El 26 de abril de 1937 la Legión Cóndor barrió el pueblo vizcaíno de Guernica. El horror vivido en sus calles y las muertes de civiles dejaron profundamente conmocionado a Pablo Picasso, quien dedicó los meses de mayo y junio del mismo año a la confección de una de sus obras más importantes: el Guernica.
La primera muestra pública de la obra se dio en el estudio del artista, antes de que fuese colgada en el pabellón de España de la Exposición Universal de París de 1937. El cuadro se convirtió en un símbolo, no solo de los horrores del fascismo y la Guerra Civil, sino como símbolo de lucha y resistencia que sería replicado y reinterpretado en las décadas posteriores.
Ahora la feria de arte contemporáneo ARCO, que ha inaugurado este miércoles su edición de 2021, ofrece por primera vez desde 1980 el impresionante conjunto del Guernica del pintor y escultor vasco Agustín Ibarrola. Un conjunto que trata de reinterpretar la obra original del malagueño, enmarcándola y devolviéndola a la identidad y contexto de la lucha del pueblo vasco durante el franquismo.
Guernica Gernikara
La salida de la cárcel de Agustín Ibarrola en 1965 provocó en el artista un giro pictórico casi total. Atrás quedaba su participación en el Equipo 57, enterrando el deseo de hacer reivindicación política y social a través del sobrio arte figurativo geométrico. En los años siguientes los grabados y lienzos del pintor se llenaron de figuras oscuras de mineros, manifestantes y trabajadores; un homenaje al pueblo vasco y la resistencia antifranquista.
Un año después de su excarcelamiento, Ibarrola presentó su primera serie dedicada a la inmortal obra del malagueño: Guernica 66. La simbología picassiana reaparecía en una serie de obras que reutilizaban manos, bocas y expresiones del cuadro original para reinterpretar el imaginario creado 30 años antes, contextualizándolo de nuevo en Euskadi e iniciando un movimiento que reclamaría la vuelta a su "lugar legítimo", bajo el lema "Guernica Gernikara".
Tras la muerte de Franco, las recién creadas sociedades de artistas, desde las que figuras como la de Juan Genovés o Ibarrola realizaron murales en barrios obreros, reactivó la relación del pueblo con la representación artística. Ibarrola recreó en Portugalete el Guernica en una obra mural bajo el título: "Guernica obra de Picasso exiliada en USA propiedad de los pueblos de España".
La vuelta del Guernica
Con la llegada de la democracia, el MoMA y el Gobierno español entablaron negociaciones para recuperar la obra de Picasso y que fuese devuelta a nuestro país. Habría que esperar hasta 1981 para que el Casón del Buen Retiro acogiese la primera muestra del Guernica en España.
La llegada a Madrid de la obra fue la consumación del fracaso de los esfuerzos que Agustín Ibarrola había iniciado junto con otros artistas e intelectuales vascos años antes. En 1987 un texto firmado por el artista, así como por Jorge Oteiza, Rafael Alberti, Francisco Umbral, Imanol Arias, Joaquín Sabina y Luis Eduardo Aute entre otros, reclamaba que el Guernica fuese entendido como un "símbolo dinámico de paz", sin alusiones nacionales y reivindicando la gestión de la obra por el pueblo vasco como herederos legítimos.
Una obra dividida
Olvidado durante casi 50 años, el Guernica Gernikara ha llegado a ARCO de la mano de la Galería José de la Mano. Junto con los lienzos que conforman la obra completa se añade también una serie de xilografías sobre cartón en las que las imágenes de represión policial y política recogen el pulso del pueblo vasco durante el franquismo.
Las alusiones a la Guardia Civil, las manifestaciones o los fusilados reconectan con Estampa Popular, el movimiento propagandístico de resistencia antifranquista español de la década de los 60, aludiendo al poderoso influjo de sus imágenes, como si de octavillas listas para ser repartidas se tratase.
El conjunto de lienzos, dividido en distintos módulos, hace referencia a grupos de personajes distintos. La idea de Ibarrola residía en el carácter monumental y divisible del conjunto. Las experiencias antes comentadas en la realización de murales en barrios llevaron al artista a la interpretación del Guernica original como una obra alegórica en la que su desarticulación daba énfasis en temas y conjuntos de personajes, funcionando de forma simétrica y sin perder el mensaje completo del cuadro.
Entre rejas
Ibarrola trató, con su personal interpretación de la obra, reivindicar la pérdida de significación que la matanza de Guernica tuvo en la herencia histórica vasca, así como la necesidad de recuperar el control sobre el lienzo de Picasso como parte del puzle que compone la historia del País Vasco.
El nexo entre los distintos grupos de personajes está marcado por las líneas horizontales y verticales que cruzan la obra. Sobre estas o tras ellas, surgen figuras como la del caballo, la mujer gritando o la mano inerte con los dedos extendidos, parte de la poderosa iconografía de la obra original del pintor malagueño.
Estas líneas reconstruyen la experiencia de Ibarrola durante su encarcelamiento, cuando un tribunal de guerra le acusó de trabajar como colaborador de Radio España Independiente, el medio radiofónico del antifranquismo. Con solo 31 años, el pintor se vio confinado entre los muros de la prisión de Burgos entre 1962 y 1965.
Ibarrola volvería a prisión entre los años 1967 y 1973 tras su participación en varias huelgas obreras en el País Vasco. En este tiempo, su producción artística no paró y siguió pintando desde su celda. De estas temporadas en la cárcel, el pintor guardó el agrio recuerdo de las noches en que los carceleros arrastraban sus porras por las rejas del presidio, dejando que el insistente tintineo del metal resonase por toda la prisión.
Plegado y olvidado
Con la vuelta a España del Guernica en 1981, Ibarrola claudicó en su empeño por recuperar y resignificar la obra original. En una carta fechada el 9 de junio de 1978 a la atención del por entonces consejero de Cultura, José Antonio Maturana, el artista hacía hincapié en la necesidad de crear un "centro cultural" para una ciudad "mártir y símbolo de la cultura y la resistencia".
El Guernica de Ibarrola se expuso en dos muestras en el País Vasco durante la década de los setenta. La primera en noviembre de 1977 y la segunda en 1979, en el Museo de Bellas Artes y la Galería Mikeldi respectivamente. La última aparición del cuadro se dio en mayo 1980, en la Sala Municipal de Exposiciones del Ayuntamiento de Baracaldo. Todas estas estuvieron enmarcadas en la inminente creación del Gobierno vasco y los esfuerzos que se empezaban a realizar por crear una identidad cultural autóctona.
Sin embargo, el fracaso del proyecto por la vuelta de la obra a Guernica y la noticia de la aprobación del traslado del lienzo desde el MoMA a Madrid hicieron que el pintor plegara el mural una última vez y lo confinara al exilio de su estudio, dejando que los años pasasen sin que su Guernica volviese a ver la luz hasta ahora.