos de fuerza, imposición o violencia”. Avisamos: estas reflexiones no son de ningún conservador especialista en el pintor aragonés frente a uno de los cuadros estrella del museo. Son parte de las conclusiones del juez con voto discrepante en la sentencia contra La Manada.
Cuidar las influencias
Si al magistrado Ricardo González le resulta “en conciencia imposible afirmar” que lo que está viendo “sea una agresión sexual violenta o que la mujer actúe bajo la influencia de una intimidación que no se manifiesta en modo alguno”; si para el cuestionado juez fue abuso sexual, pero no violación, porque no apreció otra cosa que no fuera “una cruda y desinhibida relación sexual, mantenida entre cinco varones y una mujer”... ¿somos los espectadores de La maja desnuda otra manada, que, según el Prado, ve una “sugestiva sonrisa” sin resistencia?
“Sin duda el imaginario del arte influye en nuestra manera de comportarnos, porque influye en nuestra manera de educarnos”, cuenta Isabel Tejeda, comisaria de la exposición A Contratiempo. Medio siglo de artistas valencianas (1929-1980), en el IVAM. “La maja es un modelo del patriarcado imperante en la época. Claro que influye en nuestros días, como también influye el otro imaginario que se está creando gracias a la manada de mujeres que proyectan sororidad en las manifestaciones”.
La maja ya no cuelga en un salón íntimo, sino en un museo público. De ahí la importancia de la sensibilización crítica en la visita al museo
Por eso cree que es necesario revisar cómo hemos leído la historia del arte hasta hoy. Si cada tiempo tuvo derecho a su arte, también tiene derecho a mirar a su manera el arte histórico. Sin ocultar o silenciar comportamientos que forman parte del pasado del que formamos parte. “La maja ya no cuelga en un salón íntimo, sino en un museo público”. De ahí la importancia de la sensibilización crítica en la visita del museo, en apariencia un ser institucional pacífico. La belleza siempre esconde trampas. “Sin duda, tras el voyerismo hay una situación de poder”, recalca Tejeda.
Arte cipotudo
“Es un cuadro semioforizado, es decir, el tiempo, el cambio de contexto y de uso, ha hecho que tengamos otra lectura de él. No se ve como lo veía Godoy y la mayoría lo ven como una pintura, sin más”. Pero no es una pintura sin más. Si La maja desnuda responde a una visión cipotuda en intimidad, al ser expuesta en público esos valores cipotudos (de Godoy y los suyos, hace más de dos siglos) se convierten en máxima.
La visión feminista es un antídoto para la sociedad, cuyo discurso insiste en ver una “sugestiva sonrisa” en esa maja desnuda. Este mensaje que lanza el Prado desde su web no es extraño, forma parte de la tradición que la historia del arte se ha empeñado en contar desde el rodillo masculinizador. Los desnudos, según éste, son una abierta disposición: “Tranquilos, hay consentimiento”. Quizá sea hora de corregir esta mirada. “Evidenciar otras historias del arte supone, precisamente, poner en entredicho las historias que se imponen. Contar otras, dar espacio a otros deja en entredicho las existentes”, subraya Perdices, que fue comisario en el Prado de La mirada del otro.
Manuel Godoy goza con ella en privado y en compañía de otros. La primera noticia que tenemos de la pintura la ofrece el grabador Pedro González de Sepúlveda, que en 1800 acude al palacio con el arquitecto Pedro de Arnal y Juan Agustín Ceán Bermúdez y Godoy les muestra orgulloso su secreto. Los cuatro hombres en el cuarto, ante cuatro mujeres desnudas, que prefiere mantener al margen de la vista pública, someterlas en silencio.
La ley del objeto
La maja no dice no, pero ¿quiere estar ahí? ¿Por qué la historiografía del arte no se ha preguntado por el papel de sometimiento que ha jugado la mujer? Para el historiador del arte y comisario, Álvaro Perdices, “la maja funciona como una objetalización de ida y vuelta”. Porque una vez convertida en objeto evidencia “quiénes absortos la miran”. “Indiscutiblemente, la mujer es la gran perjudicada”, cuenta a este periódico el artista Dionisio González, censurado por el Obispo de Málaga.
