Irene Escolar: el arte en los genes
El ascenso imparable de Irene Escolar ha cuajado este año con el Goya a la Mejor actriz revelación por Un otoño sin Berlín. Su Leyendo Lorca confirma una carrera teatral sin límites.
31 diciembre, 2016 21:23Quién sabe de dónde brota un artista, en qué momento su sensibilidad muta para ofrecer su pasión y su talento a los demás. Los hay que dicen que desde niños sentían esa llamada; otros, que vino por casualidad. En el caso de Irene Escolar (Madrid, 1988) lo inevitable es su destino. Como su abuela (Irene Gutiérrez Caba), como sus tíos abuelos (Emilio y Julia Gutiérrez Caba), como su bisabuela… Ya son seis generaciones de actores y actrices en casa.
Cuando rebobina, recuerda que en sus recuerdos siempre quiso ser actriz. Su padre casi se salta la tradición: no es intérprete, pero es uno de los productores más importantes del cine español y responsable de traer a España los rodajes de taquillazos internacionales como El reino de los cielos. A Irene le gusta el contacto con la gente, el teatro.
Con menos de 30 años trabaja con las compañías de teatro más prestigiosas y es una de las mejores actrices de su generación. El apellido marca, pero ha priorizado el trabajo al privilegio. Dice haber aprendido de otras mujeres de la escena española, como Nuria Espert o esa Aitana Sánchez Gijón, que es tan mentora como amiga. Dice a este periódico que Irene destaca por la firmeza con la que la joven actriz ha marcado su camino. “Es admirable. Ha tenido muchas oportunidades de hacer otras cosas, series, películas… Pero para ella el teatro es lo primero. Vive en permanente formación. Es tan joven como culta y preparada. Nos da cien mil vueltas a muchos con más años de carrera. No puedo imaginarla con 40 años. Nosotros, en broma, le decimos que va a ser la directora del María Guerrero en breve, porque tiene una preparación y una visión de campo como pocos”, cuenta Sánchez Gijón a EL ESPAÑOL.
El ascenso imparable de Irene Escolar se ha materializado en este 2016, en el que comenzó ganando el Goya a la Mejor actriz revelación por Un otoño sin Berlín. Lo termina con su idilio lorquiano. Ha montado Leyendo Lorca, una selección personal y dramatizada de la obra del poeta y dramaturgo español. Uno de los mejores espectáculos del año. En escena sólo ella y las palabras del poeta.
La niña de los mofletes rojos
Irene Escolar se crió entre bambalinas. Su tía abuela Julia recuerda a esa niña que iba a verla al teatro y le cogía los maquillajes para pintarse ante el espejo. “Hacía lo que hacen casi todas las niñas, pero inmediatamente después, te pedía que la llevaras al escenario. El telón estaba echado, claro, porque estábamos preparando todo, pero ella quería entrar ahí, ver las cosas, tocarlas. Eso le encantó siempre, y ya desde muy pequeña participaba en las obras del colegio”, cuenta la veterana actriz.
El debut fuera de las aulas llegó muy pronto. A los nueve años, y de la mano de Lorca y su Mariana Pineda, Irene Escolar aparecía delante del público. Aquel momento, aquella sensación, permanece intacta en su memoria: “Recuerdo mucho que abría y cerraba la función jugando a la rayuela. Me acuerdo muy bien el día del estreno. Era mi primera vez y estaba toda mi familia. Estaba muy nerviosa. Recuerdo esa sensación de calor que me iba desde los pies hasta los mofletes. Los nervios porque sube el telón, esos mofletes colorados y recuerdo pensar, con ganas de llorar, que quería irme. Y nada más tirar la piedra al suelo y dar la pisada, se me pasó”.
Fue el primer paso de muchos, “la primera piedra del camino”, como explica ella misma. Desde entonces, aunque ya “no piense en huir”, antes de salir al escenario vuelve esa niña de los mofletes rojos por unos segundos. “Siempre hay un poquito de ese calor”, reconoce. Irene Escolar tuvo claro que quería seguir la tradición y de ahí no se apeó. “Por lo que me cuentan nací con ello muy incorporado, venía de fábrica. En cuanto tuve uso de razón me disfrazaba de farmacéutica y hacía lo que hacía ella, o de mi profesora… Siempre quise hacer de otra”, recuerda.
Nunca sintió la presión de seguir la senda familiar, tampoco de alejarse de ella. Su camino se encuentra en un punto medio entre el destino y la preparación. “Tu entorno te marca, pero siempre hay otras opciones. Uno nace y se hace. Puedes nacer con cualidades, pero si no las desarrollas y no las trabajas, si no tienes la oportunidad de ir cultivando todo eso que te vibra por dentro, es muy difícil ser un artista”, dice con rotundidad.
Su tía abuela lo vio. “Lo supe desde el principio. Y ella lo tenía decidido”, recuerda Julia Gutiérrez Caba, que cree que es “indudable” que hay algo “en los genes”. “Es el ambiente. Somos hijos de actores, nietos de actores… Cuando Irene iba a casa de mi hermana, su abuela, siempre veía fotos y cosas relacionadas con el oficio. Eso influye, pero lo demás se lo ha trabajado ella”, añade.
Todos los que la conocen destacan su capacidad de trabajo. Ella es una rareza que aprovecha su tiempo para formarse en otros países y con otros autores. “Evidentemente, el que mama el oficio desde dentro tiene mucho terreno ganado y ella fue muy precoz en eso. Se metía en el camerino de su abuela, de su tía, de su tío, entre cajas, siempre ávida... Se empapó de todo desde pequeña, pero tiene muy clara su vocación. Tiene un objetivo clarísimo y no pierde el tiempo ni la energía en nada que no tenga que ver en ese objetivo”, cuenta Aitana Sánchez Gijón.
Lorca como inspiración
Entre las muchas obras y los muchos autores a los que ha dado voz, uno se alza como un cordón umbilical siempre presente, y que une su trayectoria con la de su propia familia. Se trata de Lorca. Su abuela Irene ganó la fama y el reconocimiento de todos gracias a La casa de Bernarda Alba, y ella lo ha hecho con El público, una de las obras más desconocidas del autor español y por la que este año fue nominada a los Premios Max.
Lo ha hecho a las órdenes de Àlex Rigola, el director que más la ha marcado y que considera su gran maestro. “He tenido mucha suerte porque he podido trabajar con Andrés Lima, Miguel del Arco o Gerardo Vera, que me han aportado mucho. Pero si hay una persona que ha marcado mi carrera y que me ha marcado personalmente es Àlex. La primera función que hice en La Abadía fue determinante para mí. Tenía 17 años y estaba a sus órdenes. Eso me abrió las puertas. Luego he hecho otros cuatro montajes con él y su dirección es fundamental para mi desarrollo. Los últimos cinco veranos he estado en Venecia haciendo talleres y descubriendo el teatro que aspiro hacer o al que aspiro a acercarme”, cuenta la actriz.
Teatro como el que hacía Lorca, del que destaca que parece “que siempre sabe lo que estoy sintiendo”. “Es increíble como expresa lo que siente una mujer en relación con el amor, el deseo, la maternidad… Mujeres muy vulnerables, pero también muy fuertes y con mucha determinación”. Ha buceado en su obra para su Leyendo Lorca. “Mi sitio es este, no me veo capacitada para dirigir ni escribir. No sé si dentro de mucho surgirá, pero me llama más dirigir un festival de teatro o un teatro o llevar su programación. Yo soy actriz”, zanja.
El compromiso del actor
De estas seis generaciones de intérpretes, Irene Escolar ha visto el talento, pero también el esfuerzo y la capacidad de superación Es un compromiso con la profesión y con el público, por eso cuando Julia Gutiérrez Caba la ve encima de un escenario no piensa “hasta dónde va a llegar”. “Lo que me asombra es su dedicación, ese trabajo constante para salir adelante y para destacar”, subraya.
Ese compromiso que Irene Escolar dice que “se aprende en casa” y que ha incorporado a su “forma de tomarme la profesión”. Y eso lo ha aprendido de los Gutierrez Caba, pero también de esa familia teatral que se ha ido formando con el paso de los años y que incluye a nombres como Carmen Machi, Aitana Sánchez Gijón, Andrés Lima, Miguel del Arco o su querido Àlex Rigola.
De ellos, pero también de sus antecesores que fueron actores durante el franquismo y la dictadura ha aprendido que ese compromiso es también político, de denuncia a través del trabajo: “Creo que un artista es alguien a cuya realidad no le satisface, y por eso crea otra o intenta plasmar esa realidad que no le gusta en el escenario. Siempre hay un deber moral con los espectadores y eso es algo que se aprende”.