Las mujeres en el Museo del Prado dejan de ser sujeto de la creación artística para volver a aparecer desnudas sobre los cuadros, convertidas en protagonistas de escenas eróticas que se realizaron para el deleite visual de unos pocos. Invitadas, una exposición valiente —no lo suficiente para algunas asociaciones feministas— y necesaria, que ponía el foco sobre el machismo que presidió el arte español del siglo XIX, cierra sus puertas en poco más de una semana. La nueva muestra temporal de la pinacoteca, Pasiones mitológicas, propone un discurso expositivo muy diferente: narrar la conexión que se registró entre la pintura y la mitología en el Renacimiento, a través, fundamentalmente, de la belleza del cuerpo femenino.
A pesar de esta de disonancia de propuestas y teniendo en cuenta las últimas promesas anunciadas por el Museo del Prado —su director, Miguel Falomir, aunque reconoce que estos cuadros de hace 400-500 años reflejan "episodios que están tipificados penalmente" hoy en día, argumenta que no se puede caer en "anacronismos" analizándolos con valores actuales—, la nueva exposición temporal, que se podrá ver hasta el 4 de julio y reúne 29 obras de grandes maestros como Velázquez, Rubens, Veronese, Ribera, Poussin, Allori o Van Dyck, supone un hito irrepetible.
Lo es porque por primera vez en España se muestran al público las seis famosas "poesías" que Felipe II encargó a Tiziano, el artista que capitaliza la muestra, pintadas entre 1553 y 1562. Esta media docena de lienzos mitológicos —Dánae, Venus y Adonis, Perseo y Andrómeda, Diana y Acteón, Diana y Calisto y El rapto de Europa—, una colección de asombrosa calidad y de gran influencia en la historia del Arte, están plagados de erotismo y sensualidad, quizá excesivo para la imagen de ferviente católico que se tiene del rey Prudente, por otro lado, un príncipe del Renacimiento muy interesado en las artes.
Una de las grandes preguntas que suscita la exposición reside en la finalidad con la que fueron concebidas este tipo de pinturas, destinadas originalmente a ámbitos reservados como cámaras nupciales, espacios de recreo o pabellones de caza: si los cuadros religiosos buscaban la llamada al rezo del creyente, ¿qué se pretendía con la representación de los mitos de la Antigüedad, basados principalmente en las Metamorfosis de Ovidio, a través de unas escenas en las que abundan las mujeres desnudas? "Transmitir sensaciones de pasión, de emoción, de viveza. Estos artistas pintan sexo y erotismo, pero también dolor y violencia", asegura el comisario Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado.
Además, y el caso de Tiziano es el más evidente, fueron un trampolín para el talento del pintor. Las obras mitológicas, en los siglos XVI y XVII, estaban menos sujetas a cánones temáticos y características formales que las religiosas. El artista gozaba de libertad a la hora de escoger el asunto que representar en el lienzo, así como su tratamiento, adaptando los textos clásicos a su antojo. Fueron las creaciones "más libres" de la época. "Las 'poesías' son obras de demostración en las que Tiziano da lo mejor de sí mismo", apunta Miguel Falomir, también comisario de la muestra, sobre unos cuadros que son "parte integrante de la antigua Colección Real y, por lo tanto, del Museo del Prado".
El propio artista confirma esta responsabilidad y autodeterminación en una carta enviada al rey español el 10 de septiembre de 1554: "Y como la Dánae que ya he enviado a Vuestra Majestad se veía toda por la parte de delante, he querido en esta otra poesía variar, y hacerla mostrar la parte contraria, para que resulte el camerino, donde habrán de estar, más agradable a la vista". Probablemente Felipe II le hizo el encargo de la serie en Augsburgo en 1551, pero como se ve, Tiziano fue completamente independiente en la ejecución pictórica.
Velázquez, la culminación
Pasiones mitológicas, organizada por la pinacoteca española en colaboración con la National Gallery de Londres —donde ya se ha visto— y el Isabella Stewart Gardner Museum de Boston —a donde irá cuando se cierre en Madrid—, tuvo que aplazarse el año pasado por culpa de la pandemia. Su génesis es la posibilidad de reunir las seis fabulosas pinturas de Tiziano, "el sueño de cualquier historiador del arte", según Alejandro Vergara, pero el Museo del Prado ha querido montar un discurso más ambicioso, un recorrido por el amor mitológico tal y como lo representaron los grandes pintores europeos de la Edad Moderna.
Así se registran diálogos maravillosos como El rapto de Europa con Las hilanderas, en el que Velázquez incluyó en forma tapiz al fondo de la escena la pintura de Tiziano. Esta tela del sevillano, asegura Falomir, supone "una culminación de la tradición pictórica de Tiziano y de Rubens". Un Rubens, por otra parte, que nutrió sus creaciones ambientadas en escenarios de la naturaleza de ninfas, sátiros y otras criaturas míticas que transmiten una enorme sensualidad. Ahí están las Tres gracias o su visión de Diana y Calisto. Como su predecesor italiano, veía en mitología y en el deseo "una fuerza generadora de vida".
"Son obras pasionales porque son andanzas sexuales de mortales y dioses, pero también por lo que han generado en otros artistas", añade el director de la pinacoteca. Tiziano se inventó la escena de Venus y Adonis, en la que el joven se separa de la diosa para irse de caza sin saber que le va a matar un jabalí. Es un momento trágico —él la ignora pensando que su reacción es exagerada—, de dolor dramático, que no solo ha inspirado recreaciones artísticas, también literarias como los textos homónimos de William Shakespeare y Lope de Vega.
Hay más lienzos imperdibles, como otra representación de Venus y Cupido —mito en el que también se sumergió José de Ribera apostando por el dolor, la pena de la diosa al ver al joven muerto— a cargo de un más desconocido Hendrick van den Broeck según un dibujo de Miguel Ángel y que busca replicar su estilo plástico; y dos fabulosos de Nicolas Poussin: Paisaje durante una tormenta con Príamo y Tisbe y La caza de Meleagro, en la que el amor se trata de una forma más sutil, sin necesidad de desnudos, expresado a través de las miradas de los caballos. Como anécdota, el Cupido y Psique de Antonio van Dyck todavía no ha llegado a Madrid por las restricciones de movilidad entre Reino Unido y la Unión Europea provocadas por la pandemia.