El arte de Balthus siempre coleteó bajo un dedo moral que lo acusó de “pervertido”, de “pornográfico” y de “pedófilo” por su fascinación por las niñas en flor, pero reducir toda su mirada a la de un sátiro agazapado en los tocadores de las crías sería como mancillarlo y crucificarlo en un tuit: una canallada moderna. Su relación con la pintura es mucho más compleja: se trata de una “epopeya interior”, de una historia “sagrada y fatal” en la que se dejó la propia vida. Su misión era “atender el rumor del mundo” -es más, participar en él- y llegar “al corazón salvaje de las cosas, al nudo más apretado del misterio”.
Quería indagar en ese instante transparente y grave en el que acaba un día y empieza otro. Quería asir verdades en una sociedad sin respuestas: nacido en 1908, Balthus tuvo que abandonar Francia a los seis años, con su familia, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial y asistió al derrumbe del mundo tal y como se conocía: “Vivió la hecatombe demográfica y social, la crisis de los valores occidentales, el descrédito del positivismo decimonónico y de los regímenes políticos vigentes, de la ciencia, la filosofía y la vanguardia, porque muchos de sus miembros habían aplaudido el conflicto bélico”, explica Juan Ángel López-Manzanares, comisario de la retrospectiva del artista que acoge el Museo Thyssen del 19 de febrero al 26 de mayo, con 47 obras como 47 reflejos incómodos.
Así lo explicó el pintor franco-polaco: “La época de la guerra fue la época de las separaciones de las niñeras franceses que nos cuidaban; la certeza permanente de lo pasajero, de lo efímero, de lo transitorio (…) La pintura se me imponía de modo evidente porque me permitía encontrar las raíces milenarias del mundo, me ayudaba a no ceder a los flujos migratorios de la vida, al contrario, me permitía entrever una aparición”. Su única salvación, cuenta, fue la infancia. Ahí la puerta donde poder alcanzar un mundo en el que todo tuviese “continuidad y sentido” frente a una tierra que se desvanecía bajo sus pies. “Él cree que en la infancia todo está todavía unido”, relata López-Manzanares.
La relación de Balthus con la infancia
“Yo quería acercarme al misterio de la infancia, a su languidez. Al secreto del alma, a la tensión aún luminosa de su capullo sin abrir del todo. Ese paisaje”, relataba un Balthus peterpanesco. “Nunca he querido perder el hilo, al contrario, he procurado reforzarlo. De modo que nunca he salido de la infancia, ¿será por eso por lo que he pintado con tanto tesón flores y muchachas en flor?”, se preguntaba en sus memorias. “Mis niñas sobrepasan la condición mortal, exaltan la vida con la tensión de su carne, con la luz que las rodea”. Las niñas salvaron a Balthus. Lo rescataron de sus arenas movedizas vitales -se convirtieron en su cordón umbilical hacia el estadio mejor de la vida-, pero, a la vez, le condenaron para siempre. Y le siguen condenando en la mirada de los puritanos.
Balthus hizo sangrar los ojos de ejércitos enteros de mojigatos hipócritas, que encontraban en su trabajo sólo la lascivia pederástica que a ellos les latía por dentro. Su obra actúa de espejo y muestra las vergüenzas del que mira. Hoy el Thyssen da un paso adelante en medio de este debate acerca de la corrección política en el plano artístico y recupera su galería de ofensas sin edulcorar, sin descafeinar, en toda su crudeza y verdad. Recuerden que en 2014 el Museo Folkwang canceló una exposición suya por las presiones: los detractores tacharon al artista de “pedófilo” y a la pinacoteca de “cómplice”.
Más tarde, el Partido Popular de Austria, el FPÖ, condenó una retrospectiva del artista, organizada por el Kunstforum de Viena. La muestra incluía una serie de Polaroids de Anna, a la que Balthus fotografiaba con regularidad, siempre desnuda, desde los ocho a los 16 años. Él soplaba más de 80 años cuando hizo las fotos y tenía el permiso de la madre de la niña; pero el FPÖ dijo que en su trabajo hay un “trasfondo pedófilo inherente y desagradable”.
Su viuda culpa al "cristianismo"
En 2017, una campaña en internet reunió 10.000 firmas para que el Metropolitan de Nueva York retirase el cuadro Thérèse Dreaming por ser considerado como "sexualmente sugerente", pero el museo respondió que prefiere debatir a censurar. Preguntada por estas polémicas, la viuda de Balthus, Setsuko Ideta, presente hoy en la presentación de la exposición en el Thyssen, responde: “¿Cuántas veces me han hecho esta pregunta? Muchísimas veces. Lo que suelo contestar es: vamos a ver, ¿de qué hablamos: de arte o de otra cosa? Si hablamos de otra cosa, de acurdo, cualquiera tiene derecho a expresar su opinión. Pero si hablamos de arte es otro tema. Si hay personas que tienen valores espirituales distintos, muy bien, a mí personalmente me da exactamente igual”, lanza.
“Siento de verdad que se esté creando un problema a raíz de este tipo de observaciones. Es como con los niños, ¿no? Si no le gustan las espinacas les damos otra cosa. En Macbeth se habla de una historia contada por un idiota: eso es lo que me evoca todo esto”. Y aún alega: “Sé que un problema cristiano es confundir erotismo y deseo: el deseo es algo maravilloso, no plantea ningún problema verdadero”, cierra. Setsuko tenía 18 años cuando conoció a Balthus en Kioto: él ya contaba con 53.
La postura del Thyssen ante la polémica
¿Y el museo: cuál debe ser su reacción ante este zafarrancho? ¿Debe contextualizar los cuadros o eso es infantilizar al espectador? ¿Considera el Thyssen que Balthus debe ser revisitado desde una perspectiva feminista? Responde el comisario: “La postura que hemos adoptado es estar abiertos al debate e intentar contextualizar su obra de forma que se entienda lo máximo posible en el debate artístico de su época”, relata. “Es importante tener en cuenta que Balthus comenzó a crear en el año 33, con la subida al poder de los nazis, y vivió grandes períodos de ansiedad dentro de la cultura occidental. Él participó en el debate sobre la sexualidad, igual que participó Picasso con las escenas de minotauromaquia o Bellmer con la Muñeca”.
Continúa: “Para él la infancia es algo mucho más trascendental, es fundamental dentro de su concepción de búsqueda del sentido del mundo, de lo que Rilke, su maestro, llamó ‘lo abierto’. Está relacionado con su interés por el secreto del mundo, por lo mágico que pueda existir en el mundo. Lo que contradice a la civilización moderna y sus prisas. Cuando en los años treinta él hace una pintura que escandaliza quiere llamar la atención a la sociedad de la época acerca de dónde estaban colocando sus valores (…) Quedarse en lo erótico es quedarse en la anécdota”.
El museo aporta contexto a las obras
Es cierto que en la exposición se han esforzado en contextualizar las imágenes más polémicas. Por ejemplo, en Thérese dreaming, se señala lo siguiente: “Lo que podría ser una escena inocente se convierte en problemática a causa del punto de vista elegido, mediante el cual Balthus nos sitúa en el incómodo papel de involuntarios voyeurs. Su afán de poner a prueba la moral burguesa cabe situarlo en el contexto de los debates surrealistas de la década de 1930 sobre los límites de la sexualidad”.
La propia Thérese, en la obra que recibe sólo su nombre, también ha sido puesta en entredicho: “En sus facciones el pintor halló la mezcla de ingenuidad y madurez con la que plasmar uno de los momentos de paso más cruciales de la vida humana: la adolescencia (…) Thérese figura en el lienzo informalmente sentada. Su postura relajada, desenvuelta y la mirada directa denotan una sorprendente seguridad. Por otro lado, la calculada disposición de sus brazos y piernas recuerda obras clásicas, como los ignudi Miguel Ángel del techo de la Capilla Sixtina”.
Obras potencialmente ofensivas
Ojo a El Salón, potencialmente ofensivo para las pieles finas. Y a Los buenos tiempos: “Aquí una joven reclinada en una chaise longue se mira en el espejo, consciente de su belleza. En segundo plano un hombre aviva el fuego de una chimenea. ¿Se trata del propio artista? ¿Es el fuego una metáfora del deseo, provocado por la joven en primer plano? Nunca lo sabremos con certeza”.
En La habitación, la placa informativa señala: “La muchacha de pie nos interpela directamente”. Está desnuda. “A su lado, otra niña menor de edad (¿su hermana?) interrumpe su lectura para admirarla. Hay algo teatral en la escena. Quizás lo más evidente sea el gesto declamatorio d ella joven (…) En realidad, el espectador ocupa el lugar de un supuesto espejo en el que la joven se contempla. De este modo, Balthus nos convierte de nuevo en voyeurs involuntarios del trascendental momento de la conciencia de la madurez sexual”.
Más óleos susceptibles de chirriar a los puristas: Los hermanos Blanchard, Desnudo durmiendo, Muchacha con gato, Estudio para La Bañista, El aseo de Georgette, Muchacha ante el espejo, La toalla azul y Desnudo con silla. En todos estos trabajos se juega con las formas del cuerpo de las niñas -pechos nacientes, pubis sin vello- y se muestra la fascinación del pintor por la pubertad y su despertar sexual, alimentando una suciedad que sólo está en la mirada, no en la obra.