La diócesis malagueña no preguntó qué era aquello, de qué hablaban esos cuerpos femeninos inmersos en piscinas, simplemente no consideró oportuno mostrar su trabajo sobre la sobreexposición de los cuerpos en un medio líquido, como es la red. “Dios está desnudo en lo alto de la Capilla Sixtina, pero esto no les parece adecuado… Sólo se molesta quien tiene una visión prejuiciosa. Hay que tener una capacidad muy limitada para interpretar una obra justo al revés. Es pura ignorancia”, añade el artista asturiano, para quien la mujer es la gran representada en la historia del arte y la gran omitida. “Siempre sexualizada por la mirada del hombre”, cuenta.
Someter a la mujer
Comparemos la obra de Dionisio con la de Goya, dada sus similitudes compositivas. Una mujer de piel suave y sumisa finge su complacencia y participación en el juego del desnudo. La otra no esconde su carácter de prisionera en una piscina asfixiante, de la que tampoco está tratando de escapar. La primera está alienada, la otra es consciente. Una se dedica a dar placer, la otra a denunciar. Las dos son sometidas y ninguna tiene opción ante nuestra mirada.
Y ambas son representaciones, símbolos, recreaciones. Son imágenes, no carne (fotoperiodística). No son un retrato real, sino una proyección: la de Goya de cómo los hombres deseaban disfrutar de las mujeres, la de González de cómo nos explota la red de redes. La maja no es una modelo real (ni un retrato de la duquesa de Alba ni de Pepita Tudó), sino un modelo real (del machismo). Según eso, ¿el público debe restar importancia al arte por ser arte o debe analizar cómo interviene el arte en su creación del relato social?
El conservador del Museo de América, Andrés Gutiérrez, comisario de la exposición TRANS , cuenta que “la maja gustó y gusta a todos porque es una obra de arte y hoy se ve como un objeto histórico”. Salvoconducto. “Supongo que esto es importante a la hora de considerar que “no hay peligro” con ella...” En arte se sacraliza, se hace incuestionable y censura cualquier planteamiento crítico contra él. Pero se trata de lo contrario: los museos son un espacio de libertad para hablar de todo, incluso para hablar mal del arte.
Arte absuelto
Como vemos, los especialistas no piden censurar, sino cuidar la lectura y la transmisión de la historia del arte. La censura ha estado durante siglos en las mismas manos: “Cuando los bienes de Godoy son confiscados, hacia 1807, la maja desnuda cae en manos de Fernando VII, siendo secuestrada en 1814 por la Inquisición [que define a la pintura como “obscena”], que abre a su vez juicio a Goya, del que sale no culpable, absuelto gracias a la influencia de sus mecenas, entre ellos Luis María de Borbón”, explica Álvaro Perdices.
Es hora de preguntarse si queremos someter las imágenes a un juicio moderno o dejar que lo moderno sea sometido por el pasado
Los mecenas de Dionisio González -el Ayuntamiento de Málaga y la Fundación Cajasol- no han protegido al artista como se hizo hace dos siglos y permitieron que la Iglesia censurara la libertad de expresión de una obra, que denuncia lo que resume Bill Gates en una frase: “Si la red fuera una ciudad, la pornografía sería su gran avenida”.
La maja queda encerrada en los almacenes de la Real Academia de San Fernando, hasta 1900, que llega al Museo del Prado. En ese momento se normaliza su visita y se exhibe como un síntoma de modernidad y laicidad: los desnudos habían dejado de ser un problema o casi, porque en 1930 se emite un sello con ella y se lía. Una vez hemos normalizado lo natural -el desnudo- es hora de preguntarse si queremos someter las imágenes a un juicio moderno o dejar que lo moderno sea sometido por el pasado y seguir creyendo que sin resistencia no hay violación.