Entre 1495 y 1498, Leonardo da Vinci pintó una de sus obras maestras, La última cena, en el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie, en Milán. La escena, de más de ocho metros de longitud y que describe el momento en que Jesucristo confiesa a sus apóstoles que uno de ellos le va a traicionar, no es un fresco al uso, que demanda rapidez en la ejecución, sino un mural realizado al temple y óleo sobre una pared de yeso seco. Una técnica experimental ingeniada por el genio renacentista, pero que resultó fallida en su conservación: en apenas tres décadas, buena parte de la pintura se había desprendido o desvanecido.
Por suerte, uno de los seguidores de Leonardo realizó una copia sobre lienzo del mural. Según explica la Royal Academy de Londres, su propietaria, este cuadro, del mismo tamaño pero que carece del tercio superior de la obra original, fue pintado en torno a 1515-1520. Los historiadores del arte, sin embargo, no se ponen de acuerdo a la hora de atribuir la ejecución de la tela. El debate se ha reducido en los últimos años a dos discípulos del artista italiano: Giampietrino o Giovanni Antonio Boltraffio. O tal vez acometieron la pintura ambos de forma conjunta.
Ese lienzo es el que ha guiado los trabajos de restauración del mural de la iglesia milanesa y el que ha ofrecido una imagen fidedigna de la obra original, muy desgastada en la actualidad. Pero ahora, la tecnología brinda la oportunidad de contemplar La última cena en todo sus esplendor, desvelando los secretos que ha ocultado el paso del tiempo. Un equipo de expertos de Google Arts & Culture ha pasado el último año capturando imágenes con una cámara gigapíxel, de enorme resolución, de las principales obras de Da Vinci, que ya se pueden consultar.
Las fotografías al milímetro sacadas de la copia de La última cena, conservada en la Royal Academy desde 1821, permiten atisbar detalles perdidos del mural original, como los pies de Jesucristo, que fueron cercenados cuando se abrió una puerta en esa pared del refectorio; el brazo derecho de Judas, en el que conserva las treinta monedas de plata recibidas por la traición, derramando un salero, un aciago augurio según las creencias de la Europa occidental del siglo XV; o el dedo de Tomás, que según la Biblia no creyó en la resurrección de su maestro hasta no verlo -y tocar sus heridas- con sus propios ojos.
"Ahora te puedes acercar al máximo nivel detalle como nunca se había hecho. Esta herramienta hace visible lo invisible", ha destacado Luisella Mazza, jefa global de operaciones de Google Arts & Culture. La "cámara de arte", que se ha utilizado en museos y galerías de arte en todo el mundo durante la última década, está diseñada a medida para crear cientos de imágenes de cuadros de alta resolución en primer plano. Se utilizan un láser y una sonda para ayudar a capturar detalles que luego se unen en una sola imagen de "mil millones de píxeles".
Mazza, según The Times, ha señalado que si bien la radiografía de La última cena ha sido un estudio histórico, se trata "solo del comienzo" de una iniciativa que pretende arrojar nueva luz sobre las mejores obras de arte del mundo. "Puedes ver pinceladas o grietas en la pintura. En la vida real, sería muy difícil acercarse al mural o al cuadro por razones de seguridad, e incluso si te pudieras acercarse lo suficiente, ¿cuánto tiempo podrías pararte frente a una obra de arte para examinar todos estos detalles fascinantes?".
Como parte del proyecto, una veintena de lienzos asombrosos conservados en la Royal Academy ya pueden estudiarse en "super alta definición", como el autorretrato de Joshua Reynolds, Castillo Dolbadarn, de JMW Turner; Puente de Waterloo, de John Constable; o El puerto de Róterdam, de Paul Signac.