Rocadura estaba más cerca de Madrid de lo que parece. Pedro Picapiedra tenía mucho de chulapo, aunque su traje a lunares y sus “Yabba dabba doo” lo ocultaban, porque Vilma, Pedro Mármol y compañía se pintaban desde aquí, en un pequeño estudio de animación pionero en España que se trajo todo el trabajo de la casa Hanna-Barbera a principios de los años 60. No sólo fueron los famosos cavernícolas, también Los supersónicos, Scooby Doo y El oso Yogui salieron de las manos de los casi 50 artistas que trabajaron allí.
El responsable de esta hazaña, y que junto a los hermanos Moro marcó la época dorada de la animación española, es Carlos Alfonso. Un animador autodidacta que aprendió con un cursillo por correspondencia antes de irse a hacer las américas y conocer a la persona que le cambió la vida: Will Hanna. Ahora Alfonso obtiene por fin el reconocimiento de sus compañeros de industria y el jueves la Academia de Cine le entregará un premio en el Homenaje a los Profesionales, la gala que desde hace seis años honra aquellas labores que no pueden optar a un Goya al quedar fuera de las bases.
Junto a Alfonso serán reconocidos el microfonista Jaime Fernández-Cid Buscató, la administradora de la empresa de vestuario Peris Hermanos, María Teresa Peris; la ayudante de maquillaje Montserrat Damas; el ayudante de montaje Manuel Laguna; los directores de Legiscine Esperanza Velasco y Manuel González; y la ayudante de dirección Daniela Forn. Nombres que nunca tuvieron la visibilidad de un director o un actor, pero sin cuyo trabajo sería imposible sacar adelante una película.
El caso de Carlos Alfonso es especial, ya que es historia viva de la animación española, que además cumple 100 años. Él se muestra encantado y sorprendido por este reconocimiento, y cree que es importante que se destaque la labor de estos profesionales anónimos. “Me parece estupendo, no todo van a ser Goyas y cosas de ese prestigio, también los de menos categoría, por decirlo así, tenemos derecho. Es una iniciativa fabulosa”, cuenta a EL ESPAÑOL mientras subraya lo esencial de “esa infinidad de trabajos que están detrás y que nadie conoce, sin ellas el cine es imposible”.
Will Hanna y yo éramos muy buenos amigos, él venía siempre a España. Decía que era por motivos profesionales y en realidad venía a comer jamón y percebes, que le encantaban
Alfonso trabajó en Hollywood junto a los creadores de las grandes series de animación de la última mitad del siglo XX, tantas que en su cabeza empiezan a mezclarse. Se ríe recordando a Pulgoso, uno de sus personajes favoritos y se quita mérito reconociendo que no es uno de los “pioneros de la animación española”, aunque sí “de las series de animación”. “Fui el primero que introduje ese tipo de series al estilo americano, como Los Picapiedra o El oso Yogui porque durante cinco años trabajé allí. Luego me vine por motivos personales y Will Hanna, el dueño de Hanna Barbera que era muy amigo mío, me dijo: 'bueno, no te preocupes que te sigo mandando trabajo allí, y yo monté mi estudio y estuve colaborando con él”, cuenta sobre su andanza en la meca del cine.
La relación con el magnate de la animación se prolongó durante años. No sólo la profesional, ya que desde Alfonso Productions se desarrollaron todas las series de la casa, sino también la personal. “Éramos muy buenos amigos, él venía siempre a España. Decía que era por motivos profesionales y en realidad venía a comer jamón y percebes, que le encantaban”, dice socarrón. La faceta gastronómica de Hanna dio lugar a más de una anécdota que ha quedado grabada a fuego en la memoria de Carlos Alfonso. “Me acuerdo que una vez, como a él le encantaba la tortilla de patata, se empeñó en que quería aprender a hacerla y ahí le veías, a un supermillonario con el mandil, picando cebolla y llorándole los ojos. Era un tío extraordinario”, explica entre risas mientras recuerda que cada año le mandaba un calendario dedicado.
Gracias a esa amistad tuvo trabajo durante años. Una época en la que “todo era muy artesano” y en la que dio trabajo a casi 50 personas en su empresa. Desde Hanna Barbera pronto se dieron cuenta de que era más fácil mandar el trabajo a Asia que a España y fueron perdiendo volumen de trabajo, aunque nunca les faltó y sus colaboraciones con casas alemanas e inglesas se prolongó durante años. De hecho a finales de los años 80 fueron los encargados de animar El conde Duckula, uno de sus últimos pelotazos. “Continué muchos años, pero ocurrió lo mismo otra vez, que todos mandaban su trabajo a Asia en vez de a nosotros porque era más barato”, explica. A pesar de todo estuvo hasta el año 2000 con su empresa.
El 3D consigue cosas que en animación tradicional serían imposibles, pero le ha quitado frescura, espontaneidad e incluso gracia. Aquellas películas antiguas de Disney como Pinocho no se pueden igualar
Vivió los mejores momentos de la animación, porque “ahora lo veo muy flojo”. “En aquella época nacieron otros estudios y parecía que iba bien, ahora hay un poquito en Barcelona y en el País Vasco, pero muy poco. Se han ido cerrando estudios de amigos míos, y ya no queda nadie. Además, luego se impuso el 3D que es una técnica distinta”, analiza mientras reivindica la técnica tradicional que ahora es una rareza. “El 3D consigue cosas que en animación tradicional serían imposibles, pero le ha quitado frescura, espontaneidad e incluso gracia. Aquellas películas antiguas de Disney como Pinocho… eso es una maravilla y no se puede igualar de ninguna forma”, zanja recordando épocas mejores.
El jueves Papá Pitufo, Pedro Picapiedra, Penélope Glamour y otros cientos de personajes celebraran que aquellas manos que les dieron vida recibe un reconocimiento que se merece desde hace años